Deseo de realidades
YO TEN?A catorce a?os y las lenguas extra?as eran puertas a mundos extra?os, tan buenos y fabulosos como los discos que o¨ªamos en la radio, la televisi¨®n o las m¨¢quinas. No entend¨ªamos casi nada. Alguien dedicado a la neuropsiquiatr¨ªa podr¨ªa estudiar el estado cerebral de una generaci¨®n crecida con canciones hechas de palabras estrafalarias que no ten¨ªan correspondencia en la realidad y ocupaban de modo obsesivo una extensi¨®n mental importante: una especie de lenguaje divino, pr¨¢cticamente impenetrable e indescifrable. Aquellas palabras eran el ensalmo para entrar en el mundo feliz. Pensando en aquellas palabras, me hice traductor.
He tenido m¨¢s sentido de la irrealidad que de la realidad. He deseado la fabulaci¨®n, las pel¨ªculas y las canciones y los libros, materias con que se construyeron las paredes de mi aislamiento juvenil en Granada. He traducido porque quer¨ªa leer. No me bastaban los libros en mi lengua. No me bastaba mi lengua, ni mi mundo. Un famoso genio alem¨¢n dijo que hab¨ªa dos maneras de traducir: acercar a nosotros el mundo extra?o del autor extranjero, o acercarnos nosotros al mundo ajeno y extra?o, con sus circunstancias inesperadas, sus seres desconocidos y sus modos de hablar, que, en principio, no se dirigen a nosotros. Yo prefiero esta segunda manera de traducir, propia del explorador o aventurero impertinente.
La dispersi¨®n bab¨¦lica de las lenguas significa fundamentalmente diferenciaci¨®n de mundos, de formas de vida, y creo que traducir palabras es menos dif¨ªcil que traducir costumbres, esas peculiaridades que afectan a los vestidos, la flora, la fauna, las relaciones personales o las celebraciones colectivas. Un mundo es m¨¢s intraducible que una frase. Por eso Vlad¨ªmir Nabokov le exige al traductor conocimiento de la realidad del autor que ha de traducir: las palabras tienen historia y fondo, reciben vida de su ¨¦poca. Tienen sentido en su mundo. El traductor presta atenci¨®n a ese mundo. Un escritor hace lo mismo: escribe porque presta atenci¨®n, o para prestar atenci¨®n. En eso consiste el enamoramiento: en prestar especial atenci¨®n a un ser.
Para m¨ª escribir y traducir son esencialmente lo mismo. Escribir es un prestar atenci¨®n, un estado de enamoramiento ante la realidad. Consiste en nombrar el mundo para entenderse con ¨¦l. El mundo ocasional del traductor es el libro que debe traducir. Yo he traducido porque quer¨ªa leer, meterme en realidades que para m¨ª eran irrealidades. Empec¨¦ siendo un intruso, un invasor de mundos ajenos, y acab¨¦ invadido y escribiendo con mis palabras las palabras de otro. Nabokov tambi¨¦n les ped¨ªa a los traductores poder de imitaci¨®n: deb¨ªan ser capaces de asumir el papel del autor traducido y duplicar su dicci¨®n, sus modales y sus h¨¢bitos de pensamiento "con el m¨¢ximo grado de verosimilitud". Traducir es hacerse pasar por otro. Escribir no es muy distinto: es descubrir que se es otro distinto de quien uno cre¨ªa ser.
Un deseo de aventura, de f¨¢bula, de exploraci¨®n de mundos extra?os a m¨ª, me ha llevado a traducir a autores tan diversos como Virginia Woolf, Paul Auster, Pere Gimferrer, Scott Fitzgerald, Jorge Luis Borges, Dashiell Hammett o Albert Caraco. Los viajes felices merecen ser contados, y por eso he intentado traducir con fidelidad: quer¨ªa dar cuenta literalmente de lo que existe en los mundos visitados. Quer¨ªa dar cuenta de lo le¨ªdo, palabra por palabra, con fidelidad triple: fidelidad a las obras que he traducido; fidelidad a m¨ª, como lector obligado a leer bien; fidelidad al futuro lector al que le entrego mi lectura de la obra traducida. Esta ¨²ltima exigencia de fidelidad es equivalente al pacto de veracidad impl¨ªcito entre dos conversadores.
Justo Navarro es novelista, poeta y traductor.
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