?Qui¨¦n defiende la libertad de expresi¨®n?
?VOLVEREMOS a inclinarnos como idiotas ante los dioses y las patrias? La libertad de expresi¨®n est¨¢ en peligro. El caso del Idomeneo, de Mozart, en Berl¨ªn es el ¨²ltimo episodio de una serie que contiene momentos ruidosos como ¨¦ste o el de las caricaturas danesas (o los casos de Leo Bassi y Rubianes para poner unas notas de color local), pero que tiene un sustrato continuado de hechos represivos apenas noticiables, fruto de la correcci¨®n pol¨ªtica de cada lugar, administrada entre nosotros por comit¨¦s de audiovisuales, comisiones ¨¦ticas y otros engendros, casi siempre con la religi¨®n y el nacionalismo como grandes coartadas de la mordaza.
La se?ora Merkel se ha irritado por la suspensi¨®n de la representaci¨®n de Idomeneo. Comparto su indignaci¨®n pero lamento su actitud. La se?ora Merkel tiene un Ministerio del Interior y unos servicios de informaci¨®n a sus ¨®rdenes. Su obligaci¨®n no es escandalizarse, cargando de paso las culpas sobre los responsables del teatro, sino garantizar las condiciones de seguridad para que el espect¨¢culo pueda representarse. ?Pod¨ªa haber alg¨²n riesgo? La libertad de expresi¨®n no se defiende s¨®lo con santa indignaci¨®n. Se empieza tolerando la suspensi¨®n de una obra de teatro y se acaba mirando a otra parte cuando los batallones de la muerte seleccionan a los que van a morir, que es lo que acaba ocurriendo en la sociedad de la indiferencia.
En una sociedad en que el dinero es el criterio moral dominante, la ciudadan¨ªa sabe poco de riesgos. Y tiende a creer que las libertades le vienen dadas, sin que merezcan un esfuerzo suplementario. Sobre esta indiferencia han ca¨ªdo los conflictos generados por un proceso de globalizaci¨®n en direcciones m¨²ltiples. Entre ellos, los desencuentros entre religiones y culturas que hab¨ªan vivido en territorios relativamente separados y que ahora han descubierto el roce cotidiano. El mercado religioso se ha hecho muy competitivo. Un proceso acelerado de cambio a todos los niveles -econ¨®mico, social y cultural- genera v¨¦rtigo, por la p¨¦rdida de referentes en todos los ¨®rdenes. Y este v¨¦rtigo hace que la ciudadan¨ªa sea muy sensible a cualquier signo de inseguridad. La gente tiene miedo. Y este miedo se ha polarizado fundamentalmente en un punto: la cuesti¨®n terrorista. El gran Sat¨¢n que permite eludir o minimizar las causas internas del miedo; por ejemplo, la precariedad e inseguridad derivadas de las mutaciones econ¨®micas.
La conversi¨®n de la guerra contra el terrorismo en una batalla entre Occidente y el islam (la alianza de civilizaciones es un discurso bien intencionado, pero parte del mismo error conceptual que el conflicto de civilizaciones) ha tenido como consecuencia un enorme retroceso: el retorno de las religiones como fuente de normatividad p¨²blica. Y la primera en sufrir las consecuencias es la libertad de expresi¨®n. Lo que algunos llaman retorno del sagrado no es otra cosa que la vuelta de la religi¨®n a la escena pol¨ªtica. Por el hueco abierto por la agresi¨®n del fundamentalismo islamista se han colado r¨¢pidamente las religiones cristianas. De ah¨ª la reciente y pol¨¦mica intervenci¨®n del Papa que, independientemente de las rectificaciones y lamentos del Pont¨ªfice, ha conseguido perfectamente los dos objetivos buscados: colocar a la religi¨®n cat¨®lica en el centro de la escena p¨²blica como aquella que sabe conjugar Dios y modernidad y poner en evidencia la intolerancia que genera el islamismo.
Cualquier forma de nuevo humanismo de car¨¢cter cosmopolita en el que podamos encontrarnos los ciudadanos de las m¨¢s distintas creencias y tradiciones pasa por un principio: nadie tiene derecho a exigir que sus ideas no pasen por el cedazo de la cr¨ªtica. ?Qui¨¦nes aspiran a este privilegio? Las religiones, los nacionalismos, las ideolog¨ªas totalitarias. Es precisamente para impedir que estas figuras vuelvan a roturar por completo nuestro mundo que hay que defender la libertad de expresi¨®n. Y ¨¦sta se defiende diciendo las cosas por su nombre. La izquierda aqu¨ª tiene una cuota muy clara de responsabilidad. Ni el antiamericanismo ni cierta conciencia de culpabilidad colonialista, que no es m¨¢s que una forma de paternalismo, pueden justificar esta tendencia a tratar de tener con el mundo musulm¨¢n la comprensi¨®n que no se tiene cuando la amenaza viene de los poderes de Occidente. Por eso el discurso de las civilizaciones es equ¨ªvoco: porque otorga a la religi¨®n el car¨¢cter de identidad primordial, negando la representaci¨®n del mundo isl¨¢mico a los moderados, a los laicos y a los liberales de estos pa¨ªses, que deber¨ªan ser nuestros principales aliados, y porque facilita el discurso de la gran amalgama: todos los musulmanes son iguales, todos los terroristas son iguales. ?stos son los dos grandes disparates sobre los que se ha construido una lucha antiterrorista que, de momento, s¨®lo tiene un resultado: aumentar el miedo, cultivar la indiferencia. Y en la indiferencia la libertad de expresi¨®n languidece.
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