Cuando pensar es jugarse la vida
Pensar ha sido siempre poner en cuesti¨®n el orden del mundo. Y el mundo lo ordena el poder. Quien piensa cuestiona, pues, el poder. De ah¨ª que pensar sea una actividad peligrosa.
El asesinato de la periodista rusa Anna Politkovskaia es un ejemplo reciente de lo que decimos, pero no el ¨²ltimo. Hace unas semanas, en Barcelona, en el marco de la magn¨ªfica fiesta de la literatura que es Kosmopolis, una decena de escritores y editores rusos se reunieron para debatir lo que significa escribir en las sociedades poscomunistas. Mientras lo hac¨ªan y expon¨ªan sus reflexiones, todav¨ªa bajo el impacto de la muerte de Politkovskaia, otro periodista ruso ca¨ªa bajo las balas de los asesinos.
Desde el siglo XIX, pensar y escribir, adem¨¢s de buscar justicia y reformas, en Rusia ha significado jugarse la vida (por orden de sus censores, Pushkin pasa a?os en un exilio forzado; tambi¨¦n Turguenev, militante de la abolici¨®n de la servidumbre en Rusia, se ve obligado a exiliarse; Dostoievski, sentenciado a muerte, pasa a?os recluido en Siberia; Gumiliov es fusilado; Mandelstam y Babel, entre otros, mueren en el gulag). M¨¢s recientemente, los periodistas rusos no son las ¨²nicas v¨ªctimas de las balas asesinas. Entre los diversos pol¨ªticos dem¨®cratas asesinados est¨¢ Galina Starovoinova, una de las pioneras de la perestroika: Starovoinova hab¨ªa declarado la guerra al ultranacionalismo ruso, al antisemitismo y al crimen organizado, y en el momento en que la alcanz¨® la bala de los pistoleros estaba investigando una trama mafiosa. Otro pol¨ªtico, el regidor municipal independiente de San Petersburgo, Viktor Novoselov, primero qued¨® inv¨¢lido tras un atentado contra su persona para, cinco meses m¨¢s tarde, ser destrozado por una bomba.
De esta manera, en Rusia se eliminan los obst¨¢culos que impiden la plena y completa posesi¨®n del poder y del control absoluto sobre el pa¨ªs. Parece que no fue en vano que Vlad¨ªmir Putin, antes de convertirse en presidente ruso, pasara por la Alemania del Este como agente del KGB que persegu¨ªa cualquier acto subversivo y al mismo tiempo manten¨ªa inmejorables relaciones con empresarios de Alemania Federal.
Alguien puede creer -sin duda lo har¨¢n los que defienden el choque de civilizaciones- que esa tr¨¢gica tradici¨®n rusa de castigar, sentenciar o asesinar a sus pensadores deriva del componente asi¨¢tico de su alma. Pero no nos dejemos arrastrar a esa trampa.
No hay tradici¨®n m¨¢s esencialmente occidental que la griega y latina, y en ella S¨®crates fue condenado a morir, Jenofonte y Ovidio desterrados, Plat¨®n vendido como esclavo. Sin olvidar los cr¨ªmenes de la Inquisici¨®n y otras instituciones represoras del pensamiento.
Podr¨ªamos dejarnos llevar tambi¨¦n por el buenismo que tanto impera en la mayor¨ªa de nuestras instituciones internacionales y creer como se cree en ellas que el asesinato de periodistas y escritores despierta en la sociedad un claro rechazo. Si as¨ª lo hacemos cometeremos otro grave error de percepci¨®n. En una de las mesas redondas de Kosmopolis, una joven autora rusa de novelas de superventas, Lilia Kim, declar¨® que ella y sus amigos est¨¢n satisfechos con Putin a quien siempre han votado. Desde el p¨²blico, el historiador ruso Vitali Shentalinski le pregunt¨® si estaba satisfecha tambi¨¦n con el hecho de que bajo el Gobierno de Putin se asesinara a periodistas. Lilia, muy segura de s¨ª misma, contest¨® que lo que le satisfac¨ªa era el orden que el r¨¦gimen de Putin hab¨ªa aportado. Otra voz del p¨²blico, la de la hija del c¨¦lebre f¨ªsico y disidente anticomunista Andrei S¨¢jarov, al borde de las l¨¢grimas, le pregunt¨® a la joven autora si entend¨ªa como orden matar a los intelectuales. S¨ª, dijo Lilia sin vacilar: el orden es lo primero, y si para mantenerlo es necesario matar, qu¨¦ le vamos a hacer.
