Infierno Guant¨¢namo
Im¨¢genes in¨¦ditas de los campos de detenci¨®n que EE UU mantiene al margen de la ley desde hace m¨¢s de cuatro a?os. Un escenario de pesadilla para centenares de individuos a los que la Administraci¨®n de Bush asocia con Al Qaeda. Sin derechos, sin garant¨ªas y aparentemente sin futuro
Si la guerra contra el terrorismo de George W. Bush tiene como fin ¨²ltimo promover los valores del mundo civilizado contra la barbarie, alguien deber¨ªa de explic¨¢rselo a Mohamed al Qahtani. En nombre de la civilizaci¨®n, Qahtani lleg¨® encapuchado y encadenado de pies y manos con grilletes a la base naval militar estadounidense de Guant¨¢namo (Cuba) en enero de 2002. Le arrebataron todos sus derechos y se le otorg¨® un n¨²mero: el 063. Los carceleros de Guant¨¢namo y las autoridades militares de Washington le consideraban el piloto "n¨²mero 20", el hombre que deber¨ªa de haber redondeado la cifra de 19 terroristas suicidas en los atentados del 11 de septiembre de 2001 hasta las dos decenas. Pero Inmigraci¨®n no le permiti¨® la entrada en Estados Unidos menos de un mes antes de los ataques terroristas contra Nueva York y Washington.
El reo 063 fue capturado en las monta?as de Tora Bora (Afganist¨¢n) por las tropas del comandante en jefe George W. Bush en diciembre de 2001. Y de Afganist¨¢n a Guant¨¢namo, donde en nombre de la civilizaci¨®n se tortur¨® a Qahtani. Durante el tiempo de su cautiverio -o lo que se le supone, porque nadie sabe hoy si el preso 063 sigue en Guant¨¢namo o no-, a Qahtani le arrancaron la ropa mientras que una mujer se le insinuaba; se le oblig¨® a colocarse unas bragas en la cabeza y un sujetador en la cara; se le dijo incontables veces que su madre era una puta; se le afeit¨® la barba y la cabeza; se le puso una correa al cuello y se le oblig¨® a ladrar como un perro; fue aislado en una celda durante cinco largos meses, celda que tuvo encendida durante todo el tiempo una penetrante luz; se le hizo pasar fr¨ªo; se le hizo pasar calor; se le inyect¨® de forma intravenosa l¨ªquido hasta que su vejiga estaba a punto de reventar, pero no se le permit¨ªa ir al ba?o. Qahtani se orinaba encima, se cagaba encima; cuando no quer¨ªa beber agua, los soldados se la echaban por la cabeza (la t¨¦cnica es conocida como "o la bebes, o te la pones"); los interrogatorios comenzaban a las cuatro de la madrugada -al preso 063 se le despertaba con m¨²sica alt¨ªsima de Christina Aguilera- y duraban hasta medianoche; se le condujo a un cuarto de interrogatorio empapelado con fotos de v¨ªctimas del 11-S, banderas estadounidenses e iluminado por luz roja. All¨ª tuvo que permanecer firme mientras sonaba el himno estadounidense.
?ste es un relato al que, si se pudieran aportar fotos, el parecido con Abu Ghraib ser¨ªa asombroso. Abu Ghraib, dictaminaron las autoridades, fue responsabilidad de soldados rasos. Pero la c¨¢rcel de Guant¨¢namo fue dise?ada al mil¨ªmetro en los despachos de Washington. El 11-S fue la pesadilla que despert¨® a los estadounidenses de su tranquilo sue?o de seguridad y lanz¨® a su Administraci¨®n a luchar contra el terrorismo global. Pero para poder obtener informaci¨®n relevante hab¨ªa que esquivar la inc¨®moda Convenci¨®n de Ginebra. La Administraci¨®n de Bush defini¨® a los terroristas de Al Qaeda capturados como "combatientes enemigos ilegales" (por tanto, razon¨® alguna mente privilegiada, no sujetos necesariamente a lo que estipula la Convenci¨®n de Ginebra sobre prisioneros de guerra, ya que no luchaban bajo ninguna bandera). A rengl¨®n seguido se hacin¨® a esos "combatientes ilegales" en la prisi¨®n de la base de Guant¨¢namo, que antes hab¨ªa alojado a refugiados cubanos y haitianos. Como la soberan¨ªa de Guant¨¢namo reside en ¨²ltima instancia en Cuba, el Gobierno de Bush crey¨® encontrar una soluci¨®n: los detenidos no est¨¢n en territorio norteamericano, con lo que en ning¨²n caso disfrutar¨¢n de los derechos constitucionales que tendr¨ªan en Estados Unidos.
El 11 de enero de 2002, un avi¨®n militar de carga, modelo C-141, con la bandera de Estados Unidos pintada en el fuselaje, parti¨® de Afganist¨¢n rumbo a Guant¨¢namo. A bordo viajaban 20 detenidos vestidos con monos de color naranja y antifaces. Eran los primeros habitantes. Al aterrizar en la base militar fueron encerrados en celdas individuales de 1,8 por 2,4 metros hechas de malla de alambre y cubiertas por techo de madera. Eran unas instalaciones temporales, seg¨²n dijeron las autoridades en aquel momento.
