Los tiempos no est¨¢n cambiando
COMO BUENOS modernos, somos especialmente sensibles a los prejuicios de la Antig¨¹edad ("cualquier tiempo pasado fue mejor"), pero nos cuesta notar que vivimos instalados en el prejuicio inverso y complementario: imaginamos la historia como una l¨ªnea evolutiva que, a partir de un comienzo adverso, progresa hacia un final resolutorio y culminante (he aqu¨ª por qu¨¦ la nuestra es una temporalidad acelerada: tenemos prisa por llegar a la meta). Y este prejuicio no puede removerse por un gesto voluntarioso: dependemos de ¨¦l hasta tal punto que nuestra vida consiste en administrar el presente a beneficio del porvenir, y todos nuestros afanes y sacrificios son inversiones cuyas ganancias esperamos recoger ma?ana con creces (de ah¨ª que hayamos convertido a los j¨®venes y a los ni?os en nuestros "tesoros"). La cultura no iba a ser una excepci¨®n en esta corriente, y tambi¨¦n en su ¨¢mbito se ha vuelto obsesiva la b¨²squeda de ideas infantiles -es decir, sin ning¨²n pasado y con mucho porvenir-, escritores j¨®venes y "nuevos" intelectuales. Tambi¨¦n aqu¨ª se precisan brokers con buen olfato para comprar a tiempo lo que ma?ana nos har¨¢ ricos y deshacerse ahora de valores cuya acumulaci¨®n comportar¨ªa nuestra ruina futura. Cada generaci¨®n realiza a su manera el plebiscito a favor del ma?ana; la m¨ªa lo hizo al comp¨¢s de ese genial poeta-profeta llamado Bob Dylan, que gritaba que los tiempos estaban cambiando y -?qu¨¦ raz¨®n ten¨ªa el muy brib¨®n!- advert¨ªa a madres, padres, pol¨ªticos, periodistas y p¨²blico que quien no nadase a favor de la corriente terminar¨ªa ahogado por ella. Luego, Thomas S. Kuhn mediante, se ha impuesto otra f¨®rmula que ha hecho mayor fortuna: estamos transitando hacia un nuevo paradigma (vayan deshaci¨¦ndose del antiguo o lo pagar¨¢n caro); en la ciencia, en la familia, en la pol¨ªtica, en el arte, en el urbanismo, en la econom¨ªa y hasta en la guerra; pero algo parece estar fallando: por una parte, el tr¨¢nsito est¨¢ durando m¨¢s de lo previsto y empezamos a sospechar que no acabar¨¢ nunca; por otra, los "nuevos paradigmas" (lo post-, lo neo-, lo micro-, lo ultra-, lo trans-, etc¨¦tera) se consumen tan r¨¢pidamente que da la impresi¨®n de que el futuro se dispensa en plazos brev¨ªsimos y evanescentes sin llegar a consolidarse y devolvi¨¦ndonos una y otra vez a un presente desbaratado y abandonado. Quiz¨¢ llegue un d¨ªa en que el dolor de quienes han sido estafados por esta informaci¨®n privilegiada sobre el futuro no pueda ser disimulado como un d¨¦ficit psicol¨®gico de adaptaci¨®n o una retr¨®grada resistencia al progreso, y quiz¨¢ ese d¨ªa ese malestar encuentre un nombre y llegue a ser una idea susceptible de ser pensada. Entretanto, d¨¦jenme que, por una vez, se lo diga con la misma vehemencia que utilizaba Dylan: no, los tiempos no est¨¢n cambiando, no estamos transitando hacia ning¨²n nuevo paradigma. El que ten¨ªamos, es cierto, est¨¢ averiado, desprestigiado, erosionado, corro¨ªdo y hecho pedazos, pero no tenemos ning¨²n recambio para ¨¦l ni ning¨²n otro lugar hacia el que transitar. As¨ª que no lo vendan demasiado barato.
Jos¨¦ Luis Pardo es autor de La regla del juego: sobre la dificultad de aprender filosof¨ªa (Galaxia Gutenberg / C¨ªrculo de Lectores). Premio Nacional de Ensayo, 2005.
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