Dilema para Bush
Bush ha dicho que todav¨ªa no ha decidido si enviar¨¢ m¨¢s tropas a Bagdad, aunque insin¨²a que las fuerzas estadounidenses en Irak aumentar¨¢n. "Sin duda, estamos ganando", dec¨ªa triunfal hace s¨®lo dos meses, pero ahora declara que "ni ganamos ni perdemos". Un signo claro de hasta qu¨¦ punto las opciones para EE UU en Irak se evaporan a una velocidad mucho mayor que la disposici¨®n de un presidente sin ideas para anunciar una nueva estrategia que evite la hecatombe final.
Irak se disuelve en una violencia sectaria sin parang¨®n. Bagdad, pese a la nutrida presencia estadounidense, es una ciudad sin ley que se desangra por d¨ªas. En ese caos inmanejable, Bush, sacudido por los resultados de las elecciones legislativas de noviembre, se ha dado de plazo hasta enero para anunciar cambios. Mientras, sus estados mayores civil y militar, sin el obst¨¢culo que representaba el secretario de Defensa Rumsfeld, aventuran todo tipo de sugerencias, algunas abiertamente contradictorias.
La doctrina de Rumsfeld, seg¨²n la cual un ej¨¦rcito reducido y ultramoderno pod¨ªa pacificar un pa¨ªs como Irak, ha sido dram¨¢ticamente derogada por los hechos, entre ellos la muerte de cientos de miles de iraqu¨ªes y de 3.000 soldados de EE UU. Si alg¨²n cambio viene quedando claro es que Washington necesita reforzarse en Irak, aunque s¨®lo sea para tener alguna posibilidad de permanecer all¨ª. ?se es el mensaje que Robert Gates ha escuchado de sus tropas en Bagdad y al que por primera vez Bush ha otorgado carta de naturaleza al admitir que es preciso redise?ar y ampliar las fuerzas terrestres, ahora al m¨¢ximo de su capacidad. Pese a lo cual, Washington se plantea ya un nuevo despliegue aeronaval en el golfo P¨¦rsico para presionar al r¨¦gimen iran¨ª.
La idea de que un aumento temporal de tropas en Irak permitir¨¢ contener su desintegraci¨®n es ilusoria. En el caso de que EE UU tenga capacidad real para alterar el curso de una aut¨¦ntica guerra civil sectaria, es impensable que pueda hacerlo sin una estrategia pol¨ªtica definida y pactada con los iraqu¨ªes. Sucede, sin embargo, que el Gobierno al que Washington pretende apoyar en Bagdad no es de unidad nacional, como se pretende. Sus miembros chi¨ªes y sun¨ªes planean escenarios diferentes para Irak, tienen distintos intereses y apoyan abiertamente a sanguinarios grupos armados de uno y otro signo que se identifican con ellos. El di¨¢logo para la reconciliaci¨®n patrocinado por Nuri al Maliki es un macabro sarcasmo en un pa¨ªs donde cada d¨ªa llegan a la morgue decenas de cuerpos torturados y ejecutados. Tanto chi¨ªes como sun¨ªes, adem¨¢s, desean abrumadoramente que las fuerzas de EE UU se vayan de su pa¨ªs.
Una retirada total estadounidense es, con buen criterio, la ¨²nica opci¨®n no contemplada abiertamente en Washington estos d¨ªas. Tampoco por el partido dem¨®crata. Y no s¨®lo porque dejar¨ªa el campo libre a un ajuste de cuentas a gran escala entre las dos principales comunidades iraqu¨ªes, sino por lo que tendr¨ªa de catastr¨®fica se?al para el mundo sobre la debilidad de la superpotencia. Pero eso no puede ocultar que la guerra, tal y como fue planteada por Bush y los suyos en 2003, ya ha sido perdida.
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