Hoy, Guant¨¢namo es una prisi¨®n de m¨¢xima seguridad. Ha costado al Departamento del Tesoro norteamericano 100 millones de d¨®lares, y el presupuesto anual de funcionamiento oscila entre 90 y 100 millones. A pesar de las decisiones judiciales y la pol¨¦mica, el Pent¨¢gono construy¨® un nuevo centro para reclusos de 30 millones. La empresa a la que se adjudic¨® la obra pertenec¨ªa al conglomerado de Halliburton, el negocio privado del vicepresidente Dick Cheney. En su p¨¢gina web oficial se define a Guant¨¢namo como "la base naval m¨¢s antigua de todas las de Estados Unidos en el extranjero y la ¨²nica en un pa¨ªs con el que Estados Unidos no mantiene relaciones diplom¨¢ticas" (l¨¦ase, la Cuba comunista de Fidel Castro). Estados Unidos se estableci¨® all¨ª en 1898, tras la guerra con Espa?a, y en 1903 firm¨® el acuerdo que consagr¨® a perpetuidad su presencia, salvo por decisi¨®n conjunta de La Habana y Washington.
M¨¢s de un siglo despu¨¦s, Guant¨¢namo es mucho m¨¢s de lo que declara ser su p¨¢gina web. Es un centro de tortura por el que han pasado al menos 750 personas -entre ellos se encontraban al menos dos individuos de menos de 16 a?os-, donde hoy permanece sustra¨ªda al mundo en un limbo legal una cifra superior a 500 seres humanos, a los que se les presupone una relaci¨®n con la red terrorista Al Qaeda, pertenecientes a 40 pa¨ªses. No tienen derecho a un abogado. S¨®lo 10 han sido formalmente acusados de cr¨ªmenes de guerra. Los datos sobre sus identidades son vagos y confusos, y se tuvo que llegar a los tribunales para que el Pent¨¢gono los hiciera p¨²blicos. Las organizaciones de derechos humanos no tienen acceso al recinto. Las visitas concedidas al Comit¨¦ Internacional de la Cruz Roja han sido m¨ªnimas. En su ¨²ltimo informe, Amnist¨ªa Internacional recoge el caso de Sean Baker, un guardia militar que se ofreci¨® voluntario para hacerse pasar por un detenido. Sus compa?eros, ajenos a su identidad, le golpearon hasta provocarle lesiones cerebrales permanentes. El ¨²nico espa?ol encarcelado -y luego liberado- recordaba desde su libertad una frase del general al mando en Guant¨¢namo: "No sois seres humanos, sino cerdos con un n¨²mero de expediente".
Como el preso 063, quien resist¨ªa bien los interrogatorios, para desesperaci¨®n de sus verdugos. Corr¨ªa el oto?o de 2002. A punto de comenzar el invierno, el secretario de Defensa, Donald Rumsfeld, aprobaba una amplia serie de "m¨¦todos coercitivos" m¨¢s exitosos. Ahora los interrogadores pod¨ªan ir un poco m¨¢s all¨¢ y emplear t¨¦cnicas consistentes en aplicar una toalla empapada sobre la cara del detenido para provocarle una sensaci¨®n de asfixia o sumergirle en agua hasta el l¨ªmite de sus fuerzas. Los interminables d¨ªas discurren entre humillaciones. Semana tras semana. Las fuerzas de Qahtani flaquean. Encapuchado, pies y manos rodeados de grilletes y atado a una camilla, es conducido en ambulancia a su celda desde la sala de interrogatorio.
Cuatro a?os secuestrados a la realidad. Ha habido quien no pudo m¨¢s y se quit¨® la vida. Sin acceso a lo m¨¢s b¨¢sico. Donde el tiempo s¨®lo tiene dos ritmos: el de las comidas y el de los interrogatorios. Tres detenidos se suicidaban ahorcados con sus propias s¨¢banas en junio de este a?o. Fue "una tragedia anunciada", seg¨²n denunciaron las organizaciones de derechos humanos. Durante los m¨¢s de 1.500 d¨ªas que lleva Guant¨¢namo en funcionamiento se han registrado 41 intentos de suicidio por parte de 25 presos, seg¨²n el Pent¨¢gono. Uno de ellos lo intent¨® 12 veces. Pero la Administraci¨®n de Estados Unidos tiene una visi¨®n distinta y lleg¨® a calificar las muertes de junio de este a?o como "una buena operaci¨®n de relaciones p¨²blicas para llamar la atenci¨®n". Para el comandante del mayor campo de detenci¨®n de Estados Unidos en el extranjero, el contraalmirante Harry Harris, los suicidios "no fueron un acto de desesperaci¨®n, sino un acto de guerra asim¨¦trica contra Am¨¦rica".
Gitmo -la abreviatura con la que se conoce a la larga y complicada pronunciaci¨®n de Guant¨¢namo para los norteamericanos- ha sido desde el principio un factor de choque entre el poder judicial y el ejecutivo en Washington y un motivo de enfrentamiento en el Congreso. El vicepresidente Cheney descart¨® en su momento su cierre y dijo que los prisioneros reciben "bastante mejor trato" que el que tendr¨ªan bajo cualquier otro Gobierno, incluidos los suyos, a los que no les quieren repatriar porque, ir¨®nicamente, all¨ª sus derechos fundamentales "no est¨¢n garantizados", dice la Casa Blanca. A finales del mes de junio, el Tribunal Supremo propinaba un fuerte rev¨¦s a la pol¨ªtica de la Casa Blanca y fallaba que Bush se extralimit¨® en su autoridad cuando, tras el 11-S, orden¨® que los detenidos como presuntos terroristas en Afganist¨¢n y otros lugares y retenidos en Guant¨¢namo fueran procesados en tribunales extraordinarios, las llamadas comisiones militares. Esas comisiones "violan los acuerdos internacionales sobre prisioneros de guerra y las normas militares de Estados Unidos", afirm¨® el Supremo. La justicia de Estados Unidos dictamin¨® que Bush no ten¨ªa "un cheque en blanco" en su lucha contra el terrorismo.
La primera consecuencia directa del fallo del Supremo no se hizo esperar. El Pent¨¢gono anunciaba una semana despu¨¦s que todos los detenidos en la prisi¨®n de Guant¨¢namo y en otras instalaciones bajo custodia militar estadounidense ver¨ªan reconocidos los derechos y las garant¨ªas que otorga la Convenci¨®n de Ginebra en su art¨ªculo 3. Para que nadie se llamara a enga?o, el Pent¨¢gono reproduc¨ªa en su comunicado de dos p¨¢ginas el citado art¨ªculo, que proh¨ªbe, entre otras cosas, la violencia, el trato cruel y la tortura sobre prisioneros de guerra, as¨ª como los atropellos de la dignidad de los detenidos y los tratos humillantes y denigrantes.
Pero lejos de clausurar el "gulag de nuestro tiempo" -como pol¨¦micamente lo ha definido Amnist¨ªa Internacional-, y contra sus propias y anunciadas intenciones (Bush asegur¨® la pasada primavera por tres veces que su deseo era cerrar la prisi¨®n de Guant¨¢namo), la Casa Blanca anunciaba a principios de septiembre el env¨ªo de 14 nuevos inquilinos -"lo peor de lo peor"- a la base militar provenientes de las c¨¢rceles secretas que la CIA manten¨ªa esparcidas por el mundo. Puede que compartan interrogador con Qahtani, el preso 063 al que nunca se le ha imputado ning¨²n crimen, no tiene abogado y permanece retenido en Guant¨¢namo. O no.
Prisioneros y carceleros
Huelgas de hambre, humillaciones, motines, suicidios? As¨ª es el d¨ªa a d¨ªa en Guant¨¢namo. Y ¨¦ste, el relato del coronel Bumgarner, como responsable de la base militar estadounidense, y el de sus intentos, seg¨²n ¨¦l, de aliviar las tensiones entre los soldados a su mando y los detenidos. Por Tim Golden.
El coronel Bumgarner fue nombrado responsable de la prisi¨®n de Guant¨¢namo en abril de 2005. ?l confiaba en que le enviar¨ªan a Irak: entre los altos mandos de la polic¨ªa militar del Ej¨¦rcito de Tierra, acabar en el campo de detenci¨®n estadounidense en Cuba no se considera un gran reto; s¨ª un puesto arriesgado para el futuro de cualquier carrera. Pens¨® que supondr¨ªa pasar como m¨ªnimo un a?o lejos de su familia. Un a?o controlando las peque?as insurgencias y la furia de cientos de presos acusados de terrorismo. "?Segu¨ª pensando eso cuando me iba a la cama cada noche?", se preguntaba casi un a?o despu¨¦s, mientras espantaba los mosquitos en una asfixiante noche cubana. "No".
Bumgarner, que ten¨ªa 45 a?os, recibi¨® al llegar instrucciones precisas del jefe del mando conjunto en Guant¨¢namo, el general de divisi¨®n Jay W. Hood, famoso por ser estricto, minucioso y poco tolerante con los fallos. Sus ¨®rdenes para Bumgarner fueron breves. Ten¨ªa que velar por la seguridad de los detenidos y de sus guardianes. Impedir cualquier evasi¨®n. Y estudiar la Convenci¨®n de Ginebra. Empezar a pensar en c¨®mo pod¨ªa Guant¨¢namo ajustarse a sus disposiciones relativas al trato a prisioneros de guerra.
Tres a?os antes, el presidente Bush hab¨ªa declararado que Estados Unidos no se someter¨ªa en modo alguno a la Convenci¨®n de Ginebra en lo tocante al trato a los prisioneros capturados en la lucha contra el terrorismo. Orden¨® a las fuerzas estadounidenses que trataran a los cautivos de un modo "acorde" a los convenios, pero sin especificar en la pr¨¢ctica qu¨¦ significaba tal afirmaci¨®n.
En el atiborrado cuartel general de una sola planta del Grupo de Operaciones de Detenci¨®n de Guant¨¢namo, Bumgarner pidi¨® a su jefe de operaciones que buscara el texto de la convenci¨®n en Internet e imprimiera una copia. Despu¨¦s de casi 24 a?os como oficial de la polic¨ªa militar, Bumgarner conoc¨ªa bien el documento. Le parec¨ªa evidente que muchos de los derechos nunca se aplicar¨ªan a los detenidos de Guant¨¢namo. Sin ir m¨¢s lejos, nadie iba a permitir la distribuci¨®n de "instrumentos musicales" a los sospechosos de terrorismo, como se hab¨ªa estipulado para los soldados capturados por el enemigo en las convenciones firmadas en los a?os cuarenta.
Parec¨ªa claro que su misi¨®n iba m¨¢s lejos que un retoque aqu¨ª y otro all¨¢ en el funcionamiento del campo. Le estaban pidiendo que mejorase las condiciones de vida de unos prisioneros a los que el presidente y sus asesores inclu¨ªan entre los terroristas m¨¢s peligrosos del mundo.
Las tensiones en el campo iban en aumento. De los 530 prisioneros retenidos cuando lleg¨® a Guant¨¢namo, la mayor¨ªa se consideraban "rebeldes". Los dos complejos de aislamiento en los que se confinaba a los detenidos que hab¨ªan atacado a sus guardias estaban llenos. Igual suced¨ªa con los dos a los que se enviaba a los autores de infracciones menores.
En las partes m¨¢s antiguas del campo, los detenidos golpeaban durante horas la malla met¨¢lica de las celdas. De cuando en cuando, seg¨²n informes militares desclasificados, trataban de atacar a los guardias con planchas de metal arrancadas del suelo de sus letrinas. Los detenidos rara vez intentaban fabricarse las barras o cuchillos que se hacen los prisioneros violentos en Estados Unidos. Pero s¨ª consegu¨ªan desquiciar e incitar a los vigilantes j¨®venes, a menudo salpic¨¢ndoles con mezclas de excrementos conocidas entre ellos como "c¨®cteles". Cuando Bumgarner asumi¨® el mando en Guant¨¢namo se hab¨ªan difundido informaciones que indicaban que muchos de los detenidos no eran los curtidos terroristas que los funcionarios del Pent¨¢gono hab¨ªan proclamado haber capturado. El coronel caminaba por las instalaciones del campo Delta, el n¨²cleo cercado del centro. E intentaba hablar con algunos de los detenidos m¨¢s influyentes.
Analistas del ej¨¦rcito y la CIA vienen estudiando a la poblaci¨®n de Guant¨¢namo desde la apertura del campo, en enero de 2002. Repararon en que hab¨ªa portavoces de los presos, que sol¨ªan hablar ingl¨¦s, y l¨ªderes religiosos, o "jeques", que vert¨ªan su opini¨®n sobre cuestiones relativas a la ley isl¨¢mica. Tambi¨¦n hab¨ªa un colectivo m¨¢s oculto, cuyo liderazgo los analistas calificaban de "pol¨ªtico", o bien de "militar". No obstante, seg¨²n me dijeron posteriormente agentes del servicio de espionaje, estos analistas no ten¨ªan claro qui¨¦nes eran los l¨ªderes m¨¢s importantes. Bumgarner, al igual que la mayor¨ªa de los jefes de vigilancia anteriores, trat¨® de acercarse a los que hablaban ingl¨¦s.
Las ambiciones de Bumgarner eran modestas. "Buscaba que el campo, tal como quer¨ªa el general Hood, estuviera en paz", recordaba hace poco. Bumgarner declar¨® que su mensaje inicial a los detenidos fue: "Mirad, estoy dispuesto a daros cosas, a haceros la vida m¨¢s f¨¢cil si me correspond¨¦is". Lo que pidi¨® a cambio fue: "Limitaos a no atacar a mis guardianes".
Antes de trasladarse a Cuba, Bumgarner supervis¨® el desarrollo de la doctrina sobre detenciones en la Escuela de Polic¨ªa Militar del Ej¨¦rcito de Tierra, en Fort Leonard Wood, en Misuri. Como muchos otros coroneles de la polic¨ªa militar, se sinti¨® profundamente avergonzado cuando sali¨® a la luz el esc¨¢ndalo de Abu Ghraib, en mayo de 2004, y estaba decidido a desmantelar su legado.
En Guant¨¢namo, Bumgarner trat¨® inmediatamente de mitigar las tensiones dentro del campo. Si los detenidos quer¨ªan relojes en las paredes de las celdas del complejo, ¨¦l no ve¨ªa raz¨®n alguna para que no los tuvieran. En respuesta a las innumerables quejas que expresaban los presos sobre el agua corriente, convenci¨® a Hood para que permitiera la distribuci¨®n de agua embotellada durante las comidas. S¨®lo se dispon¨ªa de las reservas de los propios soldados, botellas etiquetadas con barras y estrellas. Para evitar problemas se orden¨® a los guardianes que arrancaran las etiquetas antes de distribuir los envases.
Los detenidos no respondieron, con todo, como las autoridades militares esperaban. A finales de junio de 2005, dos meses despu¨¦s de que Bumgarner asumiera el mando, algunos prisioneros se declararon en huelga de hambre para exigir mejores condiciones de vida, un trato m¨¢s respetuoso hacia el Cor¨¢n por parte de los guardianes y, lo m¨¢s importante, juicios justos o la liberaci¨®n. Aunque ese tipo de protesta no era ni mucho menos novedoso, al personal m¨¦dico del campo le preocupaba el n¨²mero inusualmente alto de prisioneros que se sumaron. Poco despu¨¦s de iniciada la huelga, Bumgarner fue informado de un alboroto en el campo Echo, un ¨¢rea de celdas m¨¢s aisladas situada en el extremo este del centro de detenci¨®n. El problema era con un saud¨ª de 38 a?os llamado Shaker Amer.