As¨ª pues, para gran parte de los rusos, el asesinato de Politkovskaia y de decenas de otros intelectuales es un mal menor y necesario. Y es que una gran parte de la sociedad rusa se ha cansado de la democracia y da el visto bueno a los llamados silovik¨ª, los forzudos. Una gran parte de los rusos apuesta por la fuerza como motor del Estado. Hasta una de las canciones m¨¢s populares de rock duro ruso est¨¢ dedicada a Putin y sus forzudos: "Quiero a un hombre como Putin, lleno de fuerza", cantan las adolescentes Larisa, Natasha e Ira. Los que hoy reprimen a trav¨¦s del asesinato y otras pr¨¢cticas "la funesta man¨ªa de pensar" reciben la aquiescencia de buena parte de la sociedad, incluidas las generaciones m¨¢s j¨®venes.
De nuevo podemos sucumbir a la tentaci¨®n de creer que entre nosotros los occidentales no puede llegar a ocurrir que un escritor o un periodista acepte como necesaria la muerte de otro. Pero recordemos que desde que Arist¨®fanes, en su comedia Las nubes, provocaba las risas del p¨²blico poniendo en escena el asalto de un grupo de fan¨¢ticos incendiarios a la casa de S¨®crates, pasando por Sartre, De Beauvoir, Aragon y Eluard exigiendo la pena de muerte para el novelista antisemita Robert Brasillach, hasta llegar a las diatribas promoviendo el boicot violento a creadores que se lanzan hoy desde algunos medios de comunicaci¨®n espa?oles, los ejemplos de escritores que callan ante la violencia ejercida contra sus colegas son diversos, como tambi¨¦n lo son los casos de cerrar los ojos ante el boicot a algunos profesores ¨¢rabes en las universidades norteamericanas.
Lo que ocurre hoy en Rusia no es un caso aislado, circunscrito a ese pa¨ªs. No. Rusia anticipa una tendencia creciente de los poderes que hoy dise?an el orden de nuestro mundo: la tendencia a acallar por diversos m¨¦todos a los que ponen en cuesti¨®n el ordenamiento vigente. Esos m¨¦todos, eso s¨ª, suelen ser m¨¢s sutiles que los utilizados en Rusia: retirarles las subvenciones, no program¨¢ndolos en espacios oficiales, cerr¨¢ndoles las puertas a los medios de comunicaci¨®n de un grupo.
Octavio Paz ya previno que en unas pocas d¨¦cadas los escritores y pensadores deber¨ªan refugiarse en monasterios remotos para, lejos de los ojos de un mundo hostil, conservar la tradici¨®n del saber, como hicieron los monjes en la Irlanda del siglo VII. Si queremos evitar que el temor de Paz se haga realidad y que pensar no sea una profesi¨®n peligrosa, es imprescindible asumir la diversidad y el conflicto como algo constitutivo de las sociedades humanas y defender el derecho de cada ciudadano a poner en cuesti¨®n las tradiciones heredadas, a re¨ªrse de cualquier verdad com¨²nmente aceptada, como ant¨ªdoto para evitar que despierte la bestia oscurantista y recelosa que anida en cada uno de nosotros.
Monika Zgustova es escritora; su ¨²ltima novela es La mujer silenciosa (Acantilado).
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