Historia, tradici¨®n, memoria
"Viviremos con mayor negligencia, hurtados a la querida autoridad de su mirada", dec¨ªa Plinio el joven en la oraci¨®n f¨²nebre dedicada a su t¨ªo, el gran naturalista y sabio Plinio, v¨ªctima de la gran erupci¨®n del Vesubio del 79. Es un sentimiento que algunos hemos sentido intensamente ante la desaparici¨®n de contados maestros muy queridos. Jos¨¦ Antonio Maravall Casesnoves ha sido uno de ellos. Hoy se cumplen 20 a?os de su fallecimiento y el mejor homenaje que se le puede hacer es recordar una vez m¨¢s su rico legado historiogr¨¢fico, del que se siguen publicando nuevas ediciones de sus obras tanto en Espa?a como en otros pa¨ªses europeos y americanos.
De ese riqu¨ªsimo legado que escapa brillantemente, como es sabido, a los l¨ªmites del especialismo y que abarc¨® amplios per¨ªodos de la historia de Espa?a, en cuya investigaci¨®n supo aunar el detalle singular hist¨®rico, y siempre documentado rigurosamente, con un contexto europeo, podr¨ªamos preguntarnos qu¨¦ temas actuales le interesar¨ªan m¨¢s desde el punto de vista historiogr¨¢fico en estos 20 a?os transcurridos en su ausencia. Pienso que, entre muchos otros -pues su curiosidad cient¨ªfica y humana era inagotable-, hay tres asuntos que inciden en lo que fue siempre para ¨¦l preocupaci¨®n constante en su quehacer historiogr¨¢fico y que aparecen una y otra vez tanto en sus escritos sobre la Espa?a medieval como en la renacentista, en la barroca o en la ilustrada y, desde luego, en la contempor¨¢nea. Uno fue la insistente inserci¨®n de la historia de Espa?a dentro de la historia de Europa y homologable a la de cualquier otro pa¨ªs europeo; con sus caracteres particulares, pero fuera de todo excepcionalismo o diferencialismo narcisista. Junto con Caro Baroja, fueron dos principales y autorizadas voces combativas contra todo esencialismo hispano y contra el mito de los caracteres nacionales. Una segunda obsesi¨®n historiogr¨¢fica fue siempre la articulaci¨®n entre el sentimiento de unidad y la diferenciaci¨®n de los distintos territorios de Espa?a en la formaci¨®n y consolidaci¨®n del Estado nacional. Como tercera preocupaci¨®n, la necesidad de conocer y estudiar la historia de cada ¨¦poca, con los instrumentos historiogr¨¢ficos m¨¢s depurados y distanciados posibles, frente a los estereotipos de la tradici¨®n y frente a los t¨®picos maniqueos que dividen la historia en "buenos y malos" y, erigidos en "jueces historiogr¨¢ficos", condenan y absuelven a su gusto, utilizando la historia como arma pol¨ªtica, como "un ladrillo que arrojar a la cabeza del contrario".
En la Espa?a actual, los avatares de la Uni¨®n Europea, las crecientes competencias auton¨®micas que en ciertos casos plantean serios problemas de funcionamiento y lindan con el nacionalismo separatista y, por ¨²ltimo, la discusi¨®n sobre la llamada ley de "memoria hist¨®rica" con su guerra de esquelas y el resurgimiento de reivindicaciones fratricidas, creo que hubieran ocupado -y preocupado- toda la atenci¨®n de nuestro gran historiador.
El europe¨ªsmo de Maravall se basaba en una doble vertiente, especialmente destacada en su momento por el padre Batllori, que aunaba el inter¨¦s por espec¨ªficos problemas europeos y su organizaci¨®n supranacional con la citada insistencia en considerar siempre la historia de Espa?a inserta en la historia y en la vida de Europa, su obsesi¨®n por salir de cualquier ensimismamiento historiogr¨¢fico de la "Espa?a diferente" como t¨®pico que segu¨ªa enlazado con el nacionalismo hist¨®rico del siglo XIX y tambi¨¦n con una corriente regeneracionista que admiraba a Europa pero que cre¨ªa en caracteres esencialistas hispanos. Sin Europa no es concebible una libertad efectiva: "La libertad", escrib¨ªa ya en 1965, "es un modo de vida del europeo de hoy, radicalmente diferenciado de cuanto antes ha sido, un modo nuevo como resultado dif¨ªcil de la tensi¨®n pol¨ªtica y econ¨®mica supranacional de nuestros d¨ªas. Y ni que decir tiene que el que no participe en ese plan se queda sin Europa y sin libertad". El desaf¨ªo actual de una Europa inserta en un mundo globalizado que tantea las posibilidades de funcionar con cierta unidad econ¨®mica y pol¨ªtica y que, sin embargo, sigue al tiempo desunida en cuestiones decisivas para el futuro, entrar¨ªa de lleno en la complejareflexi¨®n hist¨®rica de lo que ha sido la formaci¨®n de la cultura y civilizaci¨®n europeas. Y desde luego -ahora y para nosotros, como historiadores y ciudadanos, y en la estela de una de las direcciones del pensamiento maravalliano-, deber¨ªa estar alejado de todo casticismo nacionalista, deudor de una tradici¨®n rom¨¢ntica que, si fue un lastre a escala nacional, sigue si¨¦ndolo en los nacionalismos perif¨¦ricos y en las diferenciaciones narcisistas e interesadas para la afirmaci¨®n de grupos pol¨ªticos que crean sus propias clientelas y divisiones partidarias. "La historia es precisamente lo contrario de la tradici¨®n", repiti¨® nuestro historiador en varias ocasiones, y creer que existe en determinados pueblos o grupos humanos una esencia inm¨®vil que permanece por encima y por debajo de los acontecimientos hist¨®ricos y evoluciones complejas, no como sedimento de la historia y de la acci¨®n de los seres humanos concretos, sino como caracteres fijos, no es m¨¢s que uno de esos estereotipos rentables que hay que desmontar dondequiera que se reproduzcan. Y se reproducen desde luego con facilidad: por la propia inercia y pereza natural, por la seguridad que da el calor del grupo o de la tribu que descarga de responsabilidad individual a sus miembros, por el beneficio que a corto plazo procura a sus promotores y seguidores.