El coronel no le conoc¨ªa hasta entonces, pero ya sab¨ªa del car¨¢cter legendario del prisionero n¨²mero 239, al que sus guardianes llamaban El Profesor. Les impresionaba la fluidez de su ingl¨¦s y su presencia imponente. Algunos agentes del servicio de espionaje cre¨ªan que hab¨ªa sido un destacado miembro de Al Qaeda en Londres, donde viv¨ªa y se hab¨ªa casado antes de trasladarse a Afganist¨¢n en el verano de 2001 (Amer ha negado en todo momento cualquier vinculaci¨®n con Al Qaeda o el terrorismo).
Al principio, lo que preocupaba al coronel era que Amer estaba sacando de sus casillas a los guardianes, forzando una de las espor¨¢dicas campa?as de desobediencia que le hab¨ªan hecho famoso. "Al final me dije: ?ya est¨¢ bien!, yo mismo hablar¨¦ con ¨¦l". Seg¨²n recuerda Bumgarner, irrumpi¨® en el peque?o cuarto blanco, de aspecto hospitalario, y Amer estaba en su litera, detr¨¢s de la alambrada pintada que lo arrinconaba en una esquina.
"O cumples las reglas", le advirti¨® Bumgarner, "o la vida se te va a hacer bastante cruda". El coronel afirm¨® que no pretend¨ªa amenazarle con castigos f¨ªsicos, s¨®lo dejar muy claro que los pocos privilegios de que gozaba Amer -como utilizar un cepillo de dientes- pod¨ªan esfumarse.
Amer ni se inmut¨®. El prisionero, que no llevaba puestas sus gafas, achic¨® los ojos durante un momento, tratando de leer la insignia del coronel. "Coronel", dijo al final, "no me venga con ¨¦sas". Cuando Bumgarner se acomod¨® en una silla de pl¨¢stico blanca, Amer cruz¨® las piernas sobre la litera y comenz¨® a contarle su vida. Le habl¨® de su familia, de su viaje a Afganist¨¢n y de sus sentimientos hacia Estados Unidos. Le dijo que hab¨ªa trabajado como int¨¦rprete para los soldados estadounidenses en Arabia Saud¨ª durante la primera guerra del Golfo, y que despu¨¦s hab¨ªa estado empleado en una cafeter¨ªa a las afueras de Atlanta. "Me dio la impresi¨®n de que en aquella ¨¦poca era un bala perdida", me dijo Bumgarner. "Le encantaban las mujeres. Pero, seg¨²n ¨¦l, se hab¨ªa dado cuenta de que estaba equivocado". Amer le dijo al coronel que hab¨ªa tenido una revelaci¨®n, "que no iba por el buen camino persiguiendo a las chicas y bebiendo sin parar".
"Atraerme as¨ª formaba parte de su carisma", dir¨ªa m¨¢s tarde Bumgarner. "Se convirti¨® en una persona". Gran parte de la conversaci¨®n se centr¨® en la opini¨®n que ten¨ªa Amer sobre la organizaci¨®n de la prisi¨®n y qu¨¦ pod¨ªa hacerse para mejorarla. Parec¨ªa que las ideas del saud¨ª tal vez no eran muy diferentes de las de Hood. "Insinuaba que, si se aplicaba totalmente la Convenci¨®n de Ginebra, todo ir¨ªa bien en los campos", recordaba Bumgarner.
Despu¨¦s de casi cinco horas, Amer pregunt¨® al coronel si hab¨ªa enfurecido a alguien para acabar all¨ª. "De no ser as¨ª, no estar¨ªas en Guant¨¢namo", le contest¨®. "Nadie sobrevive a Guant¨¢namo. T¨² tampoco sobrevivir¨¢s".
Cuando, el 6 de septiembre, la Casa Blanca estableci¨® en una directiva que "se deber¨¢n acatar los requerimientos de las leyes de guerra y respetar lo establecido en el art¨ªculo 3 de la Convenci¨®n de Ginebra de 1949", parec¨ªa anunciar importantes cambios en las pr¨¢cticas de detenci¨®n y en el procesamiento de sospechosos de terrorismo. El presidente Bush dijo: "Se acerca el d¨ªa en el que finalmente podamos cerrar el centro de detenci¨®n de Guant¨¢namo". Sin embargo, al enviar all¨ª a 14 importantes presos de la CIA y presionar para que los detenidos fueran juzgados ante nuevos tribunales militares, la vida del centro se antojaba larga.
En lugar de prescindir del centro, la Administraci¨®n de Estados Unidos ha tratado de reducir su tama?o y de hacerlo menos censurable. Todo lo poco censurable, claro, que puede ser tener a 460 hombres detenidos, de los cuales s¨®lo 10 han sido formalmente acusados de delitos. Mientras tanto, las ruinas del campo X-Ray, las instalaciones provisionales donde los primeros prisioneros viv¨ªan en jaulas, est¨¢n siendo devoradas poco a poco por la selva.
Pero la memoria de los detenidos es duradera, y las descripciones de quienes han sido liberados -en ocasiones, horribles, y con frecuencia, imposibles de verificar- han determinado las percepciones del mundo hasta un punto imposible de superar por la Administraci¨®n de Bush. Sus relatos han aparecido en libros, pel¨ªculas, obras teatrales y canciones de rap, y en su mayor¨ªa presentan un mundo orwelliano, unas veces brutal, otras premeditado y otras simplemente torpe.
