La 'dolce vita' vista por Zeffirelli
El escen¨®grafo y director publica una autobiograf¨ªa en la que ajusta cuentas y revela sus pasiones
Franco Zeffirelli es uno de los pocos supervivientes de aquella dolce vita italiana, tan prolija en talento como en lujo, que durante d¨¦cadas fabric¨® arte y cotilleos en cantidades industriales. El escen¨®grafo, director y ex senador de Forza Italia ha publicado, a los 83 a?os, una autobiograf¨ªa en la que ajusta cuentas con sus enemigos (como Arist¨®teles Onassis), revela los entresijos de sus grandes pasiones (ah¨ª destaca Luchino Visconti) y reconstruye su propia vida, exagerada, dram¨¢tica y emotiva como las ¨®peras que ama.
La infancia suele dar la clave de lectura de cualquier vida. La de Zeffirelli fue singular, como su apellido. Fue el fruto de la relaci¨®n extramatrimonial de una modista milanesa, Alaide Garosi, y un comerciante adinerado, Ottorino Corsi, y se le inscribi¨® en el registro como bastardo ("nescio nomen", hijo de desconocidos). Su madre, sin embargo, record¨® una frase de un aria de la ¨®pera Idomeneo, "zeffiretti gentili", y le dio el apellido Zeffiretti, que un error de transcripci¨®n del funcionario municipal transform¨® en Zeffirelli, "un apellido que s¨®lo yo llevo en el mundo". Tras la muerte de su madre, cuando ten¨ªa seis a?os, y tras ser criado por una t¨ªa en Florencia, el padre, que ten¨ªa una cantidad indeterminada de hijos ileg¨ªtimos por toda Italia, le reconoci¨® y le dio un nuevo nombre, Gianfranco Corsi. Pero el muchacho prefiri¨® quedarse con el ins¨®lito Zeffirelli.
Zeffirelli asegura que nunca sinti¨® atracci¨®n f¨ªsica por las mujeres, pero las idolatra
Retrata a Onassis como un personaje s¨¢dico, mezquino y manipulador
Algunas de las peripecias b¨¦licas del joven Zeffirelli resultan incre¨ªbles, por lo que tal vez sean ciertas. Se uni¨® a los partisanos y, detenido, estaba a punto de ser ejecutado sumariamente por un oficial fascista, un tal Corrado, cuando le preguntaron el nombre de su padre. Lo dijo y el oficial, sin dar las razones, le perdon¨® la vida. El padre le explic¨® despu¨¦s que ese oficial, ahorcado poco despu¨¦s por los partisanos, era uno de sus muchos hermanastros desconocidos.
Despu¨¦s de la guerra conoci¨® por casualidad a "un descendiente de Carlomagno cuyos antepasados hab¨ªan gobernado Mil¨¢n y cuya familia era a¨²n potent¨ªsima: el conde Luchino Visconti di Modrone". Con Visconti empez¨® a trabajar en el teatro, como actor y luego como escen¨®grafo. Ambos iniciaron una apasionada relaci¨®n sentimental y Zeffirelli se estableci¨® en el palacio romano de los Visconti, pese a las advertencias de una de las actrices preferidas del arist¨®crata, Anna Magnani: "Quiero a Luchino, pero s¨¦ que es una v¨ªbora", le dijo. Visconti le present¨® a Coco Chanel, le hizo trabajar con Salvador Dal¨ª y lanz¨® su carrera. Pero el d¨ªa que hubo un robo en palacio, le hizo detener e interrogar junto al resto del servicio.
Zeffirelli, que odia la palabra gay ("una manera est¨²pida de llamar a los homosexuales, como si fuesen payasitos inocuos y divertidos"), nunca sinti¨® atracci¨®n f¨ªsica por las mujeres, pero las idolatr¨® como idolatr¨® a su madre difunta. Y, seg¨²n ¨¦l, que conoci¨® bien a las cuatro, las mujeres m¨¢s destacadas del siglo XX fueron, "sin ninguna duda", "la madre Teresa de Calcuta, Coco Chanel, Maria Callas y Margaret Thatcher". Su imagen de las divas fue forjada por la Callas y por Anna Magnani, que en el estreno italiano de la obra teatral ?Qui¨¦n teme a Virginia Woolf?, que hab¨ªa rechazado interpretar, irrumpi¨® a gritos en la oficina de Zeffirelli: "?Hijo de puta, ese papel estaba escrito para m¨ª, ten¨ªas que haberme obligado! Ten¨ªas que haberme abofeteado, como hac¨ªa Rossellini. ??l s¨ª sab¨ªa c¨®mo tratar a una imb¨¦cil como yo!".
Arist¨®teles Onassis, el magnate que "rob¨®" Maria Callas, es uno de los principales villanos en la autobiograf¨ªa de Zeffirelli. Cuenta que en 1965, cuando Onassis y Callas viv¨ªan su celeb¨¦rrimo romance, el armador le invit¨® al yate Christina, anclado junto a su isla privada, Skorpios, y se lo llev¨® en una motora para intentar seducirle: "Onassis me rode¨® los hombros con el brazo y me susurr¨® al o¨ªdo versos de Dante, el gesto se convirti¨® en un abrazo, sus labios rozaban mi oreja". "Sab¨ªa que Onassis hab¨ªa tenido experiencias homosexuales en su juventud, y que a los 20 a?os fue amante de un teniente turco que le protegi¨® durante el saqueo de Esmirna", cuenta Zeffirelli, para cerrar un incidente que acab¨® en nada. El magnate griego aparece en el libro como un personaje s¨¢dico, mezquino y manipulador.
Zeffirelli, cat¨®lico y conservador, no perdona nada a los comunistas, y recuerda con amargura el funeral de su amado Visconti: "Los comunistas, a los que Luchino hab¨ªa entregado el alma y la reputaci¨®n, quisieron qued¨¢rselo para ellos incluso muerto, porque a¨²n les era ¨²til. Qu¨¦ tristeza. Entre c¨¢nticos de Bandiera rossa el f¨¦retro fue introducido en la iglesia
[jesuita de San Ignacio, en Roma], donde esperaban los familiares, los amigos y una inmensa multitud".
Tampoco perdona al entorno de Maria Callas y arroja un mont¨®n de sospechas sobre la muerte de la diva, cuyo testamento nunca apareci¨®: "Inmediatamente tras su muerte, el apartamento de Maria, con todo su contenido, fue acaparado por el clan de los griegos, la Devetzu y la odiada hermana de Maria, Jackie, que vol¨® a Par¨ªs con su marido, un ambiguo abogado griego 25 a?os m¨¢s joven que ella. Lo que ocurri¨® entonces en aquel apartamento sigue siendo un secreto (...) ?Qui¨¦n orden¨® incinerar el cuerpo de Maria con tanta prisa? ?Hab¨ªa alguien que quer¨ªa evitar una eventual autopsia? ?Fue envenenada Maria? ?Hab¨ªa exagerado la dosis de los medicamentos? Depend¨ªa desde hac¨ªa tiempo de barbit¨²ricos y anfetaminas, pero ning¨²n m¨¦dico se los habr¨ªa recetado a una mujer con problemas cardiacos. ?Qui¨¦n se los suministraba? ?Qui¨¦n quer¨ªa desembarazarse de ella?".
En 2004, un lote de joyas de Maria Callas fue subastado, en nombre de un cliente an¨®nimo, por Sotheby's. Un diario revel¨® que el vendedor era un griego llamado Devetzu, heredero de la secretaria.
La autobiograf¨ªa contiene una prolija enumeraci¨®n de todos los trabajos, montajes y ¨¦xitos de Franco Zeffirelli, quien recuerda que sigue en activo (firma la escenograf¨ªa de la pol¨¦mica Aida, c¨¦lebre por la deserci¨®n del tenor Roberto Alagna, que ha inaugurado este mes la temporada de la Scala), y se despacha con la cr¨ªtica: "La ignorancia, la incompetencia y, sobre todo, la falta de pasi¨®n de muchos cr¨ªticos son evidentes. Para algunos de ellos soy una reliquia del pasado, el representante de un estilo teatral abandonado por las nuevas generaciones de directores. El hecho de que mi trabajo siga sobreviviendo imp¨¢vido, pese a su hostilidad, les irrita profundamente".
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