Guerra a la carta
En el siglo XIX, el entonces todopoderoso Imperio Brit¨¢nico intent¨® subyugar a las tribus afganas para proteger sus rutas comerciales entre la India y la metr¨®poli e impedir el acceso de la Rusia zarista a los puertos del ?ndico. Fracas¨® estrepitosamente. Un siglo despu¨¦s, hace ahora cerca de 27 a?os, la entonces Uni¨®n Sovi¨¦tica se lanz¨® a una aventura similar. El resultado es bien conocido. La desintegraci¨®n de la URSS, consumada con la ca¨ªda del muro de Berl¨ªn en 1989, comenz¨® con su derrota en Afganist¨¢n. En el umbral de 2007, ?quiere la Alianza Atl¨¢ntica, una comunidad de pa¨ªses libres y democr¨¢ticos, sufrir el mismo destino que Gran Breta?a y la Rusia sovi¨¦tica y ser derrotada por una conjunci¨®n de talibanes ¨¢vidos de revancha y yihadistas suicidas? A la vista de los decepcionantes resultados de la reciente cumbre de la OTAN en Riga, parece que s¨ª.
Porque, una vez m¨¢s la falta de voluntad pol¨ªtica para compartir riesgos en Afganist¨¢n se ha puesto de manifiesto por parte de varios dirigentes europeos, entre otros los l¨ªderes pol¨ªticos de Alemania, Francia, Italia y Espa?a. No han faltado, eso s¨ª, declaraciones grandilocuentes, contenidas en un documento en el que se reconoce que "el terrorismo, global en su alcance y letal en sus resultados, as¨ª como la difusi¨®n de las armas de destrucci¨®n masiva, constituir¨¢n las principales amenazas a las que se tendr¨¢ que enfrentar la Alianza en los pr¨®ximos 10 o 15 a?os". Pues bien, a pesar de la rotundidad de la afirmaci¨®n y de la convicci¨®n general de que un fracaso de la Alianza convertir¨ªa a Afganist¨¢n de nuevo en un feudo talib¨¢n donde los terroristas volver¨ªan a campar por sus respetos, libres para planificar atentados similares a los de Nueva York, Madrid, Londres o Bali, la cumbre se ha negado a satisfacer una petici¨®n m¨ªnima de incremento de efectivos humanos y helic¨®pteros, formulada por el jefe de los 32.800 militares de la OTAN en el terreno, el general brit¨¢nico David Richards.
Los pa¨ªses europeos de la Alianza tienen cerca de 2.400.000 hombres en sus Fuerzas Armadas. Richards s¨®lo ped¨ªa 2.200 efectivos m¨¢s, as¨ª como unos cuantos helic¨®pteros, para constituir una fuerza de reserva m¨®vil, destinada a ayudar a las unidades de combate en el sur del pa¨ªs donde los talibanes han concentrado todo su esfuerzo b¨¦lico hasta el comienzo del invierno. Y donde la lucha se reanudar¨¢ cuando la nieve se derrita con la llegada de la primavera.
Es una guerra a la carta, donde americanos, brit¨¢nicos, canadienses y holandeses, sin contar con el contingente australiano, un pa¨ªs no integrado en la OTAN, combaten y mueren en la defensa de Kandahar, la segunda ciudad del pa¨ªs, y el resto del sur y este del pa¨ªs, mientras que los dirigentes de los pa¨ªses citados impiden a sus respectivos contingentes abandonar la relativa seguridad del oeste y el norte afganos, donde se encuentran, para apoyar a sus compa?eros de armas de la Alianza. Es uno de los inconvenientes de concebir un ej¨¦rcito como una especie de Cruz Roja armada. Con raz¨®n escrib¨ªa recientemente Rafael Bardaj¨ª que, si durante la II Guerra Mundial los aliados hubieran tenido que someterse a las restricciones que algunos Gobiernos nacionales imponen a sus tropas en Afganist¨¢n, la victoria hubiera sido del III Reich.
Ahmed Rashid, uno de los mejores expertos mundiales de la zona, se lamentaba recientemente en The New York Times de que, "el fallo colosal" de los pa¨ªses de la OTAN al no enviar m¨¢s tropas a Afganist¨¢n s¨®lo servir¨¢ "para alentar una ofensiva talib¨¢n a escala nacional" y que esta vez la ofensiva, prevista para la primavera, ser¨ªa en la capital, Kabul. Contrariamente a lo sucedido en Irak, la operaci¨®n militar de la OTAN en Afganist¨¢n ha contado desde el principio con las bendiciones de Naciones Unidas y con la petici¨®n de ayuda a la Alianza formulada por el Gobierno leg¨ªtimo afgano de Hamid Karzai. No se entiende, pues, la reticencia de algunos a la hora de tomar decisiones vitales para la seguridad de Occidente.
Nadie duda de que las bajas son dolorosas. Nadie las desea. Pero son una consecuencia tr¨¢gica, pero inevitable, de las guerras. Y lo que se libra en Afganist¨¢n, adem¨¢s de una meritoria tarea de ayuda a la reconstrucci¨®n del pa¨ªs, es una guerra. Cuanto m¨¢s se tarde en explicar a la ciudadan¨ªa el verdadero alcance de la misi¨®n en Afganist¨¢n, m¨¢s dif¨ªcil ser¨¢ explicar las malas noticias cuando se produzcan.
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