Miradas prism¨¢ticas a la Guerra Civil
Del mismo modo que toda gran creaci¨®n novelesca no puede ser examinada desde un prisma ¨²nico, ya sea de orden ideol¨®gico, religioso o nacional, ni por su "correcci¨®n" moral, social, sexual o art¨ªstica, sin ser descuartizada por el cr¨ªtico cirujano en la mesa de operaciones de su morgue o c¨¢tedra, un acontecimiento de trascendencia universal como lo fue la Guerra Civil espa?ola, objeto de centenares, quiz¨¢ millares, de tratados, manuales, testimonios, memorias, no admite interpretaciones un¨ªvocas ni planteamientos definitivos e intocables. S¨®lo debates como el que tengo el honor de clausurar permiten abarcar la infinitud de matices y contradicciones, ¨¦xitos y fracasos que configuran las circunstancias que la provocaron y determinaron el curso de los acontecimientos: la derrota de quienes luchaban por una causa justa, v¨ªctima no s¨®lo del auge de los totalitarismos, sino traicionada tambi¨¦n por los gobiernos que hubieran debido defenderla.
Vivimos ahora en una etapa marcada por la recuperaci¨®n de la memoria hist¨®rica de los vencidos al cabo de casi treinta a?os de gobierno constitucional: este lapso puede resultar sorprendente a primera vista, pero en realidad no lo es. Los condicionamientos impuestos por el tr¨¢nsito de la dictadura a la democracia no lo explican todo. Despu¨¦s de una cat¨¢strofe como la que se abati¨® sobre Espa?a entre 1936 y 1939 y su prolongaci¨®n opresiva por la dictadura franquista, era tal vez necesario recapacitar, resta?ar las heridas, cerrar definitivamente el ciclo de guerras civiles y cuartelazos de espadones que marca la historia espa?ola desde la invasi¨®n napole¨®nica a la muerte de quien reposa hoy en e1 Valle de los Ca¨ªdos.
Recuerdo haber le¨ªdo hace casi medio siglo un sugerente art¨ªculo de Arthur Koestler sobre la cura de silencio tocante a Vichy y la colaboraci¨®n con los nazis seguida durante la inmediata posguerra francesa y la que puso entre par¨¦ntesis la culpabilidad del pueblo alem¨¢n en tiempos del canciller Adenauer: ambas fueron necesarias, dec¨ªa, para decantar la brutalidad de los hechos y aquilatarlos en el filtro de la conciencia. Quiz¨¢ sea ello una regla hist¨®rica, como pude comprobar estos ¨²ltimos a?os con los habitantes de Sarajevo. Terminado el asedio, tras un breve af¨¢n de testimoniar acerca de lo ocurrido, prefieren hoy, si no olvidarlo, ponerlo entre par¨¦ntesis, aguardando el momento en que el peso de este silencio les obligue a romperlo, como acaeci¨® en Francia y Alemania con la emergencia de generaciones nuevas.
Recuperar la memoria dolorosa de la barbarie de la guerra y de la represi¨®n franquista es una necesidad vital para quienes fueron sus v¨ªctimas y los descendientes de ¨¦stas, pero no puede convertirse en materia de ley. He citado varias veces el distingo de Todorov entre quienes se erigen en guardianes de aquella como un bien precioso y someten el presente al pasado, y quienes utilizan el pasado de cara al presente y aprovechan las injusticias y atrocidades sufridas para evitar su repetici¨®n. Legislar sobre la memoria me parece a la vez innecesario y peligroso. S¨®lo un pat¨¢n ignorante o un fan¨¢tico pueden negar hoy la realidad del Holocausto y quien as¨ª lo hace carga con la ignominia de su mentira, nescencia y obcecaci¨®n. Incluso este horror ¨²nico en la historia de la "especie humana" de la que hablaba Robert Antelme no necesita el amparo del legislador. El extremo indecible del exterminio programado a escala industrial est¨¢ ah¨ª, en su ¨¢mbito f¨ªsico y en el de nuestras conciencias, para testimoniar mientras corran los siglos. Pues, sentado este precedente, la ley contra el negacionismo del controvertido genocidio armenio abre las puertas, como advirti¨® Timothy Garton Ash en un excelente art¨ªculo publicado en EL PA?S, a una legislaci¨®n infinita sobre las matanzas en Argelia. Camboya, Bosnia, Ruanda, Durfur, etc¨¦tera, y, qui¨¦n sabe, si a las perpetradas en Am¨¦rica contra los pueblos ind¨ªgenas en nombre de nuestra sacrosanta civilizaci¨®n.
