El Misterio
Las figuras del Bel¨¦n se guardaban de un a?o para otro en cajas llenas de virutas en un armario del desv¨¢n. All¨ª estaban el portal, la estrella de Oriente, el ¨¢ngel de la Anunciaci¨®n, los pastores, las ovejas, unas gallinas y el asno de la huida a Egipto. Todas las figuras del Bel¨¦n eran humildes y rudimentarias, excepto el palacio de Herodes que ten¨ªa una c¨²pula, un atrio con columnas amarillas y unos centuriones romanos, que guardaban la entrada armados con lanzas. Este palacio iluminado por dentro con una bombilla roja se colocaba en lo alto de un monte. De ni?o, el primer d¨ªa de vacaciones de Navidad, era yo el encargado de montar el Nacimiento en casa de mis t¨ªos. Con una navaja arrancaba lascas de musgo de las tapias h¨²medas que miraban al norte y con el papel de plata de las chocolatinas formaba bajo un cristal las aguas resplandecientes de un riachuelo con lavanderas junto a un puente que deb¨ªan atravesar los Magos. Los ni?os de aquel tiempo no ten¨ªamos ninguna duda: sab¨ªamos que el Hijo de Dios tuvo que nacer en un establo en las afueras de Bel¨¦n entre una mula y un buey porque la Virgen y San Jos¨¦ no hab¨ªan hallado posada en el pueblo. En medio de la miseria de posguerra se consideraba natural que incluso el mismo Dios fuera pobre. La distancia entre el pesebre y la mansi¨®n de Herodes me parec¨ªa insalvable, pero un a?o intent¨¦ remediar por mi cuenta esta injusticia. Movido por un extra?o impulso infantil decid¨ª derrocar al rey Herodes, lo devolv¨ª a la caja de las virutas e instal¨¦ el Nacimiento en el atrio de su palacio. Pens¨¦ que lo m¨¢s l¨®gico era que el Hijo de Dios llegara a este mundo rodeado de m¨¢rmoles y protegido por una guardia pretoriana. Estoy oyendo todav¨ªa el grito de espanto de mi t¨ªa Pura al ver a la Sagrada Familia aposentada en la mansi¨®n de Herodes bajo una luz roja de cabar¨¦. Retorci¨¦ndome la oreja, como quien da cuerda a un mecano, clamaba: ?El Ni?o al pesebre, al pesebre otra vez! Y con la oreja incandescente me vi obligado a reponer al Dios en su establo. Ya entonces me sent¨ªa muy confuso, pero hoy tampoco sabr¨ªa explicarle a un ni?o cristiano por qu¨¦ se sigue colocando a Dios en un pesebre entre una mula y un buey, mientras el Papa, su representante en la Tierra, vive en un palacio mucho m¨¢s lujoso y acorazado que el de Herodes. La bobada de siempre. Al Nacimiento se le llama Misterio. Pero aquel misterio que, de ni?o, en mi inocencia trataba de entender, hoy ya lo ha resuelto El Corte Ingl¨¦s.
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