?Ecolog¨ªa 'versus' econom¨ªa?
La opini¨®n publicada parece haberse sobresaltado ante las conclusiones del estudio dirigido por Nicholas Stern y patrocinado por Tony Blair seg¨²n las cuales los problemas medioambientales que se est¨¢n produciendo en el mundo -y los que est¨¢n a¨²n por venir, muy especialmente el temido cambio clim¨¢tico- tendr¨¢n graves consecuencias econ¨®micas. O sea que, al parecer, mucha gente -y alguna de ella bastante influyente- deb¨ªa pensar hasta ahora que las constantes llamadas de atenci¨®n sobre las negativas consecuencias sobre el medio ambiente de nuestro modo de vida respond¨ªan tan solo a preocupaciones relacionadas con el deterioro del paisaje o el amor a las lagartijas.
Sorprende que, a estas alturas del partido, haya que seguir explicando algo que ha sido repetidamente expuesto desde hace casi cuatro d¨¦cadas (los primeros trabajos auspiciados por el Club de Roma y, m¨¢s tarde, el Informe Brundtland), hasta los estudios m¨¢s recientes sobre el cambio clim¨¢tico, pasando por las diferentes cumbres de Naciones Unidas y por una ampl¨ªsima literatura cient¨ªfica sobre el tema: que todo el sistema econ¨®mico se asienta sobre un mundo f¨ªsico, del que depende en ¨²ltima instancia, y que funciona en base a las leyes propias de la naturaleza. Es decir, que al degradarse la base f¨ªsica, la naturaleza, se deteriora todo el sistema econ¨®mico y social en el que desenvuelve la vida humana.
Resulta ins¨®lito que, entrado ya el siglo XXI, la gran pregunta formulada por Arist¨®teles hace m¨¢s de 2000 a?os -"?c¨®mo debemos vivir?"-, y a la que supuestamente deber¨ªa dar respuesta la ciencia econ¨®mica, siga sin merecer la atenci¨®n de la mayor¨ªa de los responsables pol¨ªticos e incluso, para desgracia de la profesi¨®n, de buena parte de los economistas. Es cuanto menos curiosa la contumacia de muchos al pretender organizar la vida humana con la ¨²nica referencia de los cambiantes diagn¨®sticos y preceptos de una ciencia social -la econom¨ªa-, mientras se desconsideran las leyes de la ecolog¨ªa, que explican los requerimientos para perpetuar la vida de las distintas especies, incluida la humana, en el mundo en que vivimos.
D¨ªa s¨ª, d¨ªa tambi¨¦n -y el Pa¨ªs Vasco no es una excepci¨®n-, debemos soportar a alg¨²n representante institucional o empresarial haci¨¦ndonos saber que "algunas medidas para cumplir con el protocolo de Kioto podr¨ªan frenar el crecimiento econ¨®mico" o, m¨¢s en general, que "las exigencias para preservar el medio ambiente planteadas por algunos podr¨ªan da?ar a la econom¨ªa". O sea, que lo importante es seguir construyendo edificios hasta acabar con el suelo libre, continuar esquilmando los mares hasta que no quede pesca, o prolongar la abusiva tala de bosques tropicales. Y todo ello para apuntalar un tipo de crecimiento econ¨®mico en cuya cuenta suman numerosas actividades que, parad¨®jicamente, destruyen grandes riquezas durante su puesta en marcha.
M¨¢s all¨¢ de algunos fundamentalismos conservacionistas, lo que est¨¢ en juego es la posibilidad de que los humanos -incluyendo las futuras generaciones- puedan vivir con un razonable grado de bienestar, que no de despilfarro, sobre este planeta. Y ello pasa por evitar la desaparici¨®n de especies animales y vegetales, pues todas ellas tienen una funci¨®n a la hora de aportar estabilidad al sistema; pasa por utilizar principalmente energ¨ªas renovables y por impedir el efecto invernadero; por gestionar racionalmente los bosques y los oc¨¦anos; por entender la vivienda o el transporte como una necesidad y no como un negocio. Dicho de otra manera, pasa por entender la econom¨ªa como un sistema abierto, en cuyo seno se establecen m¨²ltiples relaciones (comerciales, f¨ªsicas, psicol¨®gicas, etc.) cuyo estudio requiere de una metodolog¨ªa apropiada. Es el reto de una econom¨ªa sostenible, preparada para abarcar aquellos aspectos de la realidad que la econom¨ªa-ficci¨®n dominante es incapaz de interpretar adecuadamente. Nada puede ser m¨¢s in¨²til en el momento presente que una concepci¨®n de lo econ¨®mico separada de lo ecol¨®gico.
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