Cuando el arte mata
En los ¨²ltimos a?os, diversos artistas han aparecido de s¨²bito en escena, rondados por la muerte y agobiados por unas vidas tan turbulentas como sus obras. As¨ª Jack Rathbone, pintor ingl¨¦s que crea en Port Mungo, Belice, una especie de neotropicalismo salvaje que apenas le sirve para camuflar su torturada existencia. O Hector Mann, olvidado gal¨¢n del cine mudo, reaparecido en los ochenta con nuevas pel¨ªculas realizadas, eso s¨ª, para un ¨²nico espectador. Est¨¢ el caso asombroso de Adolf Hitler, revivido como artista gracias a una pel¨ªcula porno protagonizada por ¨¦l mismo en el b¨²nker donde aparentemente se suicid¨®. Y del artista Kasperle, que perpetr¨® una instalaci¨®n llamada Retrato de Cees Wagner contra el director del Stedelijk Museum de Amsterdam. Por su parte Gabriel Felippe, pintor marginal y amargado de Miami, se dedic¨® a confeccionar, "con todos los materiales posibles", el retrato de la persona que dio muerte a su madre en un est¨²pido accidente de tr¨¢fico, con el af¨¢n a?adido de ejecutar una s¨®rdida venganza. Hay noticias, asimismo, del pintor Mons, ocupado en la creaci¨®n de un monstruario del cosmopolitismo posmoderno entre Europa, Miami y Nueva York. A finales del siglo pasado viv¨ªa en un manicomio de Italia Edwin Johns, que se hab¨ªa cortado la mano derecha con la que pintaba, y la hab¨ªa expuesto enmarcada con el t¨ªtulo de Uncommom Ground. Ya metidos en el siglo XXI, un prodigio japon¨¦s, Matsuhiro Takei, se impone la tarea de concluir Estupidez terminal, una pel¨ªcula total y abierta que se pregunta por la necesidad que tiene la gente de ser artista. Los detectives de un museo posmoderno necesitan, por su parte, resolver el crimen cometido contra una "obra" (entendida ¨¦sta como una persona viva que se alquila y vende como un cuadro, una fotograf¨ªa o una instalaci¨®n). Y Michel, el aburrido gerente de un museo, se lanza al Caribe catapultado por el tedio de un arte contempor¨¢neo que no le dice nada. Andr¨¦s Faulques ha abandonado la fotograf¨ªa para dedicar todo su tiempo a un gran mural donde confluyan los maestros de "la pintura de batallas".
La literatura ofrece al arte una polis en la que morar, un territorio de supervivencia
Adem¨¢s de la ¨¦poca en la que sus obras salen a flote, y de la crueldad ostensible que rodea a sus creadores, se da en ellos una confluencia todav¨ªa m¨¢s curiosa: todos estos artistas fueron inventados por narradores. Rathbone por Patrick McGrath. Hector Mann por Paul Auster. El videoartista Hitler por Don Delillo. Kasperle por Ignacio Vidal-Folch. Gabriel Felippe por Juan Abreu. Mons por Juli¨¢n R¨ªos. Edwin Johns por Roberto Bola?o. Matsuhiro Takei por Javier Calvo. Las "obras humanas" por Jos¨¦ Carlos Somoza. Michel por Houellebecq. Faulques por P¨¦rez-Reverte.
