Michel Bernstein, un maestro de la artesan¨ªa discogr¨¢fica
Cre¨® algunos de los sellos m¨¢s significativos de las ¨²ltimas d¨¦cadas: Vend?me, Valois, Astr¨¦e y Arcana
Quien conociera a Michel Bernstein no podr¨¢ olvidar nunca su caballerosidad y su prestancia, su ausencia de afectaci¨®n -que no de orgullo- y, al mismo tiempo, su consciencia de la importancia que ten¨ªa todo lo que hab¨ªa hecho en su oficio, su elegancia personal e intelectual que le alejaban del prototipo rampante del inmisericorde gestor econ¨®mico que es hoy habitual a la hora de tomar decisiones que afectan a los negocios que tienen que ver con la cultura.
Quiz¨¢ tambi¨¦n porque era precisamente la cultura -en su caso amplia y bien abierta- lo que presid¨ªa su conversaci¨®n y su actitud ante el negocio. Era, en definitiva, ese se?or mayor que todos quisi¨¦ramos llegar a ser, ese ser humano capaz de honrar de verdad s¨®lo por el hecho de haberle conocido a quien ten¨ªa la suerte de encontrarse con ¨¦l. Lo que no hab¨ªa de ser obst¨¢culo para que su empecinamiento en sus ideas, su iron¨ªa o su cargarse de raz¨®n aparecieran siempre que era necesario.
Basta leer sus memorias -no publicadas en libro pero disponibles en p¨¢ginas web como diverdi.com o abeilleinfo.com- para comprobar c¨®mo su aventura intelectual era tambi¨¦n el empe?o personal de alguien que no negaba el reproche a los dem¨¢s por la sencilla raz¨®n de que tampoco se escond¨ªa de s¨ª mismo a la hora de reconocer sus propios errores.
Como todo editor, Bernstein era su cat¨¢logo, y este representaba, a lo largo de los a?os y de los distintos sellos discogr¨¢ficos que fund¨® y en los que trabaj¨®, una filosof¨ªa sin la que su trabajo hubiera carecido de sentido. Cada artista era para ¨¦l una parte de lo peor y lo mejor de s¨ª mismo, susceptible de darle grandes alegr¨ªas y de conducirle a la triste experiencia del fracaso, que no le costaba reconocer desde la altura de su experiencia y de su edad.
Se empe?¨® en cambiar las cosas a partir de la claridad de sus ideas y, as¨ª, situ¨® en el panorama discogr¨¢fico a nombres de la altura de los cuartetos V¨¦gh, Festetics y Mosa?ques, el violagambista Jordi Savall, la cantante Montserrat Figueras, el bar¨ªtono Bernard Kruysen, el laudista Hopkinson Smith, los clavecinistas Ton Koopman y Blandine Verlet, el pianista Paul Badura-Skoda, los directores de orquesta Ton Koopman, Fabio Biondi y Rinaldo Alessandrini, personalidades todas ellas sin las que no se entiende ni la evoluci¨®n de la interpretaci¨®n musical ni del mundo de la fonograf¨ªa de los ¨²ltimos cuarenta a?os.
Y ello en sellos que son hoy leyenda de la industria del disco: Vend?me, Valois, Astr¨¦e y Arcana, el ¨²ltimo en el que hab¨ªa puesto su talento y pasi¨®n al servicio de la m¨²sica, la postrera de sus invenciones y aquella en la que ha sabido morir con las botas puestas, mientras produc¨ªa un disco del grupo croata Dialogos.
La mera n¨®mina de artistas y marcas ligadas a Bernstein le hacen parte de la historia, con lo que su trabajo queda para la posteridad como el del aut¨¦ntico catalizador del trabajo del int¨¦rprete, el punto de apoyo, no siempre contemporizador sino a menudo cr¨ªtico, de la realidad de la puesta en pie del edificio art¨ªstico.
Hoy que tanto se habla de la crisis del disco, Bernstein se erige como uno de los grandes artesanos que supieron darle a este soporte toda su dignidad en los a?os de vacas gordas y que luchaban por mantener la m¨²sica cl¨¢sica grabada al abrigo de los desastres que parecen amenazar a otros g¨¦neros.
Su papel como animador del movimiento historicista abri¨® una nueva e ins¨®lita veta que ha acabado por llegar tambi¨¦n, en ocasiones, a las grandes multinacionales que han sabido ver la importancia comercial de aquella tendencia hoy no ya incuestionable sino plenamente asimilada por los aficionados y por el mercado.
Tuvo Bernstein mucho de visionario y por eso sus pasos fueron siempre apasionados. No quedan muchos como ¨¦l pero su lecci¨®n permanecer¨¢ viva.
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