La victoria es un absoluto
En La Vanguardia del 15 de noviembre de 2006, Graham E. Fuller publica un art¨ªculo titulado ?Variar¨¢ Estados Unidos su pol¨ªtica?, en el que se muestra razonablemente prudente sobre las expectativas -seg¨²n ¨¦l, m¨¢s bien tirando a escasas- que cabe abrigar por la victoria de los dem¨®cratas -o, mejor, derrota del GOP- en las c¨¢maras americanas.
Frente a tal falta de entusiasmo, sorprende que don Carlos Fuentes, el escritor en castellano sin duda m¨¢s sagaz con respecto a Estados Unidos y al presidente Bush (Fuentes fue, con mucho, el primero en se?alar a George W. Bush, ?cuando a¨²n no era m¨¢s que candidato designado por los republicanos!, como el hombre m¨¢s peligroso que pod¨ªa llegar a ser presidente, y tambi¨¦n el primero en dejarse de ideolog¨ªas cazurras, que todo lo atribuyen a intereses econ¨®micos -ese todo por la pasta, como ellos dicen, sin percibir que la raz¨®n econ¨®mica se est¨¢ volviendo un comod¨ªn ideol¨®gico cada vez m¨¢s equ¨ªvoco y m¨¢s insuficiente-, y acert¨® a remitir adonde hab¨ªa que remitirse: a otra raz¨®n, o sinraz¨®n, tan hist¨®rica como mitol¨®gica y mucho m¨¢s temible y tenebrosa que cualquier inter¨¦s terrenal: la hybris), sorprende, ven¨ªa yo diciendo, que don Carlos Fuentes, en su art¨ªculo Una elecci¨®n de hombros anchos (EL PA?S, 16 de noviembre de 2006), eche casi las campanas al vuelo por esa misma victoria del Partido Dem¨®crata frente a la que Fuller se mantiene tan circunspecto.
La victoria no es un deseo ni un empe?o, ni siquiera una necesidad; la victoria es una ineluctable constricci¨®n a la que se ve supeditado todo aquel que se resuelve a combatir
El estado de guerra, con su irrenunciabilidad de la victoria, contamina las actitudes de la Administraci¨®n en sus decisiones de gobierno interior
?Hasta qu¨¦ punto el anticuado patriotismo americano, con su expresividad histri¨®nica, aceptar¨ªa cualquier cosa que aparezca tan siquiera como una 'no-derrota'?
La mayor¨ªa dem¨®crata en las c¨¢maras se encuentra tal vez con una casi total imposibilidad de ser capaz de contrarrestar el denigrante populismo patri¨®tico
Lo que menos querr¨ªa es ser injusto con don Carlos Fuentes, y espero que me disculpe si atribuyo su aparente exceso de entusiasmo a la obsesi¨®n de temor y de aversi¨®n -que comparto plenamente, pero que ¨¦l, evidentemente, ha sentido mucho m¨¢s de cerca- que seis a?os de soberbia, de infamia, de memez y santidad de nuestro "hombre peligroso", de ese cristiano renacido, igualmente enco?ado al mismo tiempo con Dios y con Nik¨¦, cuya merma de poder, aunque sea, a mi entender, bastante m¨¢s relativa de lo que Fuentes parece esperar, no puede resultarnos m¨¢s que satisfactoria.
Mayor¨ªa dem¨®crata
Pero Fuller, en el art¨ªculo anteriormente mencionado, cifra sus reservas sobre lo que cabe esperar de la mayor¨ªa dem¨®crata en las dos c¨¢maras invocando y casi tocando por primera vez (por primera vez al menos en relaci¨®n con la limitada informaci¨®n period¨ªstica de que un particular como yo suele disponer) el verdadero punctum pruriens de toda la cuesti¨®n. Cito de largo para recoger preguntas anteriores no menos importantes:
"El nuevo presidente del comit¨¦ de pol¨ªtica exterior de la C¨¢mara de Representantes, Tom Lantos, es un conocido defensor y adalid de la postura israel¨ª. ?Consentir¨¢ en reconsiderar siquiera la pol¨ªtica estadounidense desprovista de sentido cr¨ªtico hacia Israel durante decenios, sobre todo ahora que el Gobierno de Israel cuenta en sus filas con alguna de las figuras m¨¢s derechistas y ultras de su historia [se refiere seguramente al reci¨¦n nombrado vicepresidente del Gobierno de Olmert, Lieberman, que preconiza para los palestinos el mismo tratamiento que los rusos prodigaron en Chechenia]? ?Se mostrar¨¢n dispuestos tanto la industria de defensa como el Pent¨¢gono a recortar sus presupuestos? Y, en lo concerniente a los dem¨®cratas, ?est¨¢n dispuestos a afrontar la cuesti¨®n pol¨ªtica m¨¢s dif¨ªcil de todas? Esto es, la siguiente: ?constituye un mundo unipolar -un mundo donde un solo pa¨ªs posee dominio total sobre el resto del planeta- una situaci¨®n deseable? ?Incluso para Estados Unidos?".
