?La realidad es de derecha?
Tengo la impresi¨®n de que los problemas de la izquierda no proceden de haber cedido precipitadamente al realismo ni de haber renunciado a la utop¨ªa, como afirmaba Ulrich Beck en estas mismas p¨¢ginas [17 de noviembre], sino de algo que es anterior. En el origen de su falta de vigor est¨¢ la conformidad con un reparto del territorio seg¨²n el cual a la derecha le corresponder¨ªa gestionar la realidad y la eficiencia, mientras la izquierda puede disfrutar el monopolio de la irrealidad, donde se mover¨ªa sin competidor entre los valores, las utop¨ªas y las ilusiones. Es esta c¨®moda delimitaci¨®n del territorio lo que se encuentra en el origen de una crisis general de la pol¨ªtica: aceptada la ruptura entre el principio de placer y el principio de realidad, entre la objetividad y las posibilidades, la derecha se puede dedicar a modernizar irreflexivamente, sin el temor de que la izquierda consiga incomodarla con su utopismo gen¨¦rico y desconcertado. La derecha puede permitirse el lujo de tener algunas dificultades con los valores mientras la izquierda siga teni¨¦ndolas con el poder. Y el reparto apenas seduce a los electores, que probablemente desear¨ªan poder elegir de otra manera.
As¨ª entendido, el realismo pol¨ªtico equivale hoy a constatar la impotencia a la hora de configurar el espacio social. ?Y si, en el fondo, la pol¨ªtica no fuera otra cosa que una discusi¨®n acerca de lo que entendemos por "realidad"? Tal vez la cuesti¨®n pol¨ªtica fundamental no sea tanto la de los ideales y los imaginarios, como la idea que se tiene de lo real. Pues bien, si eso es as¨ª lo mejor que puede hacerse frente a una concepci¨®n conservadora de la pol¨ªtica es combatirle en el terreno de la realidad, discutir su concepci¨®n de la realidad. Ser¨ªa la ¨²nica manera de no repetir el viejo error de la izquierda de jugar en un campo en el que es inevitable que la derecha lo haga mejor.
A la derecha no debe opon¨¦rsele una enso?aci¨®n, sino otra descripci¨®n de la realidad que sea mejor. Porque la realidad no es lo meramente f¨¢ctico, sino tambi¨¦n un conjunto de posibilidades de acci¨®n que se iluminan seg¨²n sea la perspectiva desde la que se divisen. La batalla no se gana mediante la apelaci¨®n gen¨¦rica a otro mundo, sino en la lucha por describir la realidad de otra manera. La izquierda no convence cuando se sit¨²a como si estuviera re?ida con la realidad como tal sino cuando es capaz de convencernos de que la derecha hace una mala descripci¨®n de la realidad. Ser¨ªa catastr¨®fico dar por perdida la definici¨®n del campo de juego, aceptando alguna de las dos posibilidades que se le ofrecen: competir en la pugna por gestionar mejor esa realidad (como pretende el socialismo neoliberal) o combatirla desde moralismo inofensivo (como pretende la versi¨®n tradicional del socialismo que s¨®lo sabe renovarse parasitando de los movimientos sociales alternativos).
Lo que est¨¢ en juego actualmente no es s¨®lo una alternancia democr¨¢tica, sino la concepci¨®n misma de la pol¨ªtica. En su profundo estudio sobre la historia del Partido Socialista, Alain Bergounioux y G¨¦rard Grunberg han sintetizado esta apor¨ªa en una doble dificultad que atenaza a los socialistas franceses: el rechazo a la revisi¨®n ideol¨®gica y su mala relaci¨®n con el poder. ?sta es la cuesti¨®n fundamental: saber si la izquierda est¨¢ en condiciones de entender la pol¨ªtica como una actividad inteligente renovando sus conceptos y sus pr¨¢cticas de poder. De hecho, esta cuesti¨®n ha ido ganando terreno en el seno de la teor¨ªa pol¨ªtica desde los a?os noventa cuando comienza a hablarse de un "giro cognitivo", un "ideational turn" (Blyth). La reaparici¨®n de conceptos como saber, ideas, argumentaci¨®n o conocimiento, asociados de nuevo a las grandes cuestiones de la pol¨ªtica, parece indicar que algo est¨¢ cambiando en la manera de concebirla. Desde entonces, la cuesti¨®n de si las ideas importan ha planteado relevantes investigaciones acerca del papel que juegan el saber y las ideas en los procesos pol¨ªticos.
