La m¨ªstica de los Seis D¨ªas
Hasta la Segunda Guerra Mundial, los grandes mitos del ciclismo se creaban en el vel¨®dromo
Para distraerse, para tener algo que hacer fuera de su casa, despu¨¦s de la muerte de su hermano Sauro, Paolo Bettini decidi¨® pasear este oto?o su maillot de campe¨®n del mundo por los vel¨®dromos europeos que celebraban pruebas de Seis D¨ªas. despu¨¦s de participar en las pruebas de Grenoble y M¨²nich, Bettini, un purasangre de la carretera, se hab¨ªa transformado en un converso. "He descubierto que el verdadero ciclismo se da en la pista, en los Seis D¨ªas", dijo el Grillo, ojos brillantes de emoci¨®n. "He descubierto la solidaridad, la uni¨®n y el compa?erismo, valores que no se dan en el pelot¨®n de carretera. Ha sido una delicia. despu¨¦s de las carreras nos junt¨¢bamos para ir a cenar y tomar unas cervezas. Cosas que durante la temporada s¨®lo hacemos con nuestro equipo, en los Seis D¨ªas las practicamos con los rivales".
Se hab¨ªa enamorado Bettini de los Seis D¨ªas pese a haber trabado conocimiento no con la versi¨®n pura, original, de los Seis D¨ªas, sino con el suced¨¢neo que sobrevive a duras penas en una docena de vel¨®dromos en el siglo XXI.
En sus or¨ªgenes, a finales del siglo XIX, en el Madison Square Garden de Nueva York (de ah¨ª el nombre de madison que recibe la prueba reina, aquella en la que ciclistas por parejas se turnan dando vueltas a la pista durante 50 kil¨®metros, con sprints puntuables cada 10 giros: naci¨®, con sus relevos lanzando un corredor a otro con un apret¨®n de manos imitando las pr¨¢cticas de las carreras de patines de ruedas), los Seis D¨ªas eran eso, seis d¨ªas, 144 horas de marat¨®n y resistencia de ciclistas obligados a hacerlo todo sobre la pista. En sus a?os de oro, cuando conquistaron la Europa de entreguerras, los a?os en los que Ernest Hemingway y John Dos Passos se convirtieron en habituales del Vel¨®dromo de Invierno de Par¨ªs, y el pintor Edward Hopper del Madison neoyorquino, los Seis D¨ªas se dulcificaron: ya se permitieron a equipos de dos o tres turnarse en la pista, pero el ciclista segu¨ªa siendo un esclavo. Un esclavo muy bien tratado. Entonces, el dinero del ciclismo, los millones, estaba en la pista. Los vel¨®dromos era espacios enormes, atm¨®sfera de humo, 15.000, 20.000 personas en las gradas, comiendo, fumando, bebiendo, y los ciclistas no pod¨ªan salir para nada. Dorm¨ªan en diminutos cub¨ªculos en la pel¨²s, se aseaban con baldes de agua, se lavaban la ropa en p¨²blico. Eran los dioses del momento.
La posguerra acab¨® con los Seis D¨ªas (y la guerra con los vel¨®dromos: el de Invierno de Par¨ªs fue transformado por los nazis en centro de concentraci¨®n de jud¨ªos previo a su deportaci¨®n). El f¨²tbol y la televisi¨®n atraparon al p¨²blico; la carretera, Coppi, Bartali, Koblet, Robic, Bobet, se apoder¨® de los mitos. Los Seis D¨ªas se convirtieron en sin¨®nimo de decadencia.
"Cuando yo participaba en los Seis D¨ªas", cuenta Peio Ruiz Cabestany, ciclista que disput¨®, el invierno de 1986, la ¨²ltima edici¨®n de los Seis D¨ªas de Madrid en el desaparecido vel¨®dromo del Palaciol de los Deportes, "a¨²n ten¨ªamos que dormir en el vel¨®dromo, en unas roulottes que se instalaban all¨ª. Pero las pruebas, que no eran s¨®lo madison, hab¨ªa tambi¨¦n, puntuaci¨®n, tras derny, scratch, eliminaci¨®n..., no duraban las 24 horas. Empezaban a media tarde y est¨¢bamos hasta las dos o las tres de la ma?ana. El p¨²blico sobre todo se concentraba por la noche, p¨²blico noct¨¢mbulo que prosegu¨ªa su juerga en el vel¨®dromo".
En Alemania y B¨¦lgica, los Seis D¨ªas siguen siendo una instituci¨®n, un espect¨¢culo animado y variado en el que el p¨²blico pasa el d¨ªa, cena, bebe, se divierte. De ello viven un par de docenas de corredores que recorren el circuito de noviembre a enero y a los que se suma, de vez en cuando, la estrella de la carretera que quiere vivir emociones fuertes, diferentes.
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