Peligros del oficio
Casi al mismo tiempo, en el t¨¦rmino de un mes, saltaron a las p¨¢ginas de los peri¨®dicos tres asesinos de prostitutas. Uno en Atlantic City, la ciudad del juego pr¨®xima a Nueva York, otro en Suffolk, Inglaterra, y otro en Alemania, el camionero que hab¨ªa actuado en Catalu?a y en Francia. Los tres son asesinos en serie, y los tres encuentran sus v¨ªctimas entre las mujeres que ejercen el oficio m¨¢s viejo del mundo. Y el m¨¢s peligroso.
Para los lectores del g¨¦nero policial, y los que vemos las series televisivas modernas, la cosa es casi banal. En la ficci¨®n, estamