Pale¨®logos
Reconozco que me ha extra?ado un poco que personalidades que condenaron sin paliativos la "provocaci¨®n" de las llamadas caricaturas de Mahoma en una revista danesa (as¨ª por ejemplo el presidente Zapatero) se hayan apresurado ahora a defender al Papa en la marejada que ha levantado su serm¨®n de Ratisbona. Despu¨¦s de todo, las caricaturas iban claramente dirigidas contra quienes utilizan el islam para justificar el terrorismo mientras que la cita del emperador Manuel II Pale¨®logo hecha por Benedicto XVI suena a censura general a los m¨¦todos proselitistas de esa religi¨®n (como el jerarca bizantino no es referencia habitual en los discursos del siglo XXI, parece tomar a la gente por imb¨¦cil tratar de convencerla de que el Papa lo trajo a colaci¨®n aun discrepando radicalmente de ¨¦l). Sin duda el Pont¨ªfice tiene derecho democr¨¢tico -no reconocido, por cierto, en los medios de comunicaci¨®n vaticanos al resto de los publicistas- a opinar lo que le parezca oportuno en estas oscuras materias. Y las reacciones desaforadas de algunos radicales isl¨¢micos son muestra deplorable de su incapacidad de respetar no ya la libertad de expresi¨®n sino la libertad religiosa de los dem¨¢s. Una l¨¢stima, sin duda. Aunque no por ello la doctrina expresada por el Santo Padre haya de convertirse en luz y gu¨ªa de Occidente, como tratan de hacernos creer algunos de los talibanes cat¨®licos o asimilados que ¨²ltimamente padecemos.
Me dicen que Ratzinger es una cima de la teolog¨ªa y aun la filosof¨ªa contempor¨¢neas y yo, claro est¨¢, no lo pongo en duda. Pero me da la impresi¨®n de que el hombre tiene sus d¨ªas mejores y peores, como todo el mundo. No s¨¦ c¨®mo ser¨ªa antes de verse iluminado por el Esp¨ªritu Santo, porque no conozco sus obras previas, pero lo que nos viene llegando de su inspiraci¨®n pontifical ¨²ltimamente deja bastante que desear: en Ratisbona, sin ir m¨¢s lejos, estuvo tan profundo como un cenicero y tan sutil como un ladrillazo. Me refiero a los resultados, desde luego, porque su intenci¨®n seguro que era buena. Insisti¨® en ese foro universitario el Papa sobre la confluencia en el cristianismo entre la fe b¨ªblica y la filosof¨ªa griega, de la que brota lo que hoy llamamos Europa. Para completar la imagen habr¨ªa que a?adir la jurisprudencia romana, pero aun as¨ª el asunto tiene muchos matices que se pasan interesadamente por alto.
Los griegos, por ejemplo, nunca aplicaron criterios de "verdad" y "falsedad" al terreno religioso: eso fue un rasgo definitorio de la raz¨®n monote¨ªsta que introdujeron los cristianos en su batalla ideol¨®gica contra el paganismo. Como primer resultado acabaron con el tolerante pluralismo polite¨ªsta, pero siglos despu¨¦s sufrieron las consecuencias de esta exigencia de verdad aplicada a la teolog¨ªa en su propia doctrina: los cient¨ªficos positivistas que niegan los dogmas religiosos en nombre de la raz¨®n son precisamente los herederos directos de los intransigentes cristianos que derribaron los altares de los ol¨ªmpicos... Lo peligroso de la raz¨®n es que, una vez suelta, no puede ser constre?ida a la celebraci¨®n del sano "orden natural" como quisieran los piadosos. No hace prisioneros, no respeta tutelas teol¨®gicas ni de ning¨²n otro tipo. Verbigracia, el Papa tacha de "irracional" la teor¨ªa de la evoluci¨®n porque no admite la hip¨®tesis del Creador divino, confundiendo lo racional en el sentido de "comprensible por la raz¨®n" y lo racional entendido como "dirigido por una Raz¨®n", que es la acepci¨®n que a ¨¦l le interesa por prurito profesional. Benedicto XVI protesta ante la raz¨®n moderna que excluye lo divino de sus premisas, considerando que las sociedades religiosas se ven gravemente atacadas por ella y que es incapaz de abordar el di¨¢logo entre las culturas. Llega tarde, pues ese movimiento subversivo no tiene marcha atr¨¢s. Sin embargo, siempre ser¨¢ m¨¢s f¨¢cil a largo plazo que los humanos nos entendamos a partir de la raz¨®n que a partir de la fe porque creencias cada cual tiene la suya pero la raz¨®n es com¨²n (por eso en cada momento hay una sola civilizaci¨®n dominante mientras que se contraponen diversas culturas con iguales pretensiones de validez).
