Marthaler, Alfaro, Veronese
La mosca ts¨¦-ts¨¦. He visto La mosca de la fruta, de Marthaler (Teatro de la Zarzuela, Festival de Oto?o), y me he aburrido como un lir¨®n: l¨¢stima grande. Alucin¨¦ con Murx (Tati +Titanic) y fui teletransportado al N¨¢poles brillante y hambriento de la posguerra en Los diez mandamientos, pero esta vez hay demasiado m¨¦todo en su locura. Concepto: un grupo de tristes cient¨ªficos de la antigua Alemania del Este investiga la gen¨¦tica del amor a partir de la mosca titular. Dar¨ªa igual que fueran oficinistas de Cincinnati, porque la forma de Marthaler parece encallada en la autofranquicia: personajes estramb¨®ticos y solitarios, coreograf¨ªas m¨ªnimas, gags mineralizados, y, eso s¨ª, s¨²bitas y deslumbrantes cristalizaciones po¨¦ticas. Dos horas (sin intermedio, no sea que la gente se abra) son muchas para esa torrentera de frases en plan CSI on¨ªrico y esa banda sonora que podr¨ªa amueblar seis pel¨ªculas de Syberberg: ¨®pera por un tubo, romanzas italianas, lieders, canciones francesas de serie B. Por supuesto que hay momentos ¨¢ureos, porque Marthaler sigue siendo un poeta y sus c¨®micos son superdotados: el mon¨®logo con s¨ªndrome de Tourette, el humilde d¨²o de La Boh¨¨me, o la mutaci¨®n de una Monypenny comunista en una deslumbrante hija de Zarah Leander. Y una gran frase para el recuerdo: "Los protozoos ciliados eran celosos".
A prop¨®sito de tres montajes: La mosca de la fruta, El portero y Un hombre se ahoga
Raz¨®n:Portero. La Abad¨ªa se llena cada noche para aplaudir El portero (The Caretaker), de Harold Pinter, con direcci¨®n de Carlos Alfaro, y yo me siento como Robert Walker durante el partido de tenis de Extra?os en un tren, con el cuello r¨ªgido y la mirada ida mientras todos cabecean admirativos. ?Es un mal montaje? No, en absoluto. Pero en los tres actores (Enric Benavent, Luis Bermejo, Ernesto Arias) se nota demasiado, para mi gusto, el esfuerzo, la composici¨®n, la venta de sus personajes. Subrayan las emociones; mantienen el gesto una vez concluida la frase, como si temieran que la intenci¨®n no quedase clara; est¨¢n condenadamente pendientes de cada efecto. Fuerzan lo c¨®mico y sobrecargan el drama. El humor del primer Pinter no era naturalista: estaba a caballo entre Beckett y The Goon Show, el glorioso programa radiof¨®nico de Peter Sellers y Spike Milligan, y deber¨ªa interpretarse con un absoluto deadpan, sin aceleraciones, el mismo tono para "?una taza de t¨¦?" que para "me lobotomizaron". Es otro talante, otra tonalidad y, sobre todo, otra escuela, eminentemente brit¨¢nica. Davis, el portero, no es un mendigo valleinclanesco sino dickensiano; la amenaza de Mike est¨¢ m¨¢s cerca de la de un villano de Los vengadores que de la chuler¨ªa bronca, con impostados cambios de velocidad, de Ernesto Arias. Carlos Alfaro extrae, con nitidez quir¨²rgica, el espinazo de la trama, pero al mudar el tono la funci¨®n se instala en un territorio inc¨®modo, de sainete alucinado y chirriante.
Rostros sin regalo. Al fin una sensaci¨®n: Un hombre se ahoga, de Daniel Veronese, en Temporada Alta. Capote nos ense?¨® la diferencia abisal entre "escribir bien" y el arte verdadero. "Escribir bien" es, a menudo, aplicarse, mostrar lo que uno sabe hacer, la bater¨ªa de gracias y recursos, los golpes de talento. El arte verdadero es otra cosa. Ofrece una certidumbre de verdad instant¨¢nea, aparentemente sencilla. Tiene la inmensa cortes¨ªa de no revelar el esfuerzo: parece un juego concebido por un ni?o madur¨ªsimo o un viejo que r¨ªe y llora al mismo tiempo, un viejo salvajemente divertido. Es la forma suprema del entretenimiento: sobrecoge, transporta, y nunca aburre. Un hombre se ahoga es arte verdadero. A priori, una pendejada: montar Las tres hermanas intercambiando el sexo de los personajes. "Ellas" son actores, "ellos" son actrices. ?Tiene sentido? No s¨¦ si lo tiene, pero a los dos minutos te lo crees todo, porque ya te han instalado en su realidad, como suced¨ªa en Vania en la calle 42. Doce actores en escena, con ropa de calle, interpretando la trama en continuidad, sin pausas ni cambios de acto. Continuidad quiere decir un afianzad¨ªsimo tejido emocional, sin escapatoria pero sin claustrofobia; una red implacable de tensiones y afectos. Cuando "no act¨²an" siguen actuando, es decir, permanecen en sus sillas, vinculados, ultrapresentes en el sal¨®n familiar. Los contornos de la representaci¨®n se difuminan: todo tiene el aire irreal y perturbadoramente ver¨ªdico de un sue?o: Ch¨¦jov so?ando Las tres hermanas. Todo est¨¢ ensayado y pautado al mil¨ªmetro pero exhala el mismo perfume de improvisaci¨®n libre que consigui¨® Eustache en La maman et la putain. No hay "distanciamiento" ni "reflexi¨®n sobre el intercambio de roles": hay pasiones y vulnerabilidades que mudan de uno a otro sexo, porque as¨ª es la vida, as¨ª es el alma. Todos son primer¨ªsimos actores y actrices, la flor y nata del teatro argentino. Tambi¨¦n en su m¨¦todo est¨¢ su grandeza: ensayaron durante seis meses, a ratos ganados, sin cobrar, a la salida de sus "trabajos remunerados", por puro amor al arte. La funci¨®n se representaba cada domingo en una peque?a sala bonaerense, el Camar¨ªn de las Musas. S¨®lo de pensar que alguien se atreviera a hacer aqu¨ª algo parecido me entra la risa. Y la enorme pena de que esta maravilla se haya visto una sola vez, en La Planeta de Girona. ?Nadie les ofreci¨® una estancia de varios d¨ªas en Barcelona, en Madrid, para ense?anza y edificaci¨®n de c¨®micos y p¨²blico? Una cosa m¨¢s, tal vez la m¨¢s importante. La verdad de esos actores va m¨¢s all¨¢ de su extraordinario entrenamiento. Acorde al t¨®pico, sus caras son su mejor espejo. Esas caras no se las regalaron. Son caras con historia, con historias. Por ah¨ª han pasado muchas cosas. Por esas caras y esos cuerpos y esas voces. Marta Lubos, la doctora Chebutikin; Elvira Oneto, la baronesa Tusembach; Claudio Tolcachir, "un" Irina que parece escapado de una pel¨ªcula de Garrel; todos y todas. Tras el incomprensible (o no) patinazo de El t¨²nel, ya era hora de ver a Veronese mostrando sus plen¨ªsimos poderes. Me relamo pensando en el Mujeres so?aron caballos que montar¨¢ en el Mar¨ªa Guerrero.
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