La vigilia de Gamoneda
"Cuando yo ten¨ªa catorce a?os, me hac¨ªan trabajar hasta muy tarde". Yo me imagino a¨²n a Antonio Gamoneda trabajando hasta muy tarde. Rehaciendo constantemente sus poemas con la misma inseguridad y la misma obstinaci¨®n que cuando entraba de madrugada en la oficina a los catorce a?os. Con una diferencia. "... Cuando me pongo / los pantalones, / me quito / la / libertad", dec¨ªa entonces. Ahora, cuando se pone los pantalones de escribir no se quita la libertad sino que la gasta escribiendo. Y no s¨®lo eso. No es s¨®lo lo que sus versos tienen de trabajo, de versos trabajados una y otra vez, de fruto del esfuerzo interminable de quien pone cada d¨ªa a prueba su libertad renunciando a ella. Es la propia naturaleza la que en sus versos trabaja sin descanso, la que no es jam¨¢s un simple objeto de contemplaci¨®n sin ser al mismo tiempo sujeto de una acci¨®n inconsciente, involuntaria pero incesante, sin reposo ni domingo. No solamente los campos de sus versos son a menudo huertos y pol¨ªgonos agrarios. No solamente el lino es algo m¨¢s que lino para ser tocado o visto, pues en su tacto y en su vista se adivinan los nudos del trenzado, y en las trenzas las manos blancas que lo trabajaron. Es el esfuerzo que nos hace a todos y a todo lo dem¨¢s, un trabajo an¨®nimo que no se detiene ni cuando la industria para: las m¨¢quinas, entonces, lloran. De nada sirve fingir dormir: el sue?o sigue trabajando bajo los p¨¢rpados. De nada sirve dejar a la sangre circular por las venas, incluso vaciarse. En las venas siguen trabajando los cordeles, los cordones, las cuerdas. De nada sirve llorar, los insectos trabajan libando el llanto, haciendo c¨ªrculos sobre las tazas inm¨®viles. De nada sirve cerrar los ojos, porque dentro de los ojos trabajan los caballos. De nada sirve dejar de llorar, porque los caballos que habitan dentro de los ojos han aprendido a llorar. De nada sirve ni siquiera dormir, porque hay uno que vigila, que permanece despierto en nosotros mientras dormimos. La vigilia de Gamoneda, su estar a¨²n trabajando hasta tan tarde y atravesar las ortigas en busca de un ¨¢rbol prometido que no es precisamente aquel del que se alimentan los mordaces, obedece al conocimiento de que hay cosas (y seguramente son las m¨¢s importantes) que s¨®lo se pueden ganar perdi¨¦ndolas, que en rigor no se pueden poseer si de verdad se aman -la lengua es una de ellas-, hay frutos que s¨®lo pueden degustarse si se aprende a fracasar en el esfuerzo por apoderarse de ellos. Y cuando volvemos a casa con las manos vac¨ªas s¨®lo nos queda lo que no hemos podido recoger: las huellas de unos labradores enviados a un pa¨ªs sin nombre, el silbido de los trenes que pasan por la tarde llev¨¢ndose lejos a esos mismos hombres o a otros, el hormigueo de los caballos que lloran bajo los p¨¢rpados y de los insectos que liban el llanto en las tazas vac¨ªas. Pero el poeta, aunque ¨¦l no quiera saberlo, no s¨®lo ha alcanzado el gran ¨¢rbol prometido de dulc¨ªsimos frutos de la ¨²nica y amarga manera en que puede alcanzarse, en los pedernales y en las sombras, sino que adem¨¢s ha conseguido alimentarnos con ¨¦l a los dem¨¢s.
De nada sirve fingir dormir: el sue?o sigue trabajando bajo los p¨¢rpados
Jos¨¦ Luis Pardo es fil¨®sofo.
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