Queridos trastos
Se usan poco o nada. Pero nos resistimos a tirarlos. Consumismo y valor sentimental se al¨ªan para acumular objetos. El espacio es el problema
Es una bolsa de deportes de eskay blanco de M¨²nich 72. De ¨¦sas que ahora se reeditan para satisfacer a los nost¨¢lgicos. Pero ¨¦sta es aut¨¦ntica. Lleva tres d¨¦cadas pululando por el estudio de Crist¨®bal Toral. Primero fue humilde soporte publicitario. Luego, quiz¨¢, la bolsa de la merienda de un obrero, para acabar, tras llegar qui¨¦n sabe c¨®mo a manos de Toral, convertida en ins¨®lita modelo. As¨ª aparece retratada en La llegada, plato fuerte de la exposici¨®n de este pintor hiperrealista en la Bienal de S?o Paulo en 1975. De manera que el ol¨ªmpico morral est¨¢ m¨¢s que amortizado. "?Tirarlo?", se ofende su due?o: "Ni hablar. Puede volver a servirme y adem¨¢s me encanta. Nunca se sabe".
Toral, acumulador confeso de objetos de todo pelaje, es un privilegiado. El espacio no es problema para ¨¦l. Pero no todo el mundo tiene una finca en los Montes de Toledo con dos pajares convertidos en gigantescos trasteros. Lo habitual es vivir en un estudio, un piso, un chal¨¦, a lo sumo. Solo o en compa?¨ªa de otros. Y lidiar por cada cent¨ªmetro como si fuera la vida en ello.
Casi siempre nos falta sitio. Sea cual sea la superficie de la vivienda. No son pocos los que se preguntan c¨®mo pudieron crecer felices con sus padres y dos hermanos en un piso de tres habitaciones cuando ellos, actuales habitantes de un adosado de 200 metros y padres de un par de escolares, "no tienen sitio para nada".
La culpa suele ser de los trastos. La tendencia de muchos a acumular objetos -muebles, ropa, libros, juguetes, electrodom¨¦sticos, material deportivo, fotos- que tuvieron su momento de gloria, cayeron en el olvido para pasar a usarse poco o nada, pero de los que no est¨¢n dispuestos a desprenderse. Por pena, por pereza, por si acaso, porque no. Como Toral y su mochila.
La percepci¨®n de lo que es un trasto depende de los ojos que lo miren. Lo que para unos es un desecho inmundo, para otros puede ser una joya preciosa. Hasta el Diccionario de la Lengua Espa?ola se muestra ambiguo al respecto: "Trasto: cualquiera de los muebles o utensilios de una casa", define, sorprendentemente, en la primera acepci¨®n, para rematar la paradoja en la segunda: "Mueble in¨²til arrinconado". ?En qu¨¦ quedamos?
Da igual. El problema no es lo que guardamos, ni por qu¨¦, sino cu¨¢nto y, sobre todo, d¨®nde. Quienes disponen de un trastero particular no saben lo que tienen. En el mercado inmobiliario espa?ol, donde un metro habitable urbano supera los 6.000 euros en algunos barrios, un espacio cubierto de ocho metros cuadrados -superficie m¨¢xima estipulada como trastero en el reglamento de vivienda p¨²blica de la Comunidad de Madrid- es un tesoro. Algunas webs de dudosa legalidad ofrecen locales de esas dimensiones como viviendas.
Pero lo habitual es que sus due?os usen el trastero para eso: atestarlo de cacharros. Quien puede. La normativa urban¨ªstica no suele obligar a los promotores a habilitar esa "pieza no habitable destinada a guardar enseres de la vivienda en la planta bajo rasante o bajo cubierta y con acceso por las zonas comunes del edificio", que, en la jerga del Ayuntamiento de Madrid, por ejemplo, es un trastero. As¨ª que quien promueve, decide. Y generalmente su veredicto tiene el color del dinero.
"Es el promotor quien establece el programa de necesidades de la vivienda. Si ha de tener dos o tres dormitorios, uno o dos ba?os, o ser un espacio di¨¢fano tipo loft. Si dispone o no de trastero. Y eso depende del mercado. El promotor construye lo que quiere y sabe que va a vender", se?ala Luis Jurado, arquitecto del Centro de Asesoramiento T¨¦cnico del Colegio de Madrid.
-?Y la gente no demanda m¨¢s espacio para sus cosas?
-Claro, la necesidad de almacenaje es obvia. A mayor nivel de vida, se precisa m¨¢s espacio para cosas. Lo que ocurre es que el precio del metro construido es el que es. Y no siempre se ofrece -porque no siempre se puede pagar- esos metros extras. Pero la demanda existe, la gente echa en falta el trastero.
Lo saben las firmas de bricolaje y mueble de conveniencia, como Leroy Merlin o Ikea. Peri¨®dicamente, coincidiendo con la ¨¦poca de vuelta al cole o principio de a?o, con su carga de buenas intenciones, lanzan folletos con el reclamo de "orden en el hogar". Si no se tiene trastero, se trata de mantener a raya los trastos en casa. Estanter¨ªas, cajoneras, zapateros, ganchos, fundas, cajas, ba¨²les ultraligeros. El arsenal es amplio. Pero para los muy conservadores, aquellos que no est¨¢n dispuestos a tirar y paralelamente no dejan de ampliar el ajuar, la batalla est¨¢ perdida.
