Movilizaci¨®n general
Supongo que ustedes, en alg¨²n momento de sus apuradas vidas, cuando reciben un nuevo SMS, mientras el m¨®vil empieza a zumbar sobre la mesa del despacho buscando la ca¨ªda libre en la moqueta o la blackberry advierte de que un nuevo correo acaba de aterrizar en la bandeja, han pensado lo mismo: ?Qu¨¦ vida hac¨ªamos antes de los m¨®viles? ??ramos m¨¢s idiotas sin banda ancha? ?Existi¨® vida inteligente antes del telefonino? ?Podr¨ªamos volver a ser los mismos sin bluetooth en el coche?
Supongo tambi¨¦n que ustedes tambi¨¦n piensan igual sobre esta gran paradoja de las sociedades avanzadas: el verdadero lujo, aquello que distingue a los poderosos no es la capacidad de comunicarse con m¨¢s rapidez o mayor n¨²mero de personas, la de recibir en su bandeja de e-mail m¨¢s de 40 spam diarios o la de visualizar en 3G a abuelos y cu?ados durante un cumplea?os en un atol¨®n de Polinesia sino el rango que les permite hacer precisamente lo contrario: ir por la vida sin m¨®vil, sin tarjeta de cr¨¦dito, dejando en los hoteles un nombre de ficci¨®n... Una nueva aristocracia, feliz e indocumentada, a la que se puede llegar siendo David Beckham o, maldita la gracia, desde la pura insolvencia. Son los beneficios de la incomunicaci¨®n en tiempos de la hipercomunicaci¨®n.
Esta reflexi¨®n viene a cuento de que, cada d¨ªa m¨¢s, lo que parec¨ªa un h¨¢bito tecnol¨®gico est¨¢ haci¨¦ndose una cultura. Y no hablamos de la ling¨¹¨ªstica de esos mensajes con muchas k y ninguna hache que es como siempre dice Gabo que le gustar¨ªa escribir el espa?ol, tampoco hablamos de hackers, ni rappers, ni freaks que juegan a las consolas, sino de un signo inquietante de la transformaci¨®n existencial. Viendo Infiltrados, la ¨²ltima y para m¨ª soberbia pel¨ªcula de Martin Scorsese, deducimos que el cine actual ya no puede concebirse como antes de la llegada de la telefon¨ªa m¨®vil. Martin puede ambientar Gangs of New York o La edad de la inocencia hace m¨¢s de 200 a?os con toda libertad, pero ser¨ªa impensable que no dotara a un camello de Brooklyn de un tel¨¦fono m¨®vil si la acci¨®n transcurriera ahora mismo. No quiero desvelar aqu¨ª las entra?as de una pel¨ªcula d¨®nde la mafia irlandesa necesita de los mensajes para saber c¨®mo proceden sus negocios, pero s¨ª decir muy claramente una cosa: la ¨²ltima entrega de Scorsese no ser¨ªa igual sin el protagonismo del m¨®vil y su planificaci¨®n hubiera sido distinta. ?Quiere decir esto que pel¨ªculas como Malas calles o Taxi Driver hoy ser¨ªan impensable? Por ah¨ª van los tiros. Los mecanismos de la ficci¨®n han cambiado: el suspense de Hitchcock, la socarroner¨ªa de Philippe Marlowe, la facha de Dick Tracy se desplomar¨ªan en una sala de cine de ahora mismo en la que es inimaginable pensar en un solo espectador sin m¨®vil. No es obligatorio que la cultura haga referencia a la tecnolog¨ªa, pero ser¨ªa casi una ingenuidad hacer una cultura de espaldas a la tecnolog¨ªa.
Sucede lo mismo con el humo del cigarrillo. ?C¨®mo rodar un thriller sin tabaco? Edward G. Robinson o Humphrey Bogart se han convertido de repente en personajes proscritos de una ¨¦poca anterior. Nadie puede manejar esos silencios, esos par¨¦ntesis, nadie puede ignorar que ese amante clandestino recibe el en¨¦simo mensaje de su mujer en el contestador que sabe perfectamente que no est¨¢ en un cine con el tel¨¦fono apagado...Con humo o sin humo, cambian las reglas del juego. Cambia el cine. No tiene por qu¨¦ ser tan malo. Ni tan aburrido. Hace poco hablando con Bigas Luna - uno de nuestros depredadores audiovisuales favoritos que utiliza su c¨¢mara digital como una pistola siempre a punto de disparar- me dijo una frase que todav¨ªa anda resonando en mi cabeza: "El analfabeto de este siglo es el que no sabe hacer pel¨ªculas". No s¨®lo eso, casi una entera generaci¨®n de cineastas ha dado el salto ya del spot publicitario y del videoclip al cine comprimido con la vista puesta en la pantalla del m¨®vil. La ¨²ltima perla entre muchas es la excitante visi¨®n que Mike Figgis efect¨²a de la modelo Kate Moss en la campa?a de Agent Provocateur que uno puede descargar directamente al m¨®vil. Resulta cuanto menos consolador que al mismo tiempo que la Mafia y el KGB aumentan su eficacia criminal el imaginario er¨®tico reviva en el periodo Movistar de nuestra civilizaci¨®n. El resumen sin embargo es desalentador. Si resulta ya dif¨ªcil imaginar que cualquier ciudadano de a pie no tenga un hotmail d¨®nde caerse muerto, si ese mismo ciudadano, adem¨¢s, fuma, habr¨¢ entrado en la categor¨ªa de "grupo de riesgo" que tanto predican dos profesiones sin mucho que ver aparentemente: los epidemi¨®logos y los banqueros. Es decir, sin movilizaci¨®n est¨¢ usted en pleno territorio de los apestados.
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