Seg¨²n parece el discurso de Ratzinger y su defensa de la raz¨®n como ancilla theologiae tuvo como principal objetivo marcar diferencias con la concepci¨®n musulmana de la divinidad: Al¨¢ es absolutamente trascendente y no est¨¢ "domesticado" por categor¨ªas racionales. De aqu¨ª podr¨ªa derivarse que esa l¨ªnea cultural -representada a efectos pr¨¢cticos inmediatos por Turqu¨ªa- es inasimilable en el contexto de la Europa unida. Como tampoco soy experto en el islam ignoro hasta qu¨¦ punto esto es as¨ª, aunque Avicena, Averroes y el nihilistaOmar Jay¨¢n (desde luego no muy creyentes) manejaban a mi juicio los mecanismos l¨®gicos y la capacidad razonante tan adecuadamente por lo menos como cualquier cardenal. Pero en cambio lo que conozco de primera mano, porque est¨¢ respaldado por los pensadores religiosos que m¨¢s me interesan (apara asumir las categor¨ªas de Arist¨®teles o Hegel no me hace falta ninguna divinidad), es que hay una concepci¨®n de Dios dentro del cristianismo tan trascendente como pueda serlo la que m¨¢s: un Dios para el que la necesidad no existe y para quien todo es posible, que no se siente atado por la coacci¨®n del "dos m¨¢s dos son cuatro" o por las muy decentes convenciones morales (?ordena a Abraham el sacrificio de su hijo Isaac!) y ni siquiera por la irreversibilidad del tiempo que hace irrevocable el pasado. Es sin duda el Dios de Lutero, el de Pascal, el de Kierkegaard y Dostoievski o el de Le¨®n Chestov. Fue precisamente Chestov -un pensador extraordinario en el sentido m¨¢s literal del t¨¦rmino- quien plante¨® en el mismo t¨ªtulo de su obra principal el enfrentamiento entre "Atenas y Jerusal¨¦n", mucho antes de que Leo Strauss retomara el dilema en una conferencia famosa en Nueva York. De modo que recordemos que en el cristianismo, adem¨¢s de Roma y Bizancio, tambi¨¦n existen Worms, Par¨ªs, Copenhague, Kiev, etc¨¦tera.
Pero naturalmente no pretendo aqu¨ª discutir de teolog¨ªa, Dios me libre. Lo que intento se?alar es que la concepci¨®n de la raz¨®n que maneja Benedicto XVI es vieja, anticuada: como dir¨ªa Bachelard, tiene la edad de los prejuicios. El Papa tambi¨¦n es un Pale¨®logo, en el sentido etimol¨®gico del t¨¦rmino. Por supuesto los islamistas que organizan algaradas o cometen desmanes en protesta por sus palabras no son en modo alguno m¨¢s razonables ni cuentan con mejores argumentos en su haber. Ahora parece que el uno y los otros hacen esfuerzos por limar asperezas, lo cual es muy buena noticia para quienes creemos que los humanos est¨¢n hechos para entenderse, no por razones de altruismo sino de prudencia. Pero tambi¨¦n resulta evidente, como ha se?alado Carlo Augusto Viano, que "en general, en el mundo contempor¨¢neo, las religiones se configuran como amenazas relevantes a la posibilidad de encontrar formas de convivencia entre grupos que tienen historias diversas y que pertenecen a etnias y culturas diferentes" (en Laici in ginocchio, ed. Laterza). Como muchos de nosotros, creyentes o no, Viano se lamenta de la aceptaci¨®n global del punto de vista beligerantemente religioso y de la falta de instrumentos intelectuales en la sociedad europea para combatir las pretensiones dogm¨¢ticas contrapuestas de las iglesias. Que s¨®lo suelen coincidir, por cierto, en su compartido aborrecimiento del laicismo democr¨¢tico, es decir, del conjunto de medidas institucionales (sobre todo educativas) contra la imposici¨®n de medidas clericales en el ¨¢mbito de lo p¨²blico y com¨²n.
Mientras llegan otras alianzas planetarias m¨¢s ambiciosas, ?no ser¨ªa bueno al menos propugnar un "pacto laico", seg¨²n la expresi¨®n que invent¨® Jean Baub¨¦rot hace m¨¢s de quince a?os? Es decir, crear un ¨¢mbito nacional y sobre todo internacional tanto para cat¨®licos como para protestantes, para musulmanes, jud¨ªos o budistas y para ateos de toda laya, en el que se respetaran normas de convivencia comunes sin barniz religioso alguno, cimentadas en los principios fundamentales que sirven de base a las democracias de cualquier parte del mundo. Para ello, claro est¨¢, ser¨ªa necesario recuperar el sentido pol¨ªtico de nuestros valores ciudadanos de convivencia, porque como ha dicho muy bien R¨¦gis Debray "no hay ejemplo, con o sin democracia, en que una desmoralizaci¨®n de lo temporal no se haya traducido en una repolitizaci¨®n de lo espiritual".
Fernando Savater es catedr¨¢tico de Filosof¨ªa de la Universidad Complutense de Madrid.
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