Duelo en la cumbre
Tras los a?os lejanos del consenso sobre los m¨¢s grandes, la m¨²sica cl¨¢sica se mueve hoy demasiado a impulsos medi¨¢ticos. ?Se han fijado en lo guapas que son las nuevas violinistas o en el aspecto cinematogr¨¢fico de algunos de los pianistas m¨¢s j¨®venes? Son muy buenos pero tambi¨¦n muy lucidos. Con los directores de orquesta no ha pasado lo mismo. Muri¨® Karajan en 1989 y el trono de la popularidad qued¨® vac¨ªo. No hab¨ªa sucesor. Bernstein mor¨ªa un a?o despu¨¦s y Solti era ya mayor. Se intent¨® con Barenboim -demasiado serio- y con Maazel -demasiado irregular-, con Levine -estupendo en la ¨®pera pero no tanto en concierto- y con Mehta -un todoterreno m¨¢s eficaz que inspirado-. Abbado era un caso aparte y adem¨¢s estaba enfermo. Hasta que aparecieron Simon Rattle primero y Christian Thieleman despu¨¦s. Los dos dirigen sus orquestas respectivas -Filarm¨®nica de Berl¨ªn y Filarm¨®nica de M¨²nich- en el Festival de M¨²sica de Canarias que empieza ma?ana.
Simon Rattle (Liverpool, 1955) -sir, desde 1993- lo ten¨ªa todo. Aspecto juvenil, ansia de triunfar, seriedad de concepto. Elev¨® una orquesta provinciana -la Sinf¨®nica de la Ciudad de Birmingham- a la categor¨ªa de las mejores y grab¨® discos excelentes. Adem¨¢s, era un comunicador nato. En 1999 la Orquesta Filarm¨®nica de Berl¨ªn le prefiri¨® a Barenboim como sucesor de Abbado en un cargo del que tomar¨ªa posesi¨®n en 2002. Y en el momento de empezar a tocar la gloria con los dedos empiezan los problemas. Que si ha cambiado el sonido de la orquesta, que si el repertorio es demasiado audaz y, en voz baja, que si no es alem¨¢n. Adem¨¢s, no graba para una firma germana, sino para EMI. Hoy vive quiz¨¢ sus ¨²ltimos d¨ªas en Berl¨ªn mientras piensa en que, en efecto, las audiencias son demasiado conservadoras y las orquestas tambi¨¦n. El matrimonio entre un maestro casado tres veces -la ¨²ltima con la cantante Magdalena Kozen¨¢- y una orquesta que a?ora otras ¨¦pocas se ha roto. El divorcio es s¨®lo cuesti¨®n de tiempo.
En la misma ciudad trabajaba hasta hace poco Christian Thieleman (Berl¨ªn, 1959), al mando de la Deutsche Oper. Antiguo asistente de Karajan y Barenboim, bregado en teatros de ¨®pera de segunda fila como D¨¹sseldorf y Nuremberg, representa las esencias, perdidas para algunos, de la m¨²sica alemana y sus directores m¨¢s conspicuos. Y graba para Deutsche Grammophon. A los viejos aficionados les recuerda el impulso energ¨¦tico de un Furtw?ngler que, curiosamente, es tambi¨¦n el espejo en el que se mira Barenboim, su rival en la otra gran ¨®pera berlinesa, la Staatsoper. Si Rattle es gesticulante y persuasivo, Thielemann es duro, casi castrense en unos ademanes de la vieja escuela, de la disciplina emergida de la superioridad de la batuta sobre la orquesta, de la conciencia del poder. Sus versiones tienen algo de disciplinario, de excesivo, de apabullante. Pero cuando da en el clavo, como en sus Maestros Cantores de Wagner, en Bayreuth hace unos a?os, su talento refulge sin duda alguna. Hoy dirige a la Filarm¨®nica de M¨²nich, pero su ambici¨®n, y la de los que le siguen ciegamente, es tomar posesi¨®n en Berl¨ªn, recoger el testigo de Karajan, ese que nunca debi¨® pasar a manos for¨¢neas. El director de orquesta como se?a de identidad nacional.
Sin embargo, el panoramainternacional representa una apertura de miras que desmiente el problema berlin¨¦s. Las orquestas, adem¨¢s, se abren a lo extra?o. Dos rusos -Gergiev en la Sinf¨®nica, Jurowski en la Filarm¨®nica- y un finland¨¦s -Salonen en la Philharmonia- toman Londres. En la otrora grand¨ªsima Orquesta de Filadelfia est¨¢n hasta el mo?o de Christoph Eschenbach -un alem¨¢n- y en las quinielas sucesorias no entra ning¨²n americano. Dos italianos se reparten las dos viejas glorias de la m¨²sica alemana: Chailly en la Gewandhaus de Leipzig y Luisi en la Staatskapelle de Dresde. Lo de Canarias va a ser todo un duelo en la cumbre entre dos directores que reflejan dos maneras de trabajar y dos posibilidades absolutamente distintas de atractivo para los p¨²blicos. Ninguno de los dos representar¨¢ lo que Karajan un d¨ªa -ni vender¨¢n como ¨¦l-, pero es que ya nada es lo que fue, ni siquiera en la m¨²sica cl¨¢sica.
Los programas de Thielemann y Rattle en el festival traducen muy bien sus obsesiones. El primero se centrar¨¢ en Bruckner -las sinfon¨ªas Quinta y Octava-, un repertorio que su rival no trabaja apenas y que representa la gran tradici¨®n sinf¨®nica germana. Rattle, por su parte, introduce en su primer concierto una obra de su joven compatriota Thomas Ad¨¨s, con Tev¨®t. Y cerrar¨¢ el festival con una de sus especialidades, la Segunda Sinfon¨ªa de Mahler, con el Orfe¨®n Donostiarra y dos voces de campanillas: Soile Isokoski y la citada Magdalena Kozen¨¢.
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