Durante los ¨²ltimos dos a?os, las organizaciones de defensa de los derechos humanos y Cruz Roja Internacional han detectado ciertas mejoras. Hood declar¨® que el uso de m¨¦todos de interrogatorio m¨¢s extremos se hab¨ªa restringido a los pocos meses de que ¨¦l asumiera el mando, m¨¢s o menos cuando se hizo p¨²blico el esc¨¢ndalo de Abu Ghraib. Sin embargo, los pol¨ªticos nunca han aclarado cuestiones m¨¢s generales que plantea la detenci¨®n indefinida en Guant¨¢namo: c¨®mo prevenir la radicalizaci¨®n de los detenidos o c¨®mo controlar a hombres que apenas tienen esperanza de alcanzar la libertad. Las han dejado en manos de los militares que trabajan sobre el terreno.
La huelga de hambre a la que hizo frente el coronel Bumgarner a mediados de junio de 2005 se agrav¨® con rapidez. De las numerosas protestas de esta clase registradas desde comienzos de 2002, pocas hab¨ªan forzado a los m¨¦dicos a alimentar por la fuerza a los detenidos mediante tubos conectados al est¨®mago. Sin embargo, en esta ocasi¨®n, no hab¨ªa un pu?ado de huelguistas, sino docenas de ellos.
Altos mandos del centro de Guant¨¢namo empezaron a reunirse regularmente con Hood para hacer un seguimiento. Al principal oficial m¨¦dico, el doctor y capit¨¢n de Marina John S. Edmondson, le preocupaba tener que alimentar a la fuerza a muchos presos. "Nunca es deseable tener que seguir un procedimiento que el paciente no quiere", dir¨ªa posteriormente. "?Qu¨¦ es m¨¢s prioritario? ?Los derechos del paciente o su vida? No es una pregunta f¨¢cil".
Bumgarner no tard¨® en recurrir al carism¨¢tico e influyente Shaker Amer, que estaba en huelga m¨¢s o menos desde la ¨¦poca de aquella primera conversaci¨®n. Entonces, afirma Bumgarner, el prisionero hab¨ªa tratado de convencerle "de forma muy sutil de que ¨¦l pod¨ªa controlar las cosas en el campo". El coronel decidi¨® considerar la propuesta y as¨ª se lo plante¨® a Amer durante dos encuentros: quer¨ªa que el campo de detenci¨®n funcionara sin sobresaltos y facilitar las cosas a los presos que obedecieran las normas; quer¨ªa saber qu¨¦ era lo que, seg¨²n Amer, hac¨ªa falta para que terminara la huelga.
El coronel ha declarado que siempre intent¨® ofrecer en estas conversaciones s¨®lo cosas que ¨¦l mismo pudiera cumplir, es decir, ligeras mejoras de las condiciones de vida de los detenidos. Amer le hab¨ªa dicho: "Si usted consigue que yo pueda caminar por los campos a mis anchas, puedo acabar con esto".
No hab¨ªa precedentes de consultas supervisadas entre los detenidos, pero el 26 de julio de 2005 el n¨²mero de presos en huelga de hambre llegaba a 56 y los m¨¦dicos estaban empezando a preocuparse por la salud de algunos de ellos. Bumgarner decidi¨® actuar.
Fue a visitar a Amer a un peque?o hospital situado dentro del campo de detenci¨®n. Estaba sentado en una cama, con un tobillo encadenado al armaz¨®n y rodeado por algunos de los seguidores m¨¢s decididos de la huelga de hambre. Seg¨²n Bumgarner, Amer le dijo que varios de los detenidos hab¨ªan tenido una "visi¨®n" en la que tres de ellos ten¨ªan que morir para que los dem¨¢s quedaran libres. Pese a todo, Amer consinti¨® en tratar de convencerlos para que abandonaran la protesta.
Seg¨²n el abogado de Amer, ¨¦ste acept¨® interrumpir su propia protesta el 26 de julio, pero no logr¨® convencer a los dem¨¢s. Bumgarner afirm¨® que esa noche o quiz¨¢ la siguiente orden¨® que unos guardianes sacaran a Amer del hospital y se reuni¨® con ¨¦l en el campo 5, la imponente secci¨®n de m¨¢xima seguridad. Recorrieron las celdas una por una, mientras Amer hablaba con algunos de los detenidos m¨¢s influyentes.
Ex presidiarios que fueron testigos de la visita me relataron que Shaker Amer les propuso, en ¨¢rabe, que pusieran fin a la huelga, explic¨¢ndoles que otros reclusos del campo 5 estaban de acuerdo. A cambio, les dijo, las autoridades militares promet¨ªan tratar de resolver los problemas de los prisioneros y respetar ciertas cl¨¢usulas de la Convenci¨®n de Ginebra.
Despu¨¦s de semanas de conversaciones con sus asesores, Bumgarner estableci¨® un nuevo programa para simplificar la disciplina del campo. Seg¨²n el sistema anterior, basado en cuatro niveles, los delitos se castigaban con la p¨¦rdida de "privilegios" como los libros de oraciones, o con confinamientos en barracones disciplinarios o aislados. El sistema, en opini¨®n de algunas fuentes militares, era tan complicado que con frecuencia su aplicaci¨®n parec¨ªa arbitraria.