Frente al discurso dominante que habla de que el agotamiento de las ideolog¨ªas erige al inter¨¦s como ¨²nico protagonista de la vida pol¨ªtica, tal vez sea precisamente lo contrario: sin ideolog¨ªas cerradas se abre el es-
pacio para las ideas, es decir, para la pol¨ªtica como actividad inteligente.
Buena parte del malestar que genera la pol¨ªtica se debe precisamente a la impresi¨®n que ofrece de ser una actividad poco inteligente, de corto alcance, mera t¨¢ctica oportunista, repetitiva hasta el aburrimiento, r¨ªgida en sus esquemas convencionales y que s¨®lo se corrige por c¨¢lculo de conveniencia. Una sociedad del conocimiento plantea a todos la exigencia de renovarse, y as¨ª parece haber ocurrido en casi todos los ¨¢mbitos: las empresas tienen que agudizar el ingenio para responder a las demandas del mercado, el arte ha de buscar nuevas formas de expresi¨®n, la t¨¦cnica se plantea nuevos desaf¨ªos... El dinamismo de los ¨¢mbitos econ¨®micos, culturales, cient¨ªficos y tecnol¨®gicos convive con la inercia del sistema pol¨ªtico. Hace tiempo que las innovaciones no proceden de instancias pol¨ªticas, sino del ingenio que se agudiza en otros espacios de la sociedad. No se trata de defectos de las personas que se dedican a la pol¨ªtica o de incompetencias singulares, sino de un d¨¦ficit sist¨¦mico de la pol¨ªtica, de escasa inteligencia colectiva por comparaci¨®n con el vitalismo de otros ¨¢mbitos sociales.
Esa falta de vigor de la pol¨ªtica frente a los mercados o el escaso inter¨¦s que despierta en buena parte de los ciudadanos probablemente se deban a su incapacidad para desarrollar conductas tan inteligentes al menos como las que tienen lugar en otros espacios de la vida social. Me parece que ¨¦ste es el gran desaf¨ªo al que se enfrenta la pol¨ªtica en el mundo actual si es que no quiere terminar siendo socialmente irrelevante, desgarrada en la tensi¨®n entre los espacios globales y la presi¨®n de lo privado y lo local. Hemos de ir hacia formas m¨¢s inteligentes de configurar los espacios comunes de la pol¨ªtica.
Contra los administradores oficiales del realismo hay que defender que la pol¨ªtica no es mera administraci¨®n, ni mera adaptaci¨®n, sino configuraci¨®n, dise?o de los marcos de actuaci¨®n, adivinaci¨®n del futuro. Tiene que ver con lo in¨¦dito y lo ins¨®lito, magnitudes que no comparecen en otras profesiones muy honradas, pero ajenas a las inquietudes que provoca el exceso de incertidumbre. El tipo de acci¨®n que es la pol¨ªtica no opera ¨²nicamente con meras reglas de la experiencia, con las ense?anzas c¨®modamente almacenadas entre lo sabido. Quien sea capaz de concebir esta incertidumbre como oportunidad, ver¨¢ c¨®mo la erosi¨®n de algunos conceptos tradicionales hace nuevamente posible la pol¨ªtica como fuerza de innovaci¨®n y transformaci¨®n. Es urgente llevar a cabo una redefinici¨®n del sentido y de los objetivos de la acci¨®n pol¨ªtica a partir de la idea de que en ella se conoce, es decir, se descubren aspectos de la realidad y posibilidades de acci¨®n que no pueden percibirse desde nuestras pr¨¢cticas rutinarias y nuestros debates preconstruidos.
No s¨¦ si la izquierda est¨¢ suficientemente preparada para esta tarea e incluso puede que ni siquiera se haya dado cuenta de que es necesario acometerla. Ni sus conceptos ni sus pr¨¢cticas est¨¢n en condiciones de hacerse cargo de la complejidad de nuestras sociedades. Pero tarde o temprano deber¨¢ acometer una definici¨®n propia de la realidad pol¨ªtica en campos como la seguridad, el pluralismo, la integraci¨®n, Europa o la mundia-lizaci¨®n. La inteligencia pol¨ªtica consiste ahora en aprender la nueva gram¨¢tica de los bienes comunes que se realiza en estos asuntos. Lo que podr¨ªamos llamar izquierda liberal o socialdemocracia liberal apenas se ha estrenado en este debate y ya es hora de que nos explique por qu¨¦ la realidad no es conservadora.
Daniel Innerarity es profesor de Filosof¨ªa de la Universidad de Zaragoza.
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