El coco
No hay materia tan fascinante como la que viene proporcionando la neuropsiquiatr¨ªa. Ayuda a entender comportamientos que cre¨ªamos consecuencia de la cultura. Lo extraordinario es que a menudo esos hallazgos se han esperado con el hacha de guerra levantada. As¨ª lo sabe la doctora Brizendine, neuropsiquiatra, que ha publicado un fascinante libro, El cerebro femenino, recogiendo lo que hasta el momento se sabe sobre el particular. La doctora Brizendine asegura que tuvo reparos al contar que el cerebro de la mujer reduce su tama?o durante el embarazo y no vuelve a su estado anterior hasta seis meses despu¨¦s del parto; as¨ª, la naturaleza ayuda a la mujer a concentrarse en sacar adelante a un cachorro tan desprotegido como es el humano, pero esa informaci¨®n podr¨ªa ser aprovechada por quienes defienden que las mujeres no deben volver a trabajar. La doctora Brizendine sabe que ciertos grupos quieren que la naturaleza les d¨¦ la raz¨®n y la naturaleza se empe?a en seguir sus particulares criterios de sensatez. Por otra parte, nadie puede evitar que la neurolog¨ªa avale ciertos estereotipos, como el de que las mujeres disfrutan hablando. Cuando las adolescentes se re¨²nen para intercambiar confidencias segregan oxitocina, la hormona de la intimidad. En vez de entender esto a la manera masculina (ellas tienen propensi¨®n al cotilleo) o a la manera femenina (la charla era el consuelo de las mujeres) la neurolog¨ªa considera esta afici¨®n como la consecuencia de un cerebro que posee una innata capacidad verbal: las mujeres echan mano de unas veinte mil palabras al d¨ªa y los hombres rondan las siete mil. Por qu¨¦ entonces la mujer ha estado sometida al hombre en la mayor¨ªa de las sociedades. La historia nos dice que antes del control de la natalidad la mujer sufr¨ªa una media de 20 embarazos en su vida. Con tantas bocas que alimentar result¨® imposible integrar las filas de los padres de la filosof¨ªa. La neurolog¨ªa nos informa de las tendencias innatas, lo cual fastidia a unos y a otras. Unos quieren vernos en el papel de siempre, otras consideran el instinto maternal una falacia. Y la ciencia sienta las bases para una discusi¨®n pendiente que no debi¨¦ramos desaprovechar: la posibilidad de conciliar lo que somos con lo que deseamos ser.
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