El becerro
En la antig¨¹edad los artistas eran esclavos. Sus obras pod¨ªan servir a los dioses o llenar de esplendor a los tiranos, pero su vida pertenec¨ªa por entero a sus due?os. En la Edad Media los pintores y escultores fueron simples artesanos an¨®nimos, que esculp¨ªan tallas rom¨¢nicas o pintaban retablos de exquisita belleza y s¨®lo se calentaban el est¨®mago con sopa de borrajas. Hubo que llegar al Renacimiento para que algunos artistas comenzaran a firmar sus obras de propia mano y a gozar de cierto prestigio social. Liberados de la esclavitud o del anonimato, tuvo que pasar mucho tiempo antes de que los artistas pudieran prescindir de los mecenas, sus nuevos amos o de los encargos de la iglesia y de la aristocracia, que les permit¨ªan subsistir con alguna dignidad. De una u otra forma el arte ha sido siempre vasallo del dinero. Desde los templos de los faraones hasta los rascacielos de Manhattan los artistas han hecho nido a la sombra del becerro de oro, un ¨ªdolo que ha ido cambiando de lugar a lo largo de la historia. Del Antiguo Egipto pas¨® a la Grecia cl¨¢sica y a ¨¦sta se lo arrebat¨® el Imperio de Roma. Despu¨¦s de un largo periodo de oscuridad, cuando el becerro aflor¨® la poderosa cornamenta en los Pa¨ªses Bajos y en Florencia, all¨ª se establecieron los artistas para adorarlo. De la Florencia renacentista de los M¨¦dicis se traslad¨® a la Roma barroca del Papado; en el siglo XIX el becerro fue entronizado en Par¨ªs, donde los artistas comenzaron a ser apacentados por los primeros marchantes y coleccionistas, y al final de la II Guerra Mundial los norteamericanos se lo llevaron como bot¨ªn a Nueva York para exhibirlo sobre un alto pedestal de d¨®lares. La hegemon¨ªa econ¨®mica y pol¨ªtica de un pa¨ªs ha ido siempre acompa?ada por una irradiaci¨®n de arte desde su seno. Este oto?o las salas de subastas de Nueva York est¨¢n agitando grandes remolinos de dinero, que pueden dejar a Picasso o a Monet instalados en el comedor de un rey del pl¨¢stico, magnate del petr¨®leo o fabricante de cosm¨¦ticos, que son los M¨¦dicis de hoy. El arte busca el dinero, pero a su vez puede llenar de luz a un asesino y convertir en un ser divino a cualquier bellotero. Ahora el becerro da se?ales de querer cambiar de lugar. Los artistas le est¨¢n montando el nuevo altar en Berl¨ªn. El arte y el dinero nunca se equivocan. Si el becerro de oro, precedido por marchantes jud¨ªos, se aposenta en Berl¨ªn, ser¨¢ un s¨ªntoma inequ¨ªvoco de la decadencia de Norteam¨¦rica y de que otra era de esplendor para Alemania ha comenzado.
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