"En Espa?a -explicaba Maravall- es absolutamente imprescindible afirmar el pluralismo y la entidad propia de los grupos que por razones de m¨²ltiple naturaleza lo han constituido, pero no menos es necesario afirmar lo contrario, porque no ser¨ªan lo que han sido ni se hubieran desarrollado como se han desarrollado si no hubiera sido por la combinaci¨®n de los dos aspectos". Maravall investig¨® rigurosamente "tanto en fuentes del lado castellano-leon¨¦s como en fuentes del lado catal¨¢n-aragon¨¦s" para desmontar uno de los estereotipos, "com¨²n en 1950", que part¨ªa de que Espa?a no hab¨ªa sido durante siglos m¨¢s que "una mera referencia geogr¨¢fica". "Y eso carece de sentido (...). Hay textos inequ¨ªvocos que hablan de los de fuera, en el sentido de los de m¨¢s all¨¢ del grupo de dentro, de modo que la historia de Espa?a est¨¢ establecida en tres planos: los de fuera, los del grupo de los de Espa?a y el grupo particular al que se pertenece. Y eliminar cualquiera de esas tres dimensiones es falsear la historia de Espa?a". Expresiones tan fuertes -prosegu¨ªa- como la de Ram¨®n Muntaner afirmando que "todos estos reyes -medievales- son una carne y una sangre, si se juntaran podr¨ªan contra todo otro Poder del mundo" no se hacen sobre un simple risco geogr¨¢fico. Y buena parte de su inmenso trabajo sobre la formaci¨®n del Estado nacional a trav¨¦s de los siglos, del car¨¢cter "protonacional" que aparece tempranamente y sobre el complejo desarrollo de lo que fue la monarqu¨ªa hisp¨¢nica y las m¨²ltiples corrientes reformistas que recorren el barroco y la ilustraci¨®n, inciden en mostrar y explicar lo que fue una historia com¨²n, no exenta de tensiones y enfrentamientos, pero que abarca conjuntamente los distintos territorios de la historia espa?ola.
La constante preocupaci¨®n de Maravall por una historia plural y rigurosa, por la historia comparada, por las evoluciones metodol¨®gicas en historiograf¨ªa que permitieran una aproximaci¨®n veraz al pasado, estar¨ªan desde luego, a mi parecer, muy lejos de las tristes pol¨¦micas sobre una ley de memoria hist¨®rica o sobre la "guerra de esquelas". La historia es cosa muy distinta de la memoria, igual que lo era de la tradici¨®n. Como escribi¨® en una de sus ¨²ltimas monograf¨ªas -precisamente sobre la concepci¨®n de la historia en Altamira-, toda la moderna historiograf¨ªa ha luchado para "desalojar al juez historiogr¨¢fico, esos jueces suplentes del Valle de Josapaht", como los llamara Lucien Febvre, quien afirmaba que el historiador como tal "no era ni siquiera un juez de instrucci¨®n". El historiador como tal no est¨¢ en contra de tal o cual cosa, de tal o cual per¨ªodo hist¨®rico; como ciudadano claro que elige y se compromete, pero como cient¨ªfico social expone. Maravall comentaba gustoso una expresiva conversaci¨®n con el duque de Maura, por el a?o 1945, cuyo libro sobre Carlos II estimaba como lo mejor en historia pol¨ªtica que se hab¨ªa hecho: "Yo hab¨ªa publicado mi libro sobre el pensamiento pol¨ªtico en el XVII espa?ol y Maura me coment¨®: 'La diferencia entre nosotros y ustedes est¨¢ en que nosotros, cuando hac¨ªamos un libro de Historia, lo entend¨ªamos como un ladrillo para arrojar a la cabeza del contrario y ustedes hacen libros para dar a entender el tema y dejan a los lectores que se peleen si quieren". Frases -comentaba Maravall- llenas de humor y generosidad, que hoy en d¨ªa, a?adir¨ªa yo, con la nefasta intervenci¨®n de los pol¨ªticos y de la pol¨ªtica en el juicio de la historia y en la distribuci¨®n de bondades y maldades de forma maniquea, est¨¢n lejos de ser realidad. La historia como piedra para arrojar al contrario no es la de los verdaderos historiadores.
Carmen Iglesias es catedr¨¢tica de Historia de las Ideas y acad¨¦mica de la Espa?ola y de la Historia.
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