El nuevo plan no contemplaba medias tintas. Todos los detenidos recuperaban la categor¨ªa de cumplidores y recib¨ªan todas las comodidades de las que se pod¨ªa disponer; entre otras cosas, pastillas de jab¨®n m¨¢s grandes. Los que infringieran las normas ser¨ªan degradados al estatus de "suministro b¨¢sico", y no habr¨ªa categor¨ªas intermedias.
Se eligi¨® un comit¨¦ de seis detenidos, que dar¨ªan su opini¨®n sobre c¨®mo mejorar las condiciones en el campo. En ¨¦l estaba Abdul Salam Zaeef, un ex ministro talib¨¢n y embajador en Pakist¨¢n que fue liberado de Guant¨¢namo a finales del verano de 2005. "La gente era muy esc¨¦ptica", recuerda Zaeef, en referencia al plan de representaci¨®n.
No obstante, la mayor¨ªa de los huelguistas interrumpieron sus protestas alrededor del 28 de julio. Los problemas disciplinarios en las diversas secciones cesaron y, seg¨²n me dijeron despu¨¦s algunos oficiales, el estado de ¨¢nimo en los campos mejor¨® notablemente. M¨¢s tarde, Bumgarner llamar¨ªa a este intermedio el "periodo de paz".
El comit¨¦ de prisioneros se reuni¨® con los administradores del campo y pidi¨® una mejora de las condiciones de vida, respeto por el Cor¨¢n y, finalmente, un juicio, y si ¨¦ste les proclamaba inocentes, su liberaci¨®n. En una reuni¨®n celebrada el 6 de agosto, Zaeef recordaba que Bumgarner hizo varias promesas: permitir¨ªa la circulaci¨®n de libros religiosos entre los detenidos y se asegurar¨ªa de que su comida fuera "adecuada". Para Zaeef, el compromiso m¨¢s importante del coronel fue el de enviarles a otro funcionario para hablar sobre el "futuro" de los detenidos. Seg¨²n algunos funcionarios, el 8 de agosto se permiti¨® a los seis miembros del comit¨¦ reunirse a solas dentro del patio cercado, con dos int¨¦rpretes militares cerca para supervisar la conversaci¨®n. Seg¨²n Zaeef y los propios soldados, los detenidos comenzaron a utilizar el papel y los bol¨ªgrafos que les hab¨ªan dado para tomar notas. Uno de los militares que observaba el encuentro les interrumpi¨®: no pod¨ªan pasarse notas, les dijo. Cuando insistieron en la confidencialidad, volvi¨® a interrumpirles. Pero al proceder a confiscarles las notas, algunos reclusos se las metieron en la boca y empezaron a masticarlas. Hood decret¨® el fin del experimento. "Este grupo ya no volver¨¢ a reunirse", recuerda el coronel que dijo Hood. "Y usted ya no va a reunirse m¨¢s con ellos".
El "periodo de paz" termin¨® bruscamente. Seg¨²n varias fuentes -mandos del ej¨¦rcito, ex presos y el abogado de Amer, Clive Stafford Smith-, a los reclusos tambi¨¦n les enfurecieron algunos incidentes registrados durante el fin de semana anterior a la segunda reuni¨®n del consejo. En uno de los casos, un prisionero hab¨ªa sido sacado a la fuerza de su celda, para despu¨¦s estar sentado durante horas esperando a que le interrogaran. En otro, el interrogatorio de un menudo recluso tunecino por parte de un investigador criminal mucho m¨¢s voluminoso termin¨® en una violenta refriega que arroj¨® el saldo de una nariz rota y la expulsi¨®n del investigador de la isla.
Seg¨²n algunos funcionarios, dos d¨ªas despu¨¦s de la interrupci¨®n de las negociaciones se produjo un altercado en los campos 2 y 3. Decenas de detenidos destrozaron sus celdas, arrancaron las sujeciones de sus retretes y las utilizaron para tratar de soltar las alambradas que los separaban. Se desplegaron guardianes en torno al per¨ªmetro de los complejos. El agua y la electricidad quedaron interrumpidos, y al final Bumgarner habl¨® por un meg¨¢fono, sirvi¨¦ndose de un int¨¦rprete de ¨¢rabe, para convencer a los detenidos de que abandonaran acompa?ados sus destrozadas celdas.
A mediados de agosto, la huelga de hambre que los comandantes militares cre¨ªan resuelta estaba recobrando fuerza. Seg¨²n fuentes militares y abogados de los detenidos, ya no se insist¨ªa en las condiciones de vida, sino que los prisioneros se centraban en su futura situaci¨®n legal. Las renovadas protestas alcanzaron su punto ¨¢lgido poco despu¨¦s del 11 de septiembre de ese a?o, cuando, seg¨²n fuentes oficiales, 131 prisioneros rechazaron su comida al menos durante tres d¨ªas seguidos.
Cuando los doctores comenzaron a intubar a los huelguistas m¨¢s contumaces para alimentarlos, la protesta consumi¨® al personal m¨¦dico. Se envi¨® a especialistas desde los hospitales navales de Florida. El peso de gran parte de los detenidos se manten¨ªa por encima o cerca del 80% del denominado peso corporal ideal. Pero, seg¨²n los m¨¦dicos, al irse prolongando la huelga, algunos llegaron a estar por debajo del 75% o incluso del 70% de ese ¨ªndice.
En diciembre, varios de los presos en huelga de hambre m¨¢s influyentes fueron enviados al campo Echo. El n¨²mero de los que protestaban, que a comienzos de enero era de 84 personas, no tard¨® en reducirse a s¨®lo un pu?ado. En la primavera de 2006, Hood y Bumgarner se?alaban que el estado de ¨¢nimo de Guant¨¢namo hab¨ªa cambiado.
Entonces, el 18 de mayo, los guardias del campo 1 encontraron a un detenido en estado comatoso y echando espumarajos por la boca, en lo que parec¨ªan s¨ªntomas de una sobredosis. La expresi¨®n en clave "bola de nieve" -utilizada por los guardianes para informar por radio de un intento de suicido- se trasmiti¨® una y otra vez. Se descubri¨® que un total de cinco detenidos hab¨ªa ingerido medicamentos que ellos y otros hab¨ªan ido acumulando. Posteriormente, los m¨¦dicos determinaron que los prisioneros hab¨ªan tomado somn¨ªferos, ansiol¨ªticos y antipsic¨®ticos. Como a ninguno de ellos se le hab¨ªan recetado esas medicinas, era evidente que otros reclusos hab¨ªan colaborado en el plan. M¨¢s tarde se encontrar¨ªa un alijo de otras 20 pastillas en la pierna ortop¨¦dica de un detenido.
En alg¨²n momento antes de la medianoche del 9 de junio, tres j¨®venes ¨¢rabes, recluidos en celdas cercanas en una sola zona del campo 1, se trasladaron en silencio a la parte posterior de sus peque?os cub¨ªculos y empezaron a colgar cuerdas cuidadosamente elaboradas a partir de trozos de s¨¢banas y ropa. Los focos hab¨ªan sido apagados durante la noche. En cualquier caso, los prisioneros ten¨ªan que actuar con rapidez: se supon¨ªa que los guardias pasaban por el complejo cada tres minutos. Despu¨¦s de sujetar las cuerdas en la alambrada de acero de sus celdas, los tres -Mani al Utaibi y Yaser Talal al Zahrani, saud¨ªes, y Al¨ª Abdul¨¢ Ahmed, yemen¨ª- amontonaron ropa bajo las s¨¢banas para que pareciera que estaban pl¨¢cidamente dormidos. Con las sogas rode¨¢ndoles el cuello, los prisioneros se deslizaron tras las mantas que hab¨ªan colgado junto a las esquinas posteriores de sus celdas y se pusieron de pie sobre los peque?os fregaderos de acero inoxidable. La ca¨ªda era corta -s¨®lo unos 46 cent¨ªmetros-, pero suficiente. Cuando los descubrieron, y seg¨²n las conjeturas de los m¨¦dicos, hac¨ªa por lo menos 20 minutos, probablemente m¨¢s, que se hab¨ªan asfixiado y muerto. Tanto militares como agentes del servicio de espionaje declararon que parec¨ªa que la veintena de prisioneros que estaban en la misma secci¨®n que los suicidas sab¨ªan que ¨¦stos se estaban preparando.
No se han hecho p¨²blicas las breves notas que dejaron esos hombres, y la investigaci¨®n que realiza la Marina sobre los suicidios sigue abierta. Sin embargo, los mandos militares de Guant¨¢namo no esperaron sus resultados, sino que llegaron inmediatamente a la conclusi¨®n de que los suicidios constitu¨ªan un ataque rel¨¢mpago dentro de la prolongada campa?a de protesta de los reclusos. Durante una conferencia de prensa celebrada horas despu¨¦s de los suicidios, el nuevo comandante en jefe de Guant¨¢namo, Harry Harris, los calific¨® de acto de "guerra asim¨¦trica".
Desde entonces, los militares han incrementado las medidas de seguridad para impedir posibles altercados o muertes. En su veredicto de junio sobre los tribunales militares, el Tribunal Supremo no dejaba al Gobierno m¨¢s salida que acatar las m¨ªnimas condiciones que fijan las Convenciones de Ginebra para el trato a los detenidos. Sin embargo, puede que los dem¨¢s privilegios y libertades que se les otorgan a ¨¦stos se pongan todav¨ªa m¨¢s en cuesti¨®n, ahora que la poblaci¨®n de Guant¨¢namo est¨¢ siendo cribada para reducirla a un peque?o n¨²cleo al que se unir¨¢n los m¨¢s destacados sospechosos de terrorismo capturados por la CIA.
Quiz¨¢ la remodelaci¨®n del campo 6, un flamante complejo de seguridad media que tendr¨ªa que haberse abierto este verano, pueda darnos alguna pista sobre el futuro de Guant¨¢namo. Hasta la pasada primavera, el nuevo campo deb¨ªa encarnar las condiciones que el coronel Bumgarner y otros oficiales confiaban en institucionalizar, con espacios para comidas colectivas y amplias zonas de recreo en las que los detenidos cumplidores podr¨ªan jugar al f¨²tbol y a otros deportes. Despu¨¦s del altercado y de los suicidios, el campo ha sufrido una notable reorganizaci¨®n. Al final, cuando se reabra, y seg¨²n fuentes militares, se parecer¨¢ en cierto modo al campo 5, la secci¨®n de m¨¢xima seguridad que hay al lado.
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