Intervenciones como las que hemos escuchado son el mejor ant¨ªdoto contra el recurso a la ley para establecer una verdad hist¨®rica. Si en tiempos antiguos la historia era el reino del mito y de las falsificaciones recurrentes, ligadas siempre a sentimientos patri¨®ticos e intereses materiales, la historia de hoy acepta su condici¨®n de verdad relativa, su ¨ªndole provisional y sujeta a rectificaciones y mejoras en funci¨®n del nivel de nuestros conocimientos y de los hechos y datos que los sustentan. No hay verdades macizas e impolutas como las que esgrim¨ªan anta?o los portavoces de uno y otro bando. Las ambig¨¹edades de muchos intelectuales se?aladas por Jordi Gracia muestran la infinidad de matices y situaciones de una realidad no sujeta al prisma ¨²nico de una ideolog¨ªa. Cierto que muchos franquistas arrepentidos se esforzaron en ocultar su pasado. Muy pocos tuvieron la valent¨ªa moral de sacarlo a luz o se adelantaron a su posible descubrimiento. Quienes hemos escrito textos autobiogr¨¢ficos lo sabemos mejor que nadie. Si nos resignamos a ser sinceros es porque somos mentirosos desesperados.
La causa de la Rep¨²blica moviliz¨® las conciencias de los intelectuales y escritores, especialmente en Francia, Inglaterra y Norteam¨¦rica (aunque el compromiso de plumas conocidas de estos dos ¨²ltimos pa¨ªses no haya sido cubierto aqu¨ª con la extensi¨®n que merece). Este amor a la causa espa?ola se remonta como sabemos a comienzos del siglo XIX. Wordsworth, Coleridge y los llamados "ap¨®stoles" de Cambridge pusieron su talento y entusiasmo al servicio de los constitucionalistas de Riego o murieron, como Roberto Boyd, en el malhadado desembarco de Torrijos en M¨¢laga. La polarizaci¨®n pol¨ªtica de los a?os veinte y treinta del pasado siglo ampli¨® el fen¨®meno de la fascinaci¨®n por la Espa?a rom¨¢ntica a una defensa del pueblo espa?ol frente 1a brutalidad del golpe militar contra la Rep¨²blica. Para ce?irnos al caso de Francia, mayormente estudiado aqu¨ª, la gama de motivaciones de quienes se alistaron para sostener al Gobierno legal o acudieron a socorrerle en sus escritos y en la prensa abarca todos los colores del arco iris. De Malraux a Simone Weil, las razones y experiencias son tan distintas como la personalidad de sus autores. Recientemente le¨ª las pruebas de un interesante relato de la hispanista Elena de la Souch¨¨re, de pr¨®xima aparici¨®n en Galaxia Gutenberg. La entonces jovenc¨ªsima voluntaria en el frente de Madrid pas¨® a Barcelona, en donde su misi¨®n, encomendada por Aguirre e Irujo, amigos personales de su padre, consist¨ªa en ayudar a camuflarse y escapar a los sacerdotes vascos de los comecuras anarquistas. ?Faceta nueva y original de esta mirada prism¨¢tica, de mil facetas, a la que se refiere el t¨ªtulo de este escrito! Las referencias a Nizan, Cassou, Mauriac, Sartre, Bataille, Leiris, Breton, Elie Faure o Camus ponen de manifiesto la diversidad de tintas y enfoques de su compromiso. Su generosidad intelectual anda casi siempre re?ida con las nociones de estrategia y c¨¢lculo. Algunos episodios, hechos y citas que desconoc¨ªa me han conmovido. L¨¢stima que este amor a la justicia haya disminuido de forma inquietante en nuestros d¨ªas con respecto a otras causas tan justas y dignas de ser defendidas como las de los palestinos, chechenos y otros pueblos sometidos a las leyes inicuas de la violencia y ocupaci¨®n.
Quisiera a?adir, para cerrar esta breve charla, que la ¨²nica conclusi¨®n a la que cabe llegar despu¨¦s de este excelente simposio sobre la Guerra Civil es, precisamente, la de la imposibilidad de llegar a conclusi¨®n alguna, fuera del hecho de que navegamos a corriente o a contracorriente en el r¨ªo de Her¨¢clito.Recuperar la memoria dolorosa de la barbarie es una necesidad, pero no puede convertirse en materia de ley
Juan Goytisolo es escritor. Texto le¨ªdo en el acto de clausura del ciclo Los intelectuales franceses y europeos ante la Guerra Civil espa?ola, organizada por el Instituto Franc¨¦s de Madrid.
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