Duelo a garrotazos
Habr¨¢, por descontado, quienes todav¨ªa se conformen con alguna variante de la explicaci¨®n trivial: el grado de crispaci¨®n que ha alcanzado la vida pol¨ªtica en Espa?a es corriente en democracia, y obedece al inter¨¦s de unos y de otros por mejorar sus expectativas electorales. Pero cada vez son m¨¢s quienes empiezan a intuir que se est¨¢n sobrepasando algunos l¨ªmites, y que, por tanto, desear¨ªan conocer las razones por las que siempre se llega al punto en el que estamos, como si pesara sobre nuestro pa¨ªs una maldici¨®n inmemorial. Cuando, otra vez, las insinuaciones y las conjeturas valen m¨¢s que los hechos demostrados, y la descalificaci¨®n y la disciplina militante m¨¢s que los argumentos, ?se puede seguir pensando que no existe en Espa?a una vieja pulsi¨®n destructora, que se desata al menor descuido? Aqu¨ª llegan, entonces, esas otras explicaciones que, por distanciarse de la trivial, adoptan la apariencia de trascendentes. Explicaciones que, de la mano de pol¨ªgrafos de aluvi¨®n, establecen similitudes entre la izquierda actual y la que particip¨® en la Revoluci¨®n de 1934 o, desde la posici¨®n sim¨¦trica, entre la derecha de hoy y la que alent¨® el clima previo a la Guerra Civil. En definitiva, que se empe?an en restaurar la inquietante met¨¢fora de las dos Espa?as.
Sin embargo, no es que la crispaci¨®n actual tenga sus ra¨ªces en el pasado remoto; es que todo, incluido el pasado remoto, sirve para alimentar la crispaci¨®n actual. Una crispaci¨®n que no obedece a ninguna tara originaria del pa¨ªs, sino a decisiones pol¨ªticas, estrictamente pol¨ªticas, que irrumpen en 1993, y que se llevan hasta el paroxismo durante la ¨²ltima legislatura, la anterior a las elecciones del 14 de marzo. Durante esos cuatro a?os de mayor¨ªa absoluta del Partido Popular, algunos de sus dirigentes, y en concreto el reciente y extravagante histori¨®grafo de Georgetown, utilizan la bonanza econ¨®mica como coartada para emprender una operaci¨®n de alto riesgo: convertir la agenda pol¨ªtica en una agenda ideol¨®gica. La gesti¨®n del Estado de las Autonom¨ªas se transforma, as¨ª, en el Problema de la Unidad de Espa?a, una categor¨ªa sobre la que est¨¢ obligado a pronunciarse hasta el ¨²ltimo de los ciudadanos. La pol¨ªtica exterior, por su parte, deja de ser una simple combinaci¨®n de objetivos e instrumentos diplom¨¢ticos y se transfigura en un proyecto de aliento mesi¨¢nico: sacar a Espa?a del rinc¨®n de la Historia, poni¨¦ndola a guerrear contra el "islamofascismo" junto a los grandes de este mundo. La misma Historia de Espa?a es objeto de una clarificaci¨®n, o por mejor decir, de una revisi¨®n alentada por fundaciones cercanas al poder, que pretenden reintroducir en la escuela una vieja consigna del nacionalcatolicismo: "Quien dice ser espa?ol y no ser cat¨®lico, no sabe lo que dice".
El error del Gobierno socialista, el error que ha impedido detener esta espiral de crispaci¨®n cada vez m¨¢s vertiginosa, ha sido aceptar a pies juntillas la agenda ideol¨®gica del Partido Popular, y limitarse a proponer en cada punto la respuesta exactamente contraria. Donde unos dec¨ªan que Espa?a era una, los otros dicen que es plural. Donde unos abrazaban un proyecto mesi¨¢nico y guerrero, los otros ponen en pie un proyecto igualmente mesi¨¢nico, pero irenista. Donde unos reclamaban la revisi¨®n de la historia, los otros se proclaman partidarios de la recuperaci¨®n de la memoria. En lugar de enviar la agenda ideol¨®gica al cesto de los papeles, regresando a una agenda pragm¨¢tica y, en resumidas cuentas, pol¨ªtica, se confirma con obstinaci¨®n en cada uno de sus apartados, y los actores del debate pol¨ªtico se solazan en llamarse extremistas y nost¨¢lgicos, sin darse cuenta de que comparten el mismo barrizal.
Entretanto, la bonanza econ¨®mica que sirvi¨® de coartada a este duelo a garrotazos muestra su verdadera naturaleza: una parte sustancial es un episodio de euforia financiera que, en lugar de especular con tulipanes como ocurri¨® en el siglo XVI, especula con ladrillos.
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