Estudio de campo
1Veo que va a cruzarse en mi camino un amigo al que hace dos a?os que no veo. Antes, cuando ocurr¨ªa eso, cuando ve¨ªa que avanzaba hacia m¨ª alg¨²n amigo, consideraba normal, tanto si el d¨ªa era fr¨ªo como caluroso o nublado, hacerle pasar por una prueba de amistad que consist¨ªa en tratarle groseramente y decirle, adem¨¢s, un par de verdades de las que duelen s¨®lo relativamente. Si no se molestaba mucho, es que era un amigo real. Si obraba al rev¨¦s, enfad¨¢ndose, quedaba desenmascarado y yo ve¨ªa que no merec¨ªa ser considerado amigo.
?ltimamente, no le hago pasar la prueba a nadie. Desde que estoy inactivo en este tipo de experimentos, tengo m¨¢s amigos que antes. La vida me ha cambiado.
2
Has o¨ªdo hablar mucho de alguien y tienes una idea preconcebida de c¨®mo es esa persona, de modo que te acercas a ella esperando encontrarte con una mujer fr¨ªa, t¨ªmida y glacialmente inteligente. Son tantos los prejuicios que acumulabas que al final nada es como esperabas. Ella resulta ser c¨¢lida y divertida, aunque, eso s¨ª, glacialmente inteligente, en eso no te hab¨ªas equivocado. Fleur Jaeggy es su nombre. Admir¨¦ siempre sus relatos y no imaginaba que un d¨ªa la conocer¨ªa a ella personalmente. Conocerla ha sido una experiencia inolvidable, como si se hubieran abierto nuevos cauces hidr¨¢ulicos en tiempos de sequ¨ªa.
3
Me doy cuenta de que en pocos d¨ªas mi lenguaje se ha acampesinado, seguramente porque paso esta semana en un apartamento prestado, en el campo. Estoy en un estudio de paredes blancas, sin libros, y dando paseos estudiosos por las huertas pr¨®ximas. Simpatizo mucho con las paredes vac¨ªas. Si por alg¨²n motivo me viera obligado a poner algo en ellas, colocar¨ªa un peque?o cuadro que reprodujera la esfinge de los hielos que Gordon Pym crey¨® ver en el fin del mundo.
4
Me fascina el fr¨ªo. He llegado a veces a pensar que el fr¨ªo dice la verdad sobre la esencia de la vida. Detesto el verano, el sudor de las suegras despatarradas por las arenas del circo de las playas, los arroces al sol, los pa?uelos para el sudor. Me parece que el fr¨ªo es muy elegante y se r¨ªe de una manera infinitamente seria. Y el resto es silencio, vulgaridad, hedor y gordura de caseta de ba?o. Me fascinan los copos suspendidos en el aire. Amo las ventiscas, la espectral luz de la lluvia, la azarosa geometr¨ªa de la blancura de las paredes de esta casa, donde reina el m¨¢s g¨¦lido fr¨ªo existencial. Tan glacial es aqu¨ª todo que salir al campo acaba resultando una bendici¨®n.
5
"La palpitaci¨®n del agua bajo el hielo" (Jules Renard)
6El local m¨¢s fr¨ªo del mundo, mi preferido, estaba en Par¨ªs pero ha desaparecido. Fui con Fleur Jaeggy a verlo, pero para mi asombro ya no queda nada de ese antro helado y ultramoderno. Era un s¨®tano zen que acog¨ªa el restaurante L? Sushi, donde una comida min¨²scula, maki y sashimi, desfilaba ante los ojos de los hipnotizados clientes, y lo hac¨ªa sin cesar, sobre una obsesiva cinta transportadora que zigzagueaba silenciosamente por la sala. Un brutal restaurante polar y sushi para solitarios radicales. En la g¨¦lida barra cada uno de los clientes ten¨ªa un ordenador del restaurante conectado a Internet y un n¨²mero -dir¨ªa yo que mortal- de asiento que ofrec¨ªa a cada uno de los comensales, a trav¨¦s de una t¨¦cnica delirante, la posibilidad si quer¨ªan, de conversar con los dem¨¢s. Si t¨² eras el n¨²mero 7, el 15 pod¨ªa ser que se interesara por ti y te mandara un mensaje. Un lugar para pasar fr¨ªo y llorar. Lo m¨¢s terror¨ªfico de todo era que nadie all¨ª conversaba. Me gustaba mucho ese local y quise mostr¨¢rselo a Fleur. Pero el restaurante ya no est¨¢, el s¨®tano lo utilizan para otra cosa. Seguramente, el negocio era demasiado ultrag¨¦lido y ha fracasado.
7
"En las obras de Jaeggy (escribe Enric Gonz¨¢lez), desechado todo sentimentalismo, es justamente el fr¨ªo del ambiente el que otorga valor a los sentimientos cuando ¨¦stos aparecen, el mismo valor que cobra en una morgue cualquier se?al de vida".
Esas se?ales de vida en la morgue han sido siempre el truco de los t¨ªmidos o de los neur¨®ticos. Pueden llegar a ser duros, distantes, muy g¨¦lidos, y sin embargo, de pronto, en un instante, romper el hielo. Como dice la propia Fleur: "Una cierta glacialidad tambi¨¦n revela sentimientos".
8
Al releerla, Jaeggy me ha transportado hoy al recuerdo de una joven inglesa, Rachel Seiffert, narradora nacida en Oxford en 1971 y que debutara hace unos pocos a?os con la notable Dark Room. Luego, Seiffert se ha descolgado con unos geniales cuentos de prosa sobria y muy po¨¦tica: Trabajo de campo (Alpha Decay editorial), donde algunos relatos deslumbran por su concisi¨®n, inteligencia y sentido m¨¢ximo del detalle. 'Contacto', por ejemplo, es un cuento que aborda precisamente la dificultad de contactar con las otras almas. Todo alrededor de este cuento est¨¢ pensado para comunicarnos la frialdad de las relaciones entre ciertas madres e hijas. Hiela el esp¨ªritu ese cuento, pero parad¨®jicamente contacta, aunque tambi¨¦n es verdad que no con todo el mundo, creo que s¨®lo con lectores como los de los libros de la esencial Jaeggy.
Seiffert y Jaeggy, seguramente sin saberlo, tienen mundos paralelos. Son escritoras que se olvidan del latoso toque femenino e incorporan dureza, crueldad y sobriedad a sus g¨¦lidas pero conmovedoras y terribles historias desesperadamente inteligentes, fr¨¢giles y curiosamente vigorosas. Sin duda, este estudio de campo o recia morgue de paredes blancas en la que paso yo la semana est¨¢ algo m¨¢s que bien acondicionada para la apasionante actividad de leerlas a las dos. De Jaeggy no hay nada mejor que Los hermosos a?os del castigo, obra maestra que public¨® Tusquets hace unos a?os: "Nunca se habl¨® de amor como, en cambio, es costumbre en el mundo".
9
Salir para fumar un cigarro de hielo.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
?Tienes una suscripci¨®n de empresa? Accede aqu¨ª para contratar m¨¢s cuentas.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.