Faltas
Mal andan las cosas cuando hasta los t¨¦cnicos del ayuntamiento, encargados de corregir las pruebas de oposiciones de los aspirantes a ordenanza, cometen faltas de ortograf¨ªa. Ha sucedido en Sevilla, donde dos de los examinados no cab¨ªan en s¨ª de consternaci¨®n despu¨¦s de comprobar c¨®mo todas sus nociones sobre may¨²sculas o min¨²sculas y los modos en que se debe articular una frase se derrumbaban como una catedral de naipes. Que la autoridad siempre ha empleado un lenguaje opaco y cubierto de niebla para dirigirse al profano puede comprobarlo quien lo desee con s¨®lo ojear cualquier bolet¨ªn de cualquier consejer¨ªa de la Junta: yo, que por motivos laborales a veces me asomo a la prosa del BOJA, no dejo de sorprenderme de que el castellano pueda ser usado con tal aridez, ni de que una frase pueda imitar de modo tan acabado a un muro de hormig¨®n armado; el estilo es una cosa y cada cual dispone de libertad para mascar papel de lija en vez de saborear la mantequilla, pero en cuesti¨®n de faltas de ortograf¨ªa ya penetramos en un ¨¢mbito m¨¢s cenagoso. Aunque no tenga nada que ver con la Real Academia, no deja de alarmarme que una instituci¨®n se?era como el ayuntamiento, que se supone que cobija, amamanta y aconseja a los ciudadanos, la emprenda de repente a patadas contra la pobre gram¨¢tica, que, tal y como andan las cosas, se ha convertido en el saco en que todos los boxeadores calientan sus guantes. Si velamos en las escuelas por erradicar esa epidemia que reemplaza bes por uves y exigimos a nuestros j¨®venes que se sirvan de un castellano pasteurizado para superar sus ex¨¢menes, ?qu¨¦ diremos cuando nos se?alen a los responsables de la oficina municipal en busca del agravio comparativo? Me parece a m¨ª que, de los delitos y faltas que pueden cometerse, las de ortograf¨ªa son las ¨²nicas que no dispensa ninguna inmunidad diplom¨¢tica.
Recuerdo que hace unos a?os se puso de moda comparar las leyes gramaticales con las del tribunal y al maestro que corrige el cuaderno del alumno con el polic¨ªa que desenfunda su porra en las manifestaciones. Incluso un premio Nobel, nada menos que el insigne Gabo Garc¨ªa M¨¢rquez, circul¨® por alg¨²n programa cultural proclamando que la ortograf¨ªa despertaba en sus dedos una ol¨ªmpica indiferencia y que ¨¦l escrib¨ªa a la buena de Dios, sin obedecer la dictadura de ning¨²n profesor de universidad, y que dejaba a su corrector, persona cuyo fuerte deb¨ªa de ser sin duda la paciencia, la tarea de enmendar desmanes. Actitud que casa bien con el talante liberal del escritor colombiano y que puede leerse como todo un desaf¨ªo contra el orden establecido en estos tiempos de conformismo, pero que a m¨ª no deja de resultarme una irresponsabilidad. Que el surrealismo me perdone, pero no encuentro ni ¨²til ni revolucionario mover el caballo sobre el tablero como si se tratara de un alfil, silbar a quien nos pregunta por la direcci¨®n de una calle o re¨ªrse a mand¨ªbula batiente en el funeral de un amigo: son actos que, simplemente, vulneran el pacto t¨¢cito de reciprocidad que existe entre nosotros y el pr¨®jimo y que nos permite compartir la misma acera y los mismos sue?os. Al fin y al cabo, la ortograf¨ªa est¨¢ ah¨ª para ayudarnos a sacar partido de una herramienta, el lenguaje, que nos facilita entendernos con el vecino de al lado y dedicar palabras de amor a la novia, y sin la cual en muchas ocasiones nos quedar¨ªamos a oscuras a la hora de cumplir una orden o atender a un deseo ajeno. De alg¨²n modo, ese adolescente con tendencias anarquistas que maldice la posici¨®n de la hache en ciertas palabras y que la amputar¨ªa sin piedad si estuviera en su mano debe aprender que la convivencia entre seres humanos pasa por el acatamiento de ciertas reglas convencionales, que todos podemos aspirar a una vida mejor si respetamos las normas de juego en vez de decidir mover los peones seg¨²n sugiera el capricho del momento: aprender hoy que coraz¨®n se escribe con tilde es aceptar ma?ana que el coche se detiene ante el disco en rojo y que antes de replicar a un interlocutor hay que permitirle concluir sus frases. A su modo, y que tambi¨¦n los ayuntamientos se apliquen el cuento, una uve perdida resulta inmoral: la maldad, dec¨ªa S¨®crates, s¨®lo es otro nombre de la ignorancia.
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