Pero, en un sentido pr¨¢ctico y perentorio, la verdadera "cuesti¨®n m¨¢s dif¨ªcil de todas" es la que Fuller saca a colaci¨®n en el p¨¢rrafo final:
"En suma, y si bien estas elecciones nos han proporcionado un tibio aliento y est¨ªmulo, Estados Unidos sigue siendo una sociedad asustada e insegura. Consumida y reconcomida, literalmente, por temores respecto de cuestiones estrat¨¦gicas y por la necesidad imperiosa de mantener su poder y seguridad. Sigue convencida de que la VICTORIA es algo insustituible
[la cursiva y las versales son m¨ªas]. Ahora bien, ?qu¨¦ clase de victoria?".
Aun tocando en la diana, la afirmaci¨®n de Fuller se queda un punto corta, como una flecha que no se clava haciendo vibrar la pluma, sino que pincha pero se desprende, pues la insustituibilidad de la victoria no necesita, en modo alguno, la convicci¨®n de los americanos. La victoria no es un deseo ni un empe?o, ni tan siquiera una necesidad; la victoria es una ineluctable constricci¨®n a la que se ve supeditado todo aquel que se resuelve a combatir.
La victoria es un absoluto, que se tiene derecho a perseguir a ultranza; es el derecho que el ofensor ha conferido al agraviado.
Unidad de destino
La derrota es la muerte del yo de la naci¨®n, que es, por definici¨®n, un yo de guerra. El yo de guerra connota unidad de destino. La unidad de destino significa que los supervivientes de la naci¨®n derrotada mueren como sus propios muertos en combate y que los muertos de la naci¨®n vencedora sobreviven como sus supervivientes.
Por eso Am¨¦rica no puede desistir de la guerra aun a sabiendas de que para alcanzar la victoria tendr¨¢ que sufrir nuevos muertos, porque s¨®lo la victoria puede dar sentido a la muerte -o, si se prefiere, a la vida, que aqu¨ª es indiferente- de los soldados ya anteriormente muertos. Darles sentido significa aqu¨ª transfigurarlos en supervivientes con el yo de la naci¨®n. La unidad de destino del yo de la naci¨®n subsume y neutraliza el pretendido yo de los soldados individuales, y la muerte del yo de la naci¨®n por la derrota iguala los supervivientes a los muertos, as¨ª como la vida del yo de la naci¨®n por la victoria transfigura a los muertos en supervivientes.
La unidad de destino del yo de guerra, que es el yo de la patria, destituye toda posible diferencia entre los atributos de muerto o superviviente referidos a un siempre hipot¨¦tico y cuestionable yo de los soldados individuales.
Todos los tratadistas de la guerra, antiguos o modernos, cristianos o no, han coincidido en que la victoria es un absoluto irrenunciable; desde los autores cl¨¢sicos que se han ocupado de la justicia de la guerra, como Vitoria o Su¨¢rez, sin ir m¨¢s lejos, hasta el que hoy es, al parecer, el polem¨®logo m¨¢s acreditado en Estados Unidos, Michael Walzer, han elevado la incondicionalidad de la victoria hasta el extremo de darle capacidad para dejar en suspenso prohibiciones reguladas por el ius in bello; as¨ª, por ejemplo, era l¨ªcito bombardear una ciudad -con ca?ones, obuses o morteros, ya se entiende, cuando no se hab¨ªa inventado la aviaci¨®n-, aun poniendo en peligro la vida de inocentes, siempre que fuese necesario para la victoria.
En la obra de Walzer, Guerras justas e injustas, el tipo de condiciones que legitiman hacer caso omiso de la observancia del ius in bello se designa -al menos en la versi¨®n castellana- como "necesidad militar"; pero Walzer incluye en las obligaciones del ius in bello tambi¨¦n la que prescribe renunciar a librar una batalla determinada cuando se estima excesivamente cruenta para el enemigo en proporci¨®n con la ventaja efectiva que puede comportar para el desarrollo de la guerra.
Situaci¨®n de las cosas
Y aqu¨ª resulta harto curioso reparar en c¨®mo este criterio de legitimar -seg¨²n "la situaci¨®n de las cosas", como dir¨ªa Carl Schmitt-, o hacer l¨ªcita, la inobservancia de leyes de guerra que regulan el comportamiento de los soldados en el combate, en aras de la irrenunciabilidad de la victoria, presenta una notable analog¨ªa con ciertas decisiones del Gobierno americano que se han visto, en mayor o menor grado, se?aladas como atentatorias contra los derechos de los ciudadanos. As¨ª que no se dir¨ªa sino que las excepciones y suspensiones relacionadas con la vida civil imitan el criterio que, en la vida militar, hace l¨ªcita, en determinadas situaciones, la suspensi¨®n de normas de conducta establecidas en el ius in bello. El estado de guerra, con su irrenunciabilidad de la victoria, contamina las actitudes de la Administraci¨®n en sus decisiones de gobierno interior. Ha habido irregularidades jur¨ªdicas en todos los terrenos, desde los controles y las restricciones impuestos a los ciudadanos -sin que se pueda excluir, en modo alguno, que hayan tenido un mayor o menor grado de eficacia, especialmente disuasoria- hasta las horrendas infamias perpetradas contra enemigos apresados en combate o fuera de ¨¦l -donde hay que se?alar la mayoritaria gratuidad de tales encarcelamientos, como demuestra el hecho de que cuando hay alguna orden de liberaci¨®n en las c¨¢rceles de Irak, salen en tres o cuatro d¨ªas, por grupos de 200 o 300 prisioneros diarios, lo que indica que el m¨¦todo de investigaci¨®n consiste en una especie de criba probabil¨ªstica: "Si los agarramos por miles [m¨¢s de 10.000 ha habido tan s¨®lo en Abu Ghraib], es m¨¢s probable que alg¨²n culpable verdadero se quede, como un nudo en el peine, en el cedazo de los interrogatorios".
Por la inconmensurable superioridad de sus fuerzas sobre las de la naci¨®n agredida, puede decirse que, aun antes de cruzar la frontera, la naci¨®n agresora tra¨ªa ya la victoria conseguida; y as¨ª podr¨ªamos aun hoy convalid¨¢rsela por tal, si no fuese por aquella famosa victoria de Pirro sobre los romanos, que consagr¨® el nombre del criterio por el que la victoria no se confer¨ªa por la cuenta comparativa de la diferencia de muertos y p¨¦rdidas entre una y otra parte (conforme a semejante contabilidad, la victoria de los americanos sobre los iraqu¨ªes se estar¨ªa haciendo cada d¨ªa m¨¢s imponente); siempre hay un componente simb¨®lico que dictamina la asignaci¨®n de la victoria y la derrota, que sanciona el veredicto de las armas, como s¨®lo el pitido del ¨¢rbitro consagra el hecho f¨ªsico de un gol en el valor jur¨ªdico de un tanto. En la antig¨¹edad, en la Edad Media y por lo menos hasta el siglo XVI, el componente simb¨®lico, en la batalla campal, era "quedar con el campo". Y, dicho sea de paso, tal componente simb¨®lico lleg¨® a ser en ocasiones tan predominante como criterio de victoria que acercaba la batalla al duelo, a la ordal¨ªa, al "juicio de Dios" y hasta al trial by battle.
Recurso a las apariencias
Es muy dif¨ªcil, sin embargo, simular la victoria mediante alg¨²n recurso a las apariencias. En esto, siempre me ha parecido digno de notar el intento de Henry Kissinger con la guerra de Vietnam; no pod¨ªa, evidentemente, simularse una victoria propiamente militar, pero s¨ª una cosa que los americanos llamar¨ªan "victoria diplom¨¢tica", dado que para ellos, como, singularmente, para el propio Kissinger, la diplomacia viene a ser una especie de administraci¨®n de la amenaza (as¨ª, en un art¨ªculo reciente, Diplomacia y armamento -Abc, 20 de noviembre de 2006-, se muestra incomprensivo con Mohamed el Baradei, director de la OIEA, y con Sergei Lavrov, ministro de Exteriores de Rusia, porque estiman contraproducentes las sanciones a Corea del Norte).
