La coma
Diminuta como una hormiga y olvidada por la mayor¨ªa de los escolares, la coma es la bocanada de aire que oxigena nuestro pensamiento. Ya en el primer siglo de nuestra era, Quintiliano, que no hab¨ªa le¨ªdo a Henry James, sosten¨ªa que una oraci¨®n, adem¨¢s de expresar una idea completa, deb¨ªa poder pronunciarse sin perder el aliento. Ese peque?¨ªsimo signo proporciona la ilusi¨®n de un descanso, como cuando al subir una colina, nos paramos durante un segundo en un repecho a contemplar el paisaje. La necesidad de indicar las pausas en una frase es probablemente tan antigua como la escritura, pero la regla de los signos de puntuaci¨®n no se estableci¨® hasta el Renacimiento.
"Ning¨²n hierro", escribi¨® Isaac Babel, "puede hundirse en el coraz¨®n con la fuerza de un punto puesto en el lugar preciso". Sin ¨¦l Ulises nunca hubiera llegado a Itaca y las desventuras del joven Werther no tendr¨ªan fin. Su picadura de tinta encierra el secreto del tiempo como los silencios de una partitura. Todos los signos guardan en su interior los dones de la m¨²sica y algunos incluso esconden misterios m¨¢s ¨ªntimos que tambi¨¦n pueden darle sentido a la existencia. Stendhal, en La Cartuja de Parma, consigui¨® meter una noche entera de amor dentro de un punto y coma. Sin llegar a esas cimas de la elipsis, la coma, ah¨ª donde se la ve, tan humilde como una semifusa, puede llegar a cambiar la trayectoria de una vida. Contaba L¨¢zaro Carreter que al emperador Carlos V, le pasaron un d¨ªa una sentencia que dec¨ªa as¨ª: "Perd¨®n imposible, que cumpla su condena". Pero el monarca se hab¨ªa levantado con buen ¨¢nimo aquella ma?ana y cambi¨® la coma de lugar, dejando el texto de este modo: "Perd¨®n, imposible que cumpla su condena". De este modo alguien se libr¨® del terrible penal del Alc¨¢zar o de trabajos forzados en las galeras y qui¨¦n sabe incluso si de la horca.
A pesar de ello hay gente que es muy despreciativa con los signos de puntuaci¨®n. La esposa del presidente de los Estados Unidos, Laura Bush, que nos tiene acostumbrados a curiosas revelaciones, ha dicho p¨²blicamente en una cena, rodeada de periodistas, que la guerra de Irak ser¨¢ s¨®lo una coma de la Historia. Al fin y al cabo desde la perspectiva de un pa¨ªs tan poderoso, los iraqu¨ªes y las comas tienen en com¨²n su tama?o, que es el de una hormiga. Por si ustedes no lo recuerdan, esta mujer es la misma que en otra ocasi¨®n confes¨® que para su esposo no hab¨ªa ning¨²n problema "que no pudiera arreglarse con una motosierra". Si unen las dos frases en su subconsciente, se producir¨¢ un corto circuito de tal potencia que el terror cinematogr¨¢fico de los hermanos Coen, les parecer¨¢ una pel¨ªcula de Walt Disney.
En el siglo XVI un joven tip¨®grafo veneciano defini¨® el valor de los signos en un manual para uso de los empleados de su imprenta. No pod¨ªa saber, que al hacerlo, estaba regal¨¢ndonos a nosotros, futuros lectores, el descubrimiento de la m¨²sica en el lenguaje. Su invento nos permiti¨® diferenciar la raz¨®n de la locura, la vida de la muerte, el d¨ªa de la noche. Pero lamentablemente Aldo Manuzio no consigui¨® que su manual fuera de conocimiento obligado para llegar a presidente de los Estados Unidos. As¨ª nos encontramos en pleno siglo XXI a un fan¨¢tico de las motosierras decidiendo los destinos de toda la humanidad.
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