Pese a que muchas veces los
narradores han comprendido mal, y con retraso, a las creaciones visuales de sus tiempos, la literatura siempre ha mirado con intriga y fascinaci¨®n al mundo del arte. No podemos olvidar que la est¨¦tica moderna -junto a Hegel y Rimbaud- tuvo como polo fundador, precisamente, a una novela de Oscar Wilde: El retrato de Dorian Gray. No hablemos ya de El hombre que fue Jueves, donde Gilbert Keith Chesterton consigui¨®, entre otras cosas, una f¨¢bula magistral sobre el arte como anarqu¨ªa. Una prueba de esa fascinaci¨®n est¨¢ recogida en la antolog¨ªa de Daniel Arag¨®, Relatos c¨¦lebres de la pintura, en la que reuni¨® a narradores de finales del siglo XIX y principios del XX. (E. T. Hoffman y Honor¨¦ de Balzac, Edgar Allan Poe y Ant¨®n Ch¨¦jov, Henry James y Reiner Maria Rilke, Gabriel d'Annunzio y Edith Wharton). Se trata de autores que concedieron protagonismo a los artistas, el talento, la angustia en la que se desenvuelve el acto creativo o las profec¨ªas anunciadas por las obras. Peque?os islotes, si se quiere, en el inmenso continente de los grandes temas de la literatura, pero premoniciones muy estimables en el tratamiento de un mundo que ha pasado, en la ¨²ltima d¨¦cada, de ser lateral a comportarse cada vez m¨¢s como un asunto protag¨®nico en la narrativa de la que hoy conocemos, y vivimos, como la era de la imagen. Al punto de que podr¨ªa afirmarse, aunque parezca temerario, que entre las muchas perspectivas de la cultura contempor¨¢nea, una de ellas es la que nos habla del arte como una especie de "g¨¦nero" literario; o al menos como un territorio de la novela.
?Por qu¨¦ esa creciente profusi¨®n del arte como trama literaria? Una respuesta parece evidente: la cultura visual ha comenzado a sustituir a la escrita como fuente de transmisi¨®n del saber. En consonancia con lo anterior, vale destacar que las fronteras entre distintos territorios creativos se han fracturado de manera notoria. Semejante mutaci¨®n cultural no s¨®lo incide en las artes visuales, las cuales inundan la ideolog¨ªa, la documentaci¨®n, el activismo social, la moda, los media, el turismo, la publicidad y las reivindicaciones sociales, sino tambi¨¦n en la literatura, que resulta obligada a manejar de otra manera sus esquemas creativos. La cultura visual, en la expansi¨®n de sus contenidos, en la invasi¨®n total de nuestros modos de vida, sustituye en muchos casos a las zonas de saber que antes le correspond¨ªa a las fuentes escritas, arma nuevas ret¨®ricas y concibe otros usos de eso que, en otros tiempos, se llam¨® "el intelectual".
Queda en pie, entonces, la dia-
l¨¦ctica que cruz¨® los destinos de Wilde y de Chesterton, de Dorian Gray y del hombre que fue Jueves. Wilde hizo todo lo posible por convertir a la literatura en un g¨¦nero art¨ªstico. Chesterton consigui¨® la transmutaci¨®n del arte como un asunto novelesco. Estos encuentros y desencuentros fueron retomados por Maurice Blanchot cuando comprendi¨® que entre el artista contempor¨¢neo y su producci¨®n se suscita el mismo dilema que entre Ulises y Las Sirenas, o entre Ahab y La Ballena, en el caso de Melville en Moby Dick. S¨®lo que si Ulises se comporta como un escritor (vive para contarlo y por eso se reprime ante Las Sirenas), Ahab est¨¢ m¨¢s pr¨®ximo al artista visual de nuestros d¨ªas. Y si bien es cierto que Ulises "oy¨® tanto como vio Ahab", lo es tambi¨¦n que "el primero se mantuvo duro ante esa audici¨®n, mientras que el segundo se perdi¨® en la imagen".
En estos escenarios, la literatura ofrece al arte una polis en la que morar, un territorio de supervivencia justo all¨ª donde se sospechaba su desaparici¨®n. En sentido contrario, la nuestra se percibe ya como una ¨¦poca en la cual el arte -o, mejor, la cultura visual- le ofrece a la literatura la posibilidad de continuar, desde otras perspectivas, sus labores narrativas o sus tareas como cartero de la sabidur¨ªa. El choque entre estos ¨¢mbitos producir¨¢ seguramente la nueva po¨¦tica del siglo que empieza. Quiz¨¢, desde esta amalgama, pueda desterrarse la palabra crisis que hoy azota y aburre a ambos mundos. Estas obras abren un peque?o y fruct¨ªfero camino. Y nos dicen que lo verdaderamente importante no es la muerte del arte, sino su capacidad de invocarla. No es tan importante en cuanto cad¨¢ver sino en su condici¨®n de asesino. No cuando es vulnerable, sino cuando es decisiva e inevitablemente letal.
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