Kissinger siempre ha preconizado como m¨¦todo diplom¨¢tico aquella elemental y repugnante groser¨ªa francesa de le baton et la carotte. Cuando las conversaciones de Par¨ªs entre Kissinger y Le Duc Tho hab¨ªan llegado a un punto en que todos sab¨ªamos que la paz estaba ya virtualmente lograda, sobrevinieron los bombardeos americanos sobre las ciudades vietnamitas de Haiphong y Hanoi; con todo, se reanudaron las conversaciones y la paz se firm¨® poco despu¨¦s. No excluyo que se hiciese 15 o 20 d¨ªas antes de lo que se esperaba, pero no era eso lo que Kissinger hab¨ªa pretendido con los bombardeos, sino crear la impresi¨®n de que la paz hab¨ªa sido una victoria diplom¨¢tica, porque los vietnamitas hab¨ªan sido finalmente doblegados con la fuerza de las armas de los americanos.
Era, naturalmente, un simulacro c¨®ram p¨®pulo, destinado al orgullo patri¨®tico del pueblo americano, pero ni en eso, al parecer, dio resultado, al menos a juzgar por la respuesta que recibi¨® un periodista al preguntarle a un negro del Bronx si estaba satisfecho con el fin de la guerra de Vietnam; el negro, muy a rega?adientes, contest¨® que s¨ª, para a?adir acto seguido: "Pero a m¨ª no me gusta perder; a m¨ª me gusta ganar", como si de su propio equipo de baloncesto se tratara.
Vector fundamental
El ganar y el perder constituyen el vector fundamental de la mentalidad americana y sus motivaciones de juicio y de conducta; son criterio indefectible y aun dogm¨¢tico en la distribuci¨®n y atribuci¨®n de los destinos. As¨ª que al texto de Fuller transcrito anteriormente a?adir¨ªa yo lo que no es m¨¢s que una glosa de su afirmaci¨®n de que los Estados Unidos "siguen convencidos de que la victoria es algo insustituible", y digo: ?hasta qu¨¦ punto el anticuado patriotismo americano -con su expresividad sentimental y hasta un tanto histri¨®nica a los ojos de los europeos- aceptar¨ªa cualquier cosa que aparezca tan siquiera como una no-derrota, por mucho que cobrasen notable relevancia los aspectos de ¨¦xito o hasta de triunfo diplom¨¢tico?
La reciente mayor¨ªa dem¨®crata en las c¨¢maras, incluso dejando aparte sus divergencias internas, se encuentra tal vez con una casi total imposibilidad de ofrecer nada decididamente capaz de contrarrestar el denigrante populismo patri¨®tico, constantemente realimentado y recalentado pro domo s¨²a por el Gobierno. Un patriotismo cada vez m¨¢s arrimado a la religi¨®n: Huntington, en ?Qui¨¦nes somos?, llega a hablar de "fusi¨®n entre religi¨®n y patriotismo". (Al rev¨¦s que en Espa?a, dicho sea de paso, pues mientras all¨ª es el patriotismo el que se acoge al amparo de la religi¨®n, aqu¨ª es la religi¨®n la que, bajo la batuta del cardenal primado, busca escudarse con el patriotismo).
James Baker es un bicho duro, capaz de ser hasta letal, como lo fue en Ginebra con Tarek Aziz, pero inteligente y sobre todo dotado de una virtud bastante rara en los pol¨ªticos americanos: la prudencia. Como secretario de Estado en la primera guerra de Irak, impuso su autoridad para impedir, con el apoyo de Powell, que el ej¨¦rcito americano extendiese su victoria hasta la toma de Bagdad.
Pero hoy se enfrenta con una situaci¨®n desesperada: sabe que, con la guerra de agresi¨®n contra Irak, Estados Unidos se ha condenado a la victoria. La victoria es como un juramento del yo consigo mismo, de un yo amenazado de muerte que se ha juramentado para sobrevivir. Para el yo de la patria, que es un yo de guerra, es literal vencer o morir. ?Qu¨¦ podr¨¢ hacer Baker ahora que hasta Kissinger acaba de decir (Le Monde, 21 de noviembre de 2006) que la victoria militar en Irak es imposible?
Rafael S¨¢nchez Ferlosio
El autor de este texto, premio Cervantes del a?o 2004, repasa la situaci¨®n en Estados Unidos respecto a la guerra de Irak tras la reciente victoria en las urnas de los dem¨®cratas en las elecciones legislativas. Ferlosio (nacido en Roma en 1927) se dio a conocer con la novela 'Industrias y andanzas de Alfanhu¨ª'. Con 'El Jarama' obtuvo en 1955 el Premio Nadal. En 1986 public¨® 'El testimonio de Yarfoz'. Tambi¨¦n ha cultivado el ensayo en 'Mientras no cambien los dioses, nada ha cambiado' o 'Campo de Marte'. Trat¨® el problema militar en su libro 'El ej¨¦rcito nacional'.
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