Rana, oruga y pajarillo
Hay una rana en la sierra de Madrid que lo est¨¢ pasando mal. La llaman "patilarga", aunque en el reino de los batracios aparece clasificada como rana ib¨¦rica. Muy cerca de ella -y probablemente ignor¨¢ndola- vive un peque?o p¨¢jaro al que apodan papamoscas cerrojillo, que tampoco atraviesa su mejor momento. Estos animalejos son tan madrile?os como nosotros y, aunque parezcan hijos de un dios menor, se supone que tambi¨¦n tienen derecho a la vida. Soy consciente de que mi repentino inter¨¦s por el cerrojillo y la patilarga no va a movilizar a las masas, ni convocar un gabinete de crisis en administraci¨®n alguna, pero cr¨¦anme si les digo que el pajarillo y la rana nos est¨¢n advirtiendo de algo muy grave que puede pasar. Y no son se?ales que emitan croando ni piando, su alarma es casi imperceptible; nos avisan, simplemente, desapareciendo.
En los ¨²ltimos 20 a?os, la poblaci¨®n de patilargas ha descendido notablemente en las charcas de Pe?alara, de donde es end¨¦mica, y el cerrojillo lleva el mismo camino porque sus polluelos apenas tienen qu¨¦ comer. Se da la circunstancia de que los reto?os de esta especie s¨®lo comen orugas y sus orugas han empezado a escasear. Tambi¨¦n me doy perfecta cuenta de lo harto improbable que resulta que lo de la ca¨ªda en el censo de orugas provoque indignaci¨®n o escenas de p¨¢nico entre la ciudadan¨ªa, a pesar de lo cual, tampoco debiera pasarnos inadvertida. Porque mal est¨¢ que nos importe un pimiento la salud y supervivencia de estos bichos, pero su extinci¨®n podr¨ªa ser el pre¨¢mbulo de la nuestra.
Esa oruga, ese p¨¢jaro y esa rana, tan aparentemente prescindibles, son bioindicadores que, seg¨²n los cient¨ªficos, advierten de los estragos que causa y que causar¨¢ el llamado efecto invernadero por las emisiones de CO2. Hasta hace poco, los negros vaticinios sobre el particular sol¨ªan proyectarse en fechas tan lejanas que superaban nuestras expectativas de vida e, incluso, la de nuestros hijos y nietos. Ahora resulta que los tenemos encima. Los s¨ªntomas del cambio clim¨¢tico son ya perceptibles en la fauna y la flora de nuestra comunidad, y un estudio encargado por el Instituto Nacional de Meteorolog¨ªa asegura que Madrid es la regi¨®n europea donde m¨¢s subir¨¢ la temperatura. Los datos son elocuentes. En Navacerrada, la nieve se ha reducido casi a la mitad en los ¨²ltimos 40 a?os; la lluvia, cerca de un 30%, y en todas las estaciones del a?o, la media en los term¨®metros es m¨¢s alta. Los pron¨®sticos para este siglo hablan de un incremento de cinco a siete grados en verano y de tres a cuatro en invierno. De no cambiar las cosas, seremos los campeones del calent¨®n. Ese calorcito perverso ser¨ªa incluso bien recibido por quienes detestan el fr¨ªo si no fuera porque las proyecciones sobre cambio clim¨¢tico pronostican fen¨®menos extremos como sequ¨ªas severas, inundaciones, ciclones y el empeoramiento en la calidad del agua que bebemos y del aire que respiramos.
Habr¨¢ olas de calor sofocantes cuyos efectos agravar¨¢n la contaminaci¨®n atmosf¨¦rica y aparecer¨¢n enfermedades infecciosas propias de otras latitudes. S¨®lo un consuelo para tontos: como no tenemos playa, apenas sufriremos el deshielo ni las subidas del nivel del mar que padecer¨¢n las zonas costeras. El da?o est¨¢ hecho, y mucho me temo que de forma irreversible. No obstante, a¨²n podemos retardar localmente los efectos del cambio clim¨¢tico y ganar tiempo para adaptarnos. En Madrid casi hemos doblado las emisiones de CO2 en los ¨²ltimos 20 a?os y los expertos atribuyen el incremento directamente al autom¨®vil. Su utilizaci¨®n masiva es, seg¨²n dicen, la principal causa de que nuestra regi¨®n se sit¨²e, bochornosamente, lejos de los compromisos de Kioto. Para invertir esa tendencia se impone un uso m¨¢s responsable y restringido del coche en los n¨²cleos urbanos donde los atascos lo han hecho fracasar como medio de transporte. La industria del autom¨®vil ha de apostar en serio por la implantaci¨®n de combustibles ecol¨®gicos que, adem¨¢s, hagan sostenible su propio negocio. Y, sobre todo, los poderes p¨²blicos deben tomar la medida al problema, concienciar a la ciudadan¨ªa y trabajar con rigor en f¨®rmulas eficaces que nos garanticen no s¨®lo nuestra forma de vida, sino la propia supervivencia. Urge hacerlo en favor del g¨¦nero humano: para la rana, la oruga y el pajarillo, me temo que ya es muy tarde.
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