Los antiguos amigos
Resulta misteriosa, al cabo del tiempo, la manera en que uno pierde las costumbres y el trato con algunos amigos, sobre todo con los grupos de amigos. Con los digamos individuales, es m¨¢s f¨¢cil rastrear el proceso que llev¨® al alejamiento. A veces se produjo una pelea o una diferencia insalvable; otras hubo una decepci¨®n paulatina, y aquel a quien uno se sinti¨® muy unido durante una ¨¦poca, evolucion¨® de tal forma que acab¨® convirti¨¦ndose en un ajeno, o a¨²n es m¨¢s, en alguien despreciable o aborrecido (o bien fue uno el que "se deterior¨®" y a quien se le puso la proa o poco menos). Ese debe de haber sido el caso de mucha gente de mi generaci¨®n, que fue muy idealista y combativa en los tiempos de la Universidad y ha terminado en el extremo opuesto (pol¨ªticos y periodistas, principalmente): "releyendo" la Guerra Civil, reivindicando t¨¢citamente el franquismo o haciendo negocios inmobiliarios con lo que se llama pragmatismo y no es sino descomunal cinismo. Uno a veces descubre, con estupor y desolaci¨®n, que un antiguo y largo amigo -una vez que uno prescinde de los "buenos ojos" con que sol¨ªa mirarlo- representa ahora, inveros¨ªmilmente, aquello que m¨¢s detesta. O lo ve defender las ideas, las posturas y a las personas de las que abominaba veinte, quince o s¨®lo diez a?os antes. No es que la gente no deba cambiar, y matizar, y moderarse, y entender lo que no entend¨ªa, pero para todo eso hay unos l¨ªmites que los "conversos" no respetan, y tambi¨¦n hay un camino que conviene haber andado: lo que no son admisibles son los saltos como por arte de magia, estoy aqu¨ª y de pronto all¨ª, sin que nadie me haya visto recorrer la distancia.
M¨¢s dif¨ªciles de comprender se hacen los casos en que, por as¨ª decir, no hubo nada: ni traiciones ni desencantos ni ri?as, si acaso hartazgos. Cuando muere uno de esos antiguos amigos a los que se perdi¨® de vista hace ya mucho, se suele producir una extra?a compresi¨®n del tiempo, y lo que unos d¨ªas antes de la triste noticia nos parec¨ªa remoto, de golpe se recuerda con nitidez, v¨ªvidamente. Me sucedi¨® cuando muri¨® Michi Panero, har¨¢ un par de a?os, y me result¨® inexplicable que hiciera tant¨ªsimo que no nos trat¨¢bamos cuando, a los diecinueve o veinte (¨¦l me llevaba seis d¨ªas, nacimos el mismo mes del mismo a?o), nos ve¨ªamos a diario: a primera hora de la tarde, tras las clases de la ma?ana, yo me acercaba al diminuto piso que ¨¦l ten¨ªa en Hermosilla (gran privilegio, a esas edades), y decid¨ªamos qu¨¦ hacer, dando por descontado que har¨ªamos algo juntos. Me ha sucedido hace unos meses al ver en este diario la esquela de Gustavo P¨¦rez de Ayala, en casa de cuya madre, en Padilla, hice con ¨¦l uno de mis primeros trabajos remunerados: corregir y pulir la traducci¨®n argentina de aquel libro tan malo que goz¨® de enorme ¨¦xito, Love Story. Me temo que ¨¦l y yo fuimos los responsables de la formulaci¨®n espa?ola de la muy rid¨ªcula frase convertida en lema de enamorados durante una temporada: "Amar significa no tener que decir nunca lo siento", o algo as¨ª de insensato y cursi. As¨ª que cada tarde me desplazaba hasta all¨ª, donde naci¨® una amistad cotidiana que tambi¨¦n dur¨® bastante (bien es verdad que de j¨®venes nos parece todo largo). ?En qu¨¦ momento, y por qu¨¦, dejamos de vernos Michi y yo, Gustavo y yo? Hoy me es imposible saberlo.
M¨¢s tarde, ya en la treintena, y a lo largo de a?os o eso creo, acud¨ªa casi todas las noches a cenar a deshoras (casi nunca antes de la medianoche) a un restaurante llamado El Caf¨¦ entonces y quiz¨¢ ahora La Mordida, si a¨²n existe. Por all¨ª nos dej¨¢bamos caer unos cuantos amigos sin quedar ni avisarnos: era seguro que dos o tres aparecer¨ªamos, cuando no siete u ocho, m¨¢s algunos menos asiduos, que sab¨ªan d¨®nde encontrarnos. Entre el grupo m¨¢s fijo estaba Antonio Gasset, a quien hoy s¨®lo veo en la pantalla de mi televisi¨®n de vez en cuando, y Tano D¨ªaz Yanes, con quien sigo cenando una vez al mes -pero ya los dos solos, y m¨¢s temprano-; el guionista y novelista Eduardo Calvo, que no fallaba nunca, lleva en Argel ya varios a?os, al frente de un Instituto Cervantes que no visita casi nadie; Edmundo Gil, el soltero m¨¢s empedernido, s¨¦ que se ha casado y tiene un hijo, y ha salido de su notar¨ªa, creo, para producir pel¨ªculas; Toni Oliver, el m¨¢s adinerado entonces (regentaba salas de cine, de nuevo creo: no nos pregunt¨¢bamos mucho), sufri¨® reveses por culpa de sus malos socios y me cuentan que hoy escribe letras con el cantante Sabina; el m¨¦dico Charlie, que parec¨ªa todo menos m¨¦dico, debe de seguir ejerciendo; y en cuanto a Julio, el due?o, s¨¦ que le va viento en popa y que ampl¨ªa sus negocios. Con Julia hablo a menudo, pero de Paloma, Isabel, Maru y Natalia lo ignoro todo. En conjunto s¨¦ poco de la mayor¨ªa de ellos. Y sin embargo hubo un prolongado periodo de nuestras vidas en el que cen¨¢bamos juntos casi todas las noches, contando unos con otros, y nos re¨ªamos sin cesar, de cien mil cosas. ?C¨®mo es que eso ya no existe?, se pregunta uno a veces, estupefacto. ?Cu¨¢ndo dejamos de acudir, o qui¨¦n fue el primero en borrarse? En aquel espacio, si es que a¨²n existe, deben de resonar todav¨ªa nuestras carcajadas incontables, como las de los fantasmas vivos que de momento vamos siendo, cada uno por nuestro lado.
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