La gran org¨ªa del 'disco'
Un g¨¦nero desinhibido y sofisticado inund¨® las pistas de baile de sexo y hedonismo a finales de los setenta. Fue la banda sonora ideal para una ¨¦poca de desenfreno. Se cumplen treinta a?os del nacimiento de la 'era disco', la cultura de club y la fiebre del s¨¢bado noche
En Espa?a, pr¨¢cticamente ni nos enteramos. Viv¨ªamos tiempos convulsos y sangrientos, mientras el resto de Occidente gozaba de la mayor org¨ªa de la historia. La segunda mitad de los a?os setenta registr¨® un frenes¨ª de promiscuidad e intoxicaci¨®n. De fondo, como afrodisiaco, una m¨²sica entre salvaje y sofisticada cuya consigna era "que no pare la fiesta".
Nueva York impuso el modelo. Desde el Studio 54 llegaban las im¨¢genes: la aristocracia de la pol¨ªtica, el dinero, los medios y las artes adoptaba el carpe diem de la subcultura homosexual. Los gays, se cre¨ªa, disfrutaban m¨¢s y sin complejos. Se trataba de una minor¨ªa que hab¨ªa salido de una oscuridad secular y rechazaba el control social, los cajones de la psiquiatr¨ªa, la represi¨®n. La rebeli¨®n gay salt¨® en junio de 1969, cuando la polic¨ªa efectu¨® una redada ordinaria en el Stonewall Inn, un antro de la parte baja de Manhattan. Clientes y simpatizantes se resistieron, y los hombres de azul descubrieron, pasmados, que el esp¨ªritu de insurgencia de la ¨¦poca hab¨ªa prendido en la abundante poblaci¨®n homo de la zona.
No hay constancia de la m¨²sica que sonaba en el Stonewall Inn aquella noche. Acababa de morir la actriz Judy Garland y cabe imaginar que se recordaban sus grabaciones. En los a?os siguientes, con la polic¨ªa en retirada, los locales gays -The Sanctuary, Tenth Floor, The Loft, The Saint- crecieron en tama?o y se hicieron m¨¢s exuberantes. Y m¨¢s envidiables: ten¨ªan incluso una m¨²sica propia, que part¨ªa de audaces discos lanzados por sellos soul como Motown y Philadelphia International. Hasta entonces se bailaba con funk, rock o cualquier ritmo efectivo: entre los primeros favoritos estaba un grupo espa?ol, Barrab¨¢s, gracias a delirios tropicales como Wild safari o Woman; un saxofonista camerun¨¦s, Manu Dibango, incendiaba las pistas cuando su Soul makossa ni ten¨ªa distribuci¨®n en Estados Unidos.
Era una propuesta irresistible para los neoyorquinos, que sufr¨ªan una sucesi¨®n de a?os horribles: el Ayuntamiento estaba en la ruina (sobrevivi¨® despidiendo a 65.000 empleados municipales), la polic¨ªa alcanzaba grados ins¨®litos de corrupci¨®n, se hab¨ªa roto la alianza ¨¦tnica entre jud¨ªos y afroamericanos, la clase media hu¨ªa rumbo a suburbios tranquilos, la psicosis de inseguridad crec¨ªa con las haza?as de un asesino en serie conocido como Hijo de Sam, se cerraban las peque?as f¨¢bricas que constitu¨ªan el tejido industrial de la ciudad?
Esa desaparici¨®n de la base industrial result¨® beneficiosa para el arte y el ocio. Los artistas pod¨ªan instalar residencia y lugar de trabajo en lofts y las discotecas colonizaban inmensos espacios abandonados, donde ambientadores de interiores y t¨¦cnicos de sonido constru¨ªan poderosas experiencias audiovisuales.
En las grandes discotecas neoyorquinas se desarroll¨® todo un experimento social. La puerta del Studio 54 depend¨ªa del capricho de cancerberos que abr¨ªan paso a los habituales -Andy Warhol y Liza Minelli, Bianca Jagger y Ahmet Ertegun-, pero que humillaban a otros famosos y ricos, obligados a hacer cola entre la masa de peticionarios insistentes: alguien descaradamente guapo o que llevara unas pintas espectaculares ten¨ªa m¨¢s posibilidades que un tibur¨®n de Wall Street. El secreto, sab¨ªan los propietarios, estaba en la mezcla: la combinaci¨®n adecuada de millonarios, celebridades, hedonistas inveterados y, bueno, gente normal; unos ven¨ªan para contemplar a los otros. Los porteros ten¨ªan ¨®rdenes de dejar entrar a criaturas llamativas si acud¨ªan famosos; se asum¨ªa que ¨¦stos ten¨ªan derecho a ser entretenidos por la fauna de la noche.
