Hambre
No form¨® en las siniestras SS como G¨¹nter Grass (entre otras cosas porque ten¨ªa entonces casi setenta a?os), pero simpatiz¨® con el nazismo y apoy¨® sin reservas la ocupaci¨®n alemana de su pa¨ªs, Noruega. Al igual que el poeta Ezra Pound, despu¨¦s de la guerra fue declarado loco, despose¨ªdo de sus propiedades y encarcelado. Pero el precio m¨¢s alto pagado por Knut Hamsun por sus delirios nazis fue la condena a su obra, la escasa o nula difusi¨®n de sus libros y algo peor que el repudio: el olvido. Y sin embargo Hamsun sigue siendo (no ha dejado de ser secretamente) uno de los autores m¨¢s potentes, avanzados y originales de la moderna literatura europea. Releo estos d¨ªas Hambre, su incre¨ªble novela (incre¨ªble porque en ella est¨¢n Kafka, Freud y Jung una d¨¦cada antes de que comience el siglo XX) y me sigue admirando su vigencia.
Leer a Hamsun, entre las toneladas de cretona impresa con las que nos sepulta el mercado editorial, es ingresar en la modernidad, aunque nos hable de algo tan aparentemente fuera de lugar en nuestra sociedad del bienestar como el hambre, ese extra?o suceso, ese animal ex¨®tico. Hamsun relat¨® en su novela, publicada en 1888, sus experiencias de aprendiz de escritor en Oslo. Su experiencia, sobre todo, del hambre f¨ªsica. Los lectores sentimos las punzadas del hambre en el est¨®mago y en el cerebro del protagonista. El hambre como un perro de presa que no suelta a su v¨ªctima. El mordisco del hambre que el novelista no pudo o no quiso olvidar.
Uno lee a Knut Hamsun y piensa en los caprichos (y tambi¨¦n en las trampas) de la memoria. Cierta memoria hist¨®rica, m¨¢s inquisitorial que reivindicativa, es responsable de que obras sobresalientes hayan sido juzgadas y condenadas por expedientes meramente pol¨ªticos. La memoria nos hace olvidar, parad¨®jicamente, lo ¨²nico memorable de algunos personajes. No digo que la infamia no merezca su historia universal, como propuso Borges, pero tampoco creo en anatemas, capirotes y estigmas. La memoria, es curioso, se puede convertir y se convierte a veces en m¨¢quina de amnesia.
La memoria tambi¨¦n es selectiva. Uno elige olvidar o elige recordar. Los recuerdos nos hacen. Lo dec¨ªa Valle-Incl¨¢n: no somos lo que vemos, sino lo que recordamos. Y cada uno recuerda lo que quiere y hasta puede, si le apetece o si lo necesita, procurarse un surtido arsenal de recuerdos falsos. Unos no quieren olvidar (ni que los dem¨¢s lo olvidemos) que Knut Hamsun fue un nazi durante algunos a?os. Knut Hamsun, por su parte, nunca quiso olvidarse del hambre.
El recuerdo tambi¨¦n tiene sus modas, Y ahora no est¨¢ de moda recordar, como el autor noruego, el hambre. En nuestro pa¨ªs, meca de cocineros y gastr¨®nomos, tampoco nadie quiere acordarse del hambre. Se supone que nuestros perros siempre fueron atados con hermosas y largas longanizas. Tortillas deconstruidas, cocineros convertidos en h¨¦roes nacionales, restaurantes con lista de espera de semanas o meses o a?os, alimentos aut¨®ctonos o ecol¨®gicos o ambas cosas a un tiempo a precio de oro. Todo a precio de oro y todos encantados, todo el mundo tragando, deglutiendo, ingiriendo y metabolizando nuestra prosperidad.
?Qui¨¦n se acuerda del vino de mesa o qui¨¦n del plato ¨²nico? Hay cuestiones que es mejor olvidar, seguramente. Tampoco es conveniente recordar los siete mil millones de euros que los ciudadanos espa?oles, unos con otros, debemos a los bancos y a las cajas de ahorros y gracias a los cuales por nuestras carreteras circulan los m¨¢s flamantes veh¨ªculos y nuestras casas (nuestras y de las entidades financieras) son un muestrario del ¨²ltimo equipamiento tecnol¨®gico. Hay prestamistas en todos los rincones dispuestos a fiarnos tres mil euros para hacer realidad nuestros caprichos (incluidos los caprichos gastron¨®micos y tur¨ªsticos). En fin, uno lee a Knut Hamsun y repara en que durante este a?o de la memoria hist¨®rica nos estamos olvidando del hambre, es decir, del pasado (no tan lejano como algunos pretenden) de Euskadi, de Espa?a y de Europa. El hambre es importada. Llega hacinada en barcos y en cayucos y arriba a nuestras costas con sus ojos en blanco y su piel negra. La miramos como a una cosa extra?a, una desconocida a la que, sin embargo, conocimos muy bien hace tiempo, hasta que decidimos olvidarla.
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