Se empieza abarrotando el mobiliario de la casa. Despu¨¦s vienen las soluciones dr¨¢sticas: horadamiento de zulos ganados a la escayola o el Pladur, implantaci¨®n de cajas bajo el somier, instalaci¨®n de altillos o armarios escamoteados en el balc¨®n, escondrijos y nidos varios. Pero cuando la casa revienta por las costuras, s¨®lo quedan dos opciones. O tirar parte del bot¨ªn o huir hacia delante. Si uno no es capaz de independizarse de los trastos, que se vayan ellos. Aunque haya que pagarles el alquiler.
Algunos empresarios han visto el hueco en el mercado: ofrecer espacio para que otros lo llenen con sus cacharros. Seguro que los ha visto. Son edificios en los barrios perif¨¦ricos de las ciudades o a la orilla de las autopistas. Ofrecen en alquiler "desde un m2, desde un mes", a partir de unos 25 euros, a profesionales y particulares.
Self-storage (auto-almacenaje) es el gr¨¢fico nombre del negocio. "Naci¨® en Estados Unidos, en los cincuenta, ligado a a la movilidad militar. Si a un marine lo destinaban a miles de kil¨®metros, no se llevaba toda la casa, sino lo imprescindible, y dejaba el resto en un sitio seguro", explica Javier, director de Eurotrasteros. El guardamuebles de toda la vida, s¨ª, pero adaptado a las necesidades y el estilo de vida actual. Abierto y vigilado las 24 horas, limpio, accesible en coche y con garant¨ªa de la intimidad del usuario y la disponibilidad de la mercanc¨ªa.
"La gente no quiere renunciar a tener sus cosas o sus aficiones s¨®lo porque no le quepan en casa. Ah¨ª entramos nosotros. Hacer posible que una pareja con ni?os tenga aqu¨ª las bicicletas, venga un domingo con el coche, las coja, se d¨¦ una vuelta, las devuelva y se marche a casa sin cargar con ellas", ilustra Alexander Ruckensteiner, director de Bluespace, firma con 11 edificios-trasteros en Espa?a. Javier y Alexander estiman que el negocio, con unos 30 centros instalados en el pa¨ªs, es un sector emergente. "Una de cada cuatro parejas urbanas necesita un trastero. Har¨ªa falta 10 veces el espacio disponible ahora. Pero para eso la gente tiene que ver que, tal como est¨¢ el precio de la vivienda, es mucho m¨¢s barato alquilar espacio extra que pensar en mudarse a un piso m¨¢s grande porque no te caben los trastos".
Un vistazo a un trastero de un particular cualquiera en el edificio de Espacio en la M-40 madrile?a da idea del paisaje y el paisanaje habitual: pareja urbana, con hijos, sin sitio para: los esqu¨ªs, los equipos de buceo, los libros de los chicos de infantil hasta el master, la orla de los padres, el guardarropa fuera de uso, y decenas de bultos an¨®nimos enfundados en cart¨®n. Un metro y medio por un metro y medio por dos metros y medio de altura -la parcela m¨ªnima- da mucho de s¨ª. Y si el trastero es m¨¢s grande, las posibilidades se multiplican. Carlos Mirat, responsable de la web (espacio@minialmacen.es) aporta una an¨¦cdota. "Alquilamos un trastero de 12 metros a un chino. Iba y ven¨ªa cada d¨ªa en coche. Hasta que nos dimos cuenta de que algunas ma?anas entraban tres personas, y por la noche, s¨®lo sal¨ªa una. Ten¨ªan a dos personas trabajando y durmiendo en el trastero".
El futuro del 'self-storage' no parece peligrar. Sin llegar al extremo de los afectados por el s¨ªndrome de Di¨®genes -esos ancianos que han de ser rescatados de sus casas invadidas por toneladas de desechos de los que son incapaces de separarse-, un trastorno patol¨®gico obsesivo-compulsivo, la tendencia a acumular es un signo de los tiempos.
"Hay dos explicaciones que, a veces, se unen", dice el psic¨®logo Guillermo Fouce. "De un lado est¨¢n los que guardan cosas porque establecen con ellas un v¨ªnculo emocional. Son los que apelan al valor sentimental para no tirar. Necesitan objetos para manejar sus emociones. Y luego est¨¢n los que acumulan porque compran continuamente cosas que, literalmente, no tienen tiempo de usar, o que renuevan constantemente su vestuario, o su equipo tecnol¨®gico. Y se les crea una contradicci¨®n moral: se juntan con dos ordenadores, o microondas, o teles que funcionan, pero que est¨¢n obsoletos seg¨²n el mercado, y les da mala conciencia tirarlos".
En ese sentido, opina Javier Garc¨¦s, presidente de la Asociaci¨®n de Estudios Psicol¨®gicos y Sociales y autor de un estudio europeo sobre adicci¨®n a las compras, -que afecta a entre el 3% y el 5% de los europeos-, los trasteros ser¨ªan una especie de limbo. Un purgatorio con estantes. "All¨ª purgan su obsolescencia, el estar fuera de moda, objetos en perfecto uso que un d¨ªa nos parecieron imprescindibles. Esperan, en un prebasurero, hasta que se nos pasa la culpa y los tiramos". ?Y cu¨¢nto dura la condena? Entre cinco y diez a?os es una estimaci¨®n razonable. Despu¨¦s, pocos alcanzan el para¨ªso de la reutilizaci¨®n. La mayor¨ªa de esas almas en pena acaban en el infierno del vertedero.
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