Una vez conseguida la admisi¨®n, las discotecas luc¨ªan como paradigmas de democracia y tolerancia. Todas las tendencias sexuales eran celebradas. En lo racial, no exist¨ªan barreras aparentes: la m¨²sica disco era generada habitualmente por negros y latinos, pero los pinchadiscos tend¨ªan a ser ¨ªtaloamericanos. Todos consum¨ªan drogas: algunas pistas ol¨ªan a popper, el nitrato para inhalar, popular en el mundillo gay; el decorado del Studio 54 hac¨ªa gui?os a los consumidores de coca¨ªna; los camellos gozaban de acceso libre a cualquier local?
Con o sin discreci¨®n, se pod¨ªa fornicar en un rinc¨®n, aunque la discoteca promet¨ªa simplemente el preludio para el sexo. Para los campeones de la promiscuidad exist¨ªan lugares especializados, donde se alentaba el cambio de pareja y el sexo en p¨²blico: The Anvil y Mineshaft atend¨ªan a los homosexuales m¨¢s ¨¢vidos, Plato's Retreat recib¨ªa a sus equivalentes heterosexuales (hab¨ªa sido anteriormente un para¨ªso gay, The Continental Baths, donde despunt¨® la vocalista retro Bette Middler). Sodoma y Gomorra al lado del r¨ªo Hudson.
El ideal polisexual del amor libre se hab¨ªa materializado cuando los hippies eran un movimiento residual. De hecho, algunos discotequeros eran antiguos hippies que se permit¨ªan todo tipo de indulgencias tras los a?os brutales de la guerra de Vietnam. En la pista hallaban un nuevo sentido de comunidad, gracias a una m¨²sica que aunaba lo orgi¨¢stico con destellos de espiritualidad: en sus mejores momentos, sobre ritmos implacables cabalgaban voces gospel con ecos de iglesia del gueto.
Con la era disco se consolid¨® la figura del disc jockey. Los platos a velocidad variable facilitaban las mezclas, y la amplificaci¨®n convert¨ªa la sesi¨®n en una experiencia corporal; manejaba maxis, vinilos con una canci¨®n por cada cara, temas el¨¢sticos concebidos -en sonido y estructura- para sostener o desencadenar el frenes¨ª.
La m¨²sica disco ha sido v¨ªctima de los prejuicios: todav¨ªa hoy es considerada banal, repetitiva, fabricada en serie. Por el contrario, se puede demostrar que era rica en tendencias y en contenidos. Se nutr¨ªa de los ritmos imperiosos de James Brown, Hamilton Bohannon, The Meters y otros funkateros. Pod¨ªa ser compleja o elemental (sonido Miami). Extend¨ªa los hallazgos orquestales de veteranos como Norman Whitfield, Kenny Gamble, Leon Huff o Van McCoy. Se recuperaba el esplendor del swing con Tuxedo Junction y la sublime Dr. Buzzard's Original Savannah Band (reconvertida luego en Kid Creole and the Coconuts). Con el sello Salsoul, se llevaba la m¨²sica latina a cumbres de opulencia. Permit¨ªa crear a m¨²sicos ambiciosos como Nile Rodgers y Bernard Edwards, que, rechazados por el color de su piel en el circuito del rock, se reinventaron como Chic.
Si la disco era un virus, pocos dejaron de ser infectados. Rockeros como los Rolling Stones, Kiss o Rod Stewart elaboraron llenapistas. Frank Sinatra entr¨® en el juego con una versi¨®n de Night and day editada en 1977. Rebrotaron divas a?ejas tipo Ethel Merman o Eartha Kitt. No hab¨ªa partitura que se resistiera al tratamiento: hasta Beethoven y Mozart fueron discoficados.
La 'disco' era internacionalista, y posiblemente su mala reputaci¨®n tiene su origen en Europa. Aqu¨ª se explotaron las posibilidades del sintetizador y las m¨¢quinas de ritmo, ya sugeridas en San Francisco por Patrick Cowley y sus producciones para Sylvester. El franc¨¦s Cerrone y los alemanes Peter Bellotte y Giorgio Moroder protagonizaron una revoluci¨®n est¨¦tica tan decisiva como la de los robotizados Kraftwerk. Aunque Moroder puso en solfa las contradicciones de la disco music al elevar al estrellato a Donna Summer, que justificaba sus orgasmos en I feel love como exigencias del gui¨®n; cuando solt¨® la lengua, su conservadurismo moral le hizo quedarse sin base en el p¨²blico gay.
Eran excepciones: la m¨²sica disco europea se convertir¨ªa, por lo menos hasta la aparici¨®n del spaghetti disco, en sin¨®nimo de asepsia, vulgaridad, superficialidad. Se montaban grupos basados en el proceso de selecci¨®n de cantantes-contorsionistas, caso de Boney M, o estereotipos estadounidenses, caso de Village People. El fraude de Milli Vanilli era, debe saberse, la norma en estos territorios.
