El miedo al mono
En 1976, con una gran lucidez, Julio Caro Baroja escribi¨® en Historia 16 un art¨ªculo, El miedo al mono, donde criticaba la reacci¨®n que se produjo en Espa?a ante el darwinismo y otros progresos cient¨ªficos, por parte de los sectores cat¨®licos reaccionarios y de la jerarqu¨ªa eclesi¨¢stica, que rechazaban las nuevas ideas. Una conferencia en 1872 de un joven catedr¨¢tico, Augusto Gonz¨¢lez de Linares, en Santiago de Compostela, donde difundi¨® las diversas perspectivas de la teor¨ªa de la evoluci¨®n, incluida la idea de la g¨¦nesis del organismo humano por transformaci¨®n de los monos antropoides, sus antepasados, impuls¨® un debate, que ya exist¨ªa desde algunos a?os atr¨¢s. Antonio Machado y N¨²?ez, abuelo de los poetas y catedr¨¢tico de Historia Natural de la Universidad de Sevilla, o Rafael Garc¨ªa ?lvarez, catedr¨¢tico de Instituto en Granada, fueron precursores. Los vientos de libertad en 1868 impulsaron las nuevas ideas. No s¨®lo sus dimensiones antropol¨®gicas, sino tambi¨¦n su influencia en el reciente pensamiento socialista espa?ol, alarmaron a la jerarqu¨ªa y al pensamiento cat¨®lico m¨¢s conservador. El profesor Eusebio Fern¨¢ndez lo estudiar¨¢ y lo fundamentar¨¢ en un excelente libro, Marxismo y Positivismo en el socialismo espa?ol.
La publicaci¨®n en castellano de El origen del hombre en 1876 y en 1877 de El origen de las especies facilitar¨¢ la difusi¨®n del darwinismo, potenciar¨¢ el rechazo del pensamiento reaccionario y plantear¨¢ a fondo la pol¨¦mica entre la ciencia y la religi¨®n. El libro muy esclarecedor de Juan Guillermo Draper, Historia de los conflictos entre la religi¨®n y la ciencia, de 1876, plante¨® el tema ante la indignaci¨®n de los defensores del Sylabus y del Concilio Vaticano I. El pr¨®logo de Nicol¨¢s Salmer¨®n incendi¨® m¨¢s los ¨¢nimos cuando plasm¨® la imposibilidad de conciliar Ciencia con Religi¨®n.
Este problema del ¨²ltimo tercio del siglo XIX ha estado presente y lo sigue estando en los albores del XXI, marca la divisi¨®n de las dos Espa?as, y una barrera ideol¨®gica entre la cultura de la laicidad y de la autonom¨ªa moral de las personas y la cultura del sometimiento a la teolog¨ªa, y la necesidad de la luz divina para conocer la verdad, no s¨®lo la religiosa, sino la cient¨ªfica, la pol¨ªtica y la jur¨ªdica. Otras doctrinas complementaban este n¨²cleo central desde la tesis agustiniana de los justos y los pecadores o desde la idea de miseria humana del que ser¨ªa el papa Inocencio III en el siglo XIII.
Esta realidad peculiar en la Espa?a del XIX contrastar¨¢ con la situaci¨®n francesa, inglesa o de la potencia emergente de los Estados Unidos. En la sociedad victoriana se puede hablar de culto a la ciencia, de "la fe actual en el m¨¦todo cient¨ªfico", como afirmar¨¢ Beatrice Webb, la esposa de Sydney Webb, matrimonio fundador de la London School, y se encuentra con un apoyo entusiasta del Pr¨ªncipe Alberto de Sajonia Coburgo (1819-1861), esposo de la Reina Victoria. Igual desarrollo, con sus altibajos, se produjo en Estados Unidos, sobre todo a partir de la creaci¨®n de la National Academy of Sciences.
Estos dos ejemplos ponen de relieve la existencia de un movimiento hacia delante de apoyo al progreso cient¨ªfico, que encontr¨® su conexi¨®n con los derechos fundamentales y dio lugar a la aparici¨®n de algunos nuevos como la libertad de la ciencia y de la investigaci¨®n y la libertad de c¨¢tedra, que blindan a la ciencia de posiciones eclesiales antimodernas.
