Sinfon¨ªa pop
Nada m¨¢s lejos de una biograf¨ªa cinematogr¨¢fica. Mar¨ªa Antonieta, en versi¨®n de Sofia Coppola, no es el retrato de una mujer, es el retrato de una ¨¦poca. Un lienzo en el que queda representada s¨®lo una parte de la personalidad de la reina de Francia: la del lujo, el capricho y el despilfarro. De su influencia pol¨ªtica, de los sucesivos acontecimientos hist¨®ricos que rodearon su vida al lado de Luis XVI, nada (o muy poco) ha querido saber Coppola.
Mar¨ªa Antonieta es una compleja sinfon¨ªa pop, un glamuroso estallido de color y sonido que funciona bastante bien como ejercicio de estilo, aunque s¨®lo hasta que se hace necesario tomar partido en el desenlace. Es entonces cuando a la autora le pierde un desmedido cari?o por sus personajes, por la diva de la ¨¦poca, por una criatura tan excesiva como banal, tan reluciente como abominable.
MAR?A ANTONIETA
Direcci¨®n: Sofia Coppola. Int¨¦rpretes: Kirsten Dunst, Jason Schwartzman, Judy Davis, Steve Coogan. G¨¦nero: drama. EE UU, 2006. Duraci¨®n: 123 minutos.
Como ya demostrara en las magn¨ªficas Las v¨ªrgenes suicidas (1999) y Lost in translation (2003), Coppola despliega un luminoso gusto por la est¨¦tica. Su elegant¨ªsima puesta en escena, acompa?ada por un grandioso vestuario y por unos privilegiados decorados, luce como cualquiera de los vestidos de la soberana. Incluso un recurso en principio tan discutible como la introducci¨®n de m¨²sica moderna para ilustrar su deambular por la opulencia termina siendo, no ya un elemento formal justificado, sino casi insustituible despu¨¦s de descubierto. Si Stanley Kubrick fue capaz de aderezar con un vals de Strauss la imagen de una nave en el espacio, ?por qu¨¦ no iban a poder sonar New Order, Air o The Strokes, s¨ªmbolos de la modernidad pop de diferentes ¨¦pocas, para iluminar la compleja existencia de una mujer del siglo XVIII?
A pesar de que, aproximadamente, entre el minuto 50 y la hora y cuarto de metraje la historia se atranca un tanto en la reiteraci¨®n y la banalidad de sus personajes, la pel¨ªcula es un casi constante deleite para los sentidos.
Sin embargo, un asunto es eliminar pasajes hist¨®ricos y otro bien distinto que la devoci¨®n hacia sus criaturas se convierta en desmesurada. Hasta el final, con el asalto de los revolucionarios, se mantiene de forma ejemplar el punto de vista. Pero a partir de ah¨ª todo se descontrola. La plebe parece rendirle pleites¨ªa. Los reyes y sus hijos huyen entre los llantos de ¨¦stos, m¨¢s propios del cine social que de lo contado hasta entonces. Coppola tambi¨¦n parece enamorada del lujo de Versalles, del esplendor de Mar¨ªa Antonieta, y as¨ª lo muestra con la salida del sol y las l¨¢grimas en los ojos de su diva.
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