El dedo que acciona el gatillo
El rey Juan Carlos I ha desempe?ado un papel indudablemente positivo en dos momentos delicados de nuestra historia reciente. La transici¨®n de la dictadura de Francisco Franco a la actual democracia espa?ola habr¨ªa sido m¨¢s dif¨ªcil y arriesgada sin la presencia de un puente que uniera ambas orillas con el benepl¨¢cito m¨¢s o menos expl¨ªcito de todos los bandos implicados.
El general¨ªsimo Franco nombr¨® a Juan Carlos de Borb¨®n como su sucesor en la jefatura del Estado, por lo que los franquistas no tuvieron m¨¢s remedio que aceptarlo, por muy a rega?adientes que fuera. Franco muri¨® el 20 de noviembre de 1975 y s¨®lo dos d¨ªas despu¨¦s Juan Carlos jur¨® como Rey ante las Cortes del r¨¦gimen moribundo. Al cabo de unos meses, Juan Carlos nombr¨® jefe de Gobierno a Adolfo Su¨¢rez, ministro de la Falange reconvertido en instaurador de la democracia. El 23 de febrero de 1981 los fantasmas del anterior r¨¦gimen todav¨ªa nos depararon el esperpento televisado del asalto al Congreso por Antonio Tejero al frente de 200 guardias civiles. Pistola en mano y dedo en el gatillo, Tejero mantuvo secuestrados a los diputados durante 18 horas, a la espera de que se le uniesen las unidades militares. Juan Carlos I, vestido de uniforme de capit¨¢n general, apareci¨® en la televisi¨®n y orden¨® a los militares que se mantuviesen dentro de la ley y obedeciesen a las autoridades leg¨ªtimas, con lo que la intentona qued¨® abortada. En ambas ocasiones Juan Carlos de Borb¨®n, bien aconsejado, estuvo a la altura de las circunstancias.
En las distancias cortas, Juan Carlos es campechano y jovial, y f¨¢cilmente despierta la simpat¨ªa de sus interlocutores. No destaca por sus virtudes intelectuales ni por su fina sensibilidad, pero ello tampoco es exigible a un monarca constitucional, que en definitiva es una figura decorativa, a la que basta con no provocar esc¨¢ndalos para mantener su trono. Aqu¨ª no me refiero a pecadillos triviales, sino a conductas que produzcan indignaci¨®n moral profunda o que choquen frontalmente con los valores de nuestra ¨¦poca.
Hoy en d¨ªa, la conciencia ecol¨®gica y bio¨¦tica y la preocupaci¨®n por la vida en nuestro planeta desempe?an un papel fundamental en la emergente cultura global. Aunque la caza ten¨ªa mucho sentido durante el Paleol¨ªtico, lo perdi¨® por completo tras la revoluci¨®n del Neol¨ªtico, que tuvo lugar hace unos diez mil a?os. Es cierto que a los reyes asirios les llevaban leones en jaulas para que el monarca los alancease. Se supon¨ªa que el rey siempre estaba machacando cabezas de enemigos y que en los ratos libres se entretendr¨ªa matando animales. Todav¨ªa a mediados del siglo XX, los jerarcas del franquismo y los hombres de negocios enchufados intercambiaban favores corruptos a la sombra de la complicidad establecida durante sus cacer¨ªas compartidas, que adem¨¢s aliviaban su exceso de testosterona. Varias de las mejores pel¨ªculas del cine espa?ol, como La caza, de Carlos Saura, o La escopeta nacional, de Luis Garc¨ªa Berlanga, testimonian de este oscuro periodo.
En cualquier caso, ahora vivimos en el siglo XXI, cuyos valores e inquietudes no son los del Paleol¨ªtico ni los del Imperio Asirio y ni siquiera los del franquismo. Incluso en Inglaterra ya han prohibido su tradicional caza del zorro, y eso que el zorro no est¨¢ en peligro de extinci¨®n. En su tiempo, F¨¦lix Rodr¨ªguez de la Fuente trat¨® de atraer a Juan Carlos hacia la nueva sensibilidad, pero la muerte prematura del primero priv¨® al segundo de una saludable influencia que quiz¨¢s habr¨ªa acabado apart¨¢ndolo del gatillo, por el que siempre ha sentido afici¨®n.Las especies en peligro de extinci¨®n son objeto de intensa preocupaci¨®n, sobre todo si se trata de animales tan notables y emblem¨¢ticos como el oso. Los osos, que ya eran abundantes en la pen¨ªnsula Ib¨¦rica en el Pleistoceno medio, han sido perseguidos con sa?a hasta su casi total exterminio. ?D¨®nde est¨¢n los osos de Madrid, la villa del oso y del madro?o, d¨®nde est¨¢n los osos que dan su nombre al gran monasterio gallego de Oseira? Los millones de ni?os enamorados de sus osos de peluche, ?tendr¨¢n la oportunidad de ver osos de verdad en el futuro? La Uni¨®n Europea se est¨¢ gastando millones de euros en reintroducir algunos osos en las zonas de las que hab¨ªan desaparecido, como los Pirineos. Un n¨²mero grande y creciente de espa?oles comparte esta preocupaci¨®n y contempla con indignaci¨®n moral que todav¨ªa se sigan cazando estos magn¨ªficos y escasos animales.
La pulsi¨®n del dedo que aprieta el gatillo y produce el derrumbe del animal grande y hermoso lleva a cazadores adinerados y sin escr¨²pulos a ofrecer sumas ingentes de dinero a agencias como Abies Hunting, especializadas en organizar cacer¨ªas terribles de elefantes en ?frica o de osos en Europa. La zona de Europa donde todav¨ªa podr¨ªa salvarse una poblaci¨®n viable de osos est¨¢ en los C¨¢rpatos de Rumania, aunque incluso all¨ª la poblaci¨®n se ha reducido a la mitad en los ¨²ltimos a?os y empieza a estar amenazada. El sanguinario dictador Nicolae Ceausescu sol¨ªa desfogar sus malos instintos con la caza de osos desde su chalet de Covasna, en plena Transilvania, la tierra de Dr¨¢cula. El ex comunista Adrian Nastase fue primer ministro de Rumania hasta diciembre de 2004, en que perdi¨® las elecciones ante el dem¨®crata Traian B¨¢sescu. Nastase era tambi¨¦n presidente de la Asociaci¨®n Rumana de Cazadores y atra¨ªa a personajes ricos o influyentes conocidos por su afici¨®n al gatillo con la promesa de ofrecerles osos que fusilar y, para mayor morbo, aloj¨¢ndolos en el chalet de caza del mism¨ªsimo Ceausescu.
En octubre de 2004, en los ¨²ltimos d¨ªas de Nastase en el poder, la agencia Abies Hunting organiz¨® a Juan Carlos de Borb¨®n un viaje privado para matar osos en los C¨¢rpatos. El Rey pas¨® el fin de semana en Covasna, hospedado en el chalet del dictador Ceausescu, y le dio gusto al dedo accionando repetidamente el gatillo y abatiendo a tiros a cinco osos y otros animales. El esc¨¢ndalo estall¨® en la prensa rumana y r¨¢pidamente dio la vuelta al mundo a trav¨¦s de Internet. Apenas tres meses despu¨¦s, en enero de 2005, la prensa austriaca dio a conocer una nueva cacer¨ªa de Juan Carlos, llegado expresamente en avi¨®n privado a Graz con la correspondiente comitiva de guardaespaldas. Tanta cacer¨ªa lejana empezaba a oler a chamusquina. El diputado Joan Tard¨¢ pregunt¨® al Ejecutivo si pensaba pedir disculpas al pueblo rumano y si le parec¨ªa ¨¦tico que el Rey gastase el dinero que le otorga el Estado en la caza de especies que en muchos pa¨ªses europeos, incluida Espa?a, est¨¢n protegidas por la ley. El senador I?aki Anasagasti interpel¨® al Gobierno espa?ol para saber "cu¨¢nto cuestan estas cacer¨ªas, qui¨¦n las paga y con qu¨¦ gente va". El Gobierno se escabull¨® como pudo, contestando que las cacer¨ªas son "actividades de car¨¢cter privado" de la Casa Real y que, por lo tanto, est¨¢n "excluidas de refrendo por parte del Gobierno". Tambi¨¦n declin¨® informar sobre su costo, ya que "el Rey recibe de los Presupuestos del Estado una cantidad global... y distribuye libremente la misma". El portavoz de la Casa Real mantuvo su mutismo, alegando no tener acceso a la agenda privada del Rey.
Pero ni por esas. La pulsi¨®n de apretar el gatillo parece ser incontenible. En octubre de 2006, Juan Carlos volvi¨® a ir en avi¨®n especial nada menos que a Rusia a fin de abatir otro oso. El diario moscovita Kommersant ha publicado la carta del t¨¦cnico responsable de la caza en la provincia rusa de V¨®logda, donde hab¨ªa tenido lugar la presunta cacer¨ªa, consistente en colocar delante del rey a un "bondadoso y alegre oso" del zoo local, llamado Mitrof¨¢n, transportado en una jaula y soltado para que el rey lo abatiese de un tiro, como as¨ª ocurri¨®, por lo que el t¨¦cnico lamenta que con estas pr¨¢cticas "se transforme la caza en una payasada sangrienta".
La noticia de que el Rey de Espa?a hab¨ªa ido hasta Rusia en avi¨®n especial a matar a un oso drogado enseguida ha dado la vuelta al mundo. La Casa Real se ha limitado a poner en duda que el oso estuviera drogado, que es lo de menos. Estas cacer¨ªas de animales protegidos o en peligro no incrementan precisamente el prestigio del Monarca y seguro que en su misma familia gozan de limitada aceptaci¨®n. Alguien deber¨ªa aconsejar al Rey, por su propio bien, que de una vez por todas aparte el dedo del gatillo.
Jes¨²s Moster¨ªn es profesor de Investigaci¨®n en el Instituto de Filosof¨ªa del CSIC.
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