La tensi¨®n entre luz y oscuridad, entre autoridad y libertad, tendr¨¢ en Espa?a ejemplos de persecuci¨®n a lo largo del XIX, como ante el juramento de fidelidad al Rey y al Papa en dos ocasiones durante los a?os sesenta con la famosa revuelta de la Noche de San Daniel, y durante los a?os setenta en el escenario de la Restauraci¨®n canovista con la salida de la Universidad de varios catedr¨¢ticos y con la fundaci¨®n de la Instituci¨®n Libre de Ense?anza. En el mismo sentido la denuncia de varios estudiantes de Salamanca a finales del siglo contra el catedr¨¢tico don Pedro Dorado Montero por impartir ense?anzas positivistas y darwinistas contrarias a la doctrina cat¨®lica.
En definitiva, la idea de Cavour de una "Iglesia libre en un Estado libre" marca el estado moderno y democr¨¢tico de las relaciones Iglesia-Estado, que garantizan el progreso del pensamiento y de la ciencia y excluyen la filosof¨ªa del miedo al mono.
La Iglesia tiene una inocencia hist¨®rica, una an¨®mala memoria recalcitrante que resucita de tiempo en tiempo los viejos temores en el ¨¢mbito pol¨ªtico, cient¨ªfico o art¨ªstico. Por eso sostiene que sus verdades est¨¢n por encima de las coyunturales mayor¨ªas. Vuelve con una tenacidad digna de mejor causa a sus ideas preconcebidas.
As¨ª, hoy en Espa?a, aunque no es el ¨²nico pero s¨ª de los m¨¢s ruidosos, pretende mantener su monopolio sobre los valores sociales y sobre la moralidad pol¨ªtica, reclam¨¢ndolos como propios frente a la ¨¦tica p¨²blica y a una de sus manifestaciones en la ense?anza: la asignatura Educaci¨®n para la Ciudadan¨ªa y derechos humanos. Incluso para uno de sus m¨¢s significativos representantes puede ser inconstitucional, mientras otro pide la objeci¨®n de conciencia por parte de los padres ante esta asignatura.
En su peculiar e interesada interpretaci¨®n no existe el art¨ªculo 1? de la Constituci¨®n, ni los valores superiores que expresan la ¨¦tica p¨²blica y que se desarrollan en principios y derechos fundamentales. Desconocen el pluralismo, la laicidad y la independencia de los ¨¢mbitos p¨²blicos. Se ve que no han le¨ªdo a Mazzini, ni a Cavour, ni a Stuart Mill, ni a Jules Ferry, ni a Scheller, y en Espa?a tampoco conocen a Juan Valera, a Clar¨ªn, a Gald¨®s o a Fernando de los R¨ªos, por no mencionar el clamor de los actuales, acad¨¦micos o literatos y artistas, de todas las personas de pensamiento que coinciden en que el Evangelio no es un arma arrojadiza ni un instrumento represivo, ni la Iglesia una autoridad excluyente en manos de las facciones m¨¢s reaccionarias y clericales, que no se puede imponer como el ¨²nico verdadero ning¨²n credo y que se debe distinguir el creyente del ciudadano.
La laicidad en la escuela es compatible con la ense?anza de la religi¨®n cat¨®lica, lo que se llamaba catecismo, a petici¨®n de los padres, pero esa expresi¨®n de libertad es incompatible con pretender el monopolio y con excluir a los poderes p¨²blicos de uno de sus deberes fundamentales en la escuela: la ense?anza de la ¨¦tica p¨²blica de los valores y de las reglas de juego constitucionales. Fundar incluso en esa versi¨®n moderna del miedo al mono una objeci¨®n de conciencia contra la Educaci¨®n para la Ciudadan¨ªa y derechos humanos, puede desorientar y confundir a padres cat¨®licos de buena fe y considerar contrarios al catolicismo los valores y los ideales democr¨¢ticos. Los desvar¨ªos de sectores de la jerarqu¨ªa espa?ola no pueden llegar tan lejos.
Gregorio Peces-Barba Mart¨ªnez es catedr¨¢tico de Filosof¨ªa del Derecho y rector de la Universidad Carlos III de Madrid.
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