El cambio
Llegar¨¢ un d¨ªa, no muy lejano, en que la informaci¨®n del tiempo ocupar¨¢ las primeras p¨¢ginas de los peri¨®dicos y preceder¨¢ a cualquier otra noticia, incluidas las vicisitudes de Kim Jong-il en Marbella o de Isabel Pantoja en Corea. L¨¢stima no haberme especializado en Meteorolog¨ªa. Pero yo lo que quer¨ªa era huir del tiempo. Como todos. Escapar del fr¨ªo, sobre todo del fr¨ªo. No de la nieve. La nieve nos gustaba, pero el fr¨ªo no.
No hab¨ªa calefacci¨®n en casi ninguna parte. Ni en casa, ni en la escuela, ni en la iglesia. Tampoco en el cine. Pero en el cinemat¨®grafo era distinto. La pantalla hac¨ªa de brasero. Si lo que existe no es la temperatura, sino la sensaci¨®n clim¨¢tica, el cine era un c¨¢lido pabell¨®n bot¨¢nico donde ¨¦ramos felices como adormideras verdes. La iglesia s¨ª que era fr¨ªa. La humedad fan¨¢tica de las losas de piedra trepaba por el cuerpo y cuando implor¨¢bamos "?Perdona a tu pueblo, Se?or! / ?No est¨¦s eternamente enojado!", sonaba a una angustiosa instancia a la Superioridad en la que s¨®lo faltaba un tercer vers¨ªculo: "?Y cali¨¦ntanos los pies!".
El fr¨ªo nos persegu¨ªa. Era un fr¨ªo insidioso. En la escuela se infiltraba en la caligraf¨ªa, aunque su habit¨¢culo preferido eran los n¨²meros. Lo ve¨ªamos all¨ª, en la escarcha de las cifras de la pizarra. ?C¨®mo le gustaban al fr¨ªo los decimales, los quebrados y los n¨²meros negativos! Era un fr¨ªo que entraba por los ojos. Hay una expresi¨®n coloquial en la que late el deseo: "?Se me van los ojos!". Pues con el fr¨ªo ocurr¨ªa al rev¨¦s: ven¨ªa por los ojos, se deslizaba con su piel de limaco, y tomaba posesi¨®n hasta el finisterre de los dedos al modo eficaz en que don Bartolo, el maestro, nos describ¨ªa el despliegue de las legiones romanas.
Parte de los cristales de aquella primera escuela estaban siempre rotos. Los sol¨ªamos romper jugando al f¨²tbol los domingos, pero siempre llevaban la culpa los pandilleros de otro barrio. Vistos desde dentro del aula, los cristales rotos se volv¨ªan contra nosotros. La imagen lorquiana del cielo hecho a?icos. Y as¨ª lo tenemos. En a?icos. La diferencia entre lo que sucede hoy en el planeta y aquel tiempo de la infancia es que ahora es el fr¨ªo el que tiembla asustado.
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