Hab¨ªa otras muchas fantas¨ªas en la disco music, fen¨®meno universalizado en el a?o 1977 con Saturday night fever, la pel¨ªcula que dispar¨® la carrera de John Travolta y proporcion¨® una segunda vida a los Bee Gees. El gui¨®n retrataba el impacto de la disco en un ¨¢mbito proletario y atacaba los prejuicios de barrio.
Pero se basaba en una mentira: el escritor irland¨¦s Nik Cohn, reci¨¦n llegado a Nueva York, hab¨ªa vendido un reportaje, Ritos tribales de la nueva noche del s¨¢bado, que era pura ficci¨®n: se trasladaban hasta Brooklyn aspectos de la subcultura brit¨¢nica del northern soul; en Tony Manero se reencarnaba un mod londinense.
Parad¨®jicamente, el boom de Fiebre del s¨¢bado noche acelerar¨ªa el final. Identificados los elementos b¨¢sicos, se inventaron modas como la roller disco (bailar sobre patines), que deserotizaba las pistas, pero que inspir¨® varias pel¨ªculas. Se publicaron grabaciones disco para ni?os y para la tercera edad. Empresas como Casablanca Records engordaron a base de producir: inundaban las tiendas con sus novedades, confiados en que el p¨²blico comprar¨ªa autom¨¢ticamente.
Ignoraban o despreciaban el dato de que un sector considerable odiaba la m¨²sica disco. Bastantes j¨®venes se sent¨ªan intimidados por el culto al cuerpo, el refinamiento indumentario, la carga sexual. Reaccionaron reivindicando el rock visceral y difundiendo el lema Disco sucks (La m¨²sica 'disco' apesta). Muchos conversos se fueron desencantando: sent¨ªan que las bacanales no estaban a su alcance, que la verdadera acci¨®n ocurr¨ªa en zonas VIP a las que no ten¨ªan acceso. Para los plebeyos, el estilo de vida supon¨ªa un desgaste f¨ªsico y un derroche econ¨®mico que no pod¨ªan mantener.
Adem¨¢s, el clima pol¨ªtico se hab¨ªa agriado. El primer florecimiento de la m¨²sica disco ansiaba el hedonismo, tras los a?os de incertidumbre de Richard Nixon, alias El Tramposo Dick. Pero el buenismo del presidente Jimmy Carter se interpretaba como debilidad y, tras la toma de rehenes en Teher¨¢n, como impotencia. Eran percepciones alentadas por la Am¨¦rica conservadora: recuperada del hurac¨¢n de los sesenta, se presentaba como la mayor¨ªa moral, batallando en puntos sensibles como los derechos de los homosexuales, la discriminaci¨®n positiva o el feminismo. Conscientemente, se apuntaba a los grupos claves de la disco: gays, negros y mujeres liberadas.
Por su parte, las autoridades enfilaron a los magnates de la noche, que acumulaban ganancias (del 40% al 80% de la caja) en dinero negro. Se aplic¨® el m¨¦todo Capone: por evasi¨®n de impuestos fueron encarcelados Larry Levenson, del l¨²brico Plato's Retreat, y la pareja Ian Schrader-Steve Rubell, del Studio 54. Rubell se cre¨ªa invulnerable: le ped¨ªan que testificara contra una figura menor de la Mafia y ¨¦l respondi¨® amenazando con desvelar el consumo de coca¨ªna de Hamilton Jordan, ayudante de Jimmy Carter, y otras figuras p¨²blicas. No col¨®.
La ola conservadora terminar¨ªa instalando a Ronald Reagan en la Casa Blanca. Para entonces se hab¨ªan celebrado ceremonias multitudinarias donde se destrozaban monta?as de vinilos de m¨²sica disco. M¨¢s insidiosamente, el sida ya hac¨ªa estragos: aun sin estar identificado, los enterados susurraban que el c¨¢ncer gay afectaba a noct¨¢mbulos de gran voracidad sexual y farmacol¨®gica. Las discotecas m¨¢s libidinosas languidecieron o fueron clausuradas.
Los anuncios de la muerte de la m¨²sica disco resultaron, ahora lo sabemos, exagerados. En Europa continu¨® prosperando, y demostrar¨ªa su capacidad para aglutinar masas con la eclosi¨®n del house. Y las discotecas siguieron lanzando artistas. Madonna, la diosa de los ochenta y los noventa, encarnaba los valores de la era disco, y, de hecho, se dio a conocer en un local abierto en 1979, el Funhouse, donde pinchaba uno de sus futuros novios, John Jellybean Ben¨ªtez. Simult¨¢neamente, Neil Tennant, un periodista musical brit¨¢nico, viajaba a Nueva York y aprovechaba para conectar con Bobby Orlando, un hom¨®fobo que triunfaba en las pistas gays: ser¨ªa el primer productor de los Pet Shop Boys. La rueda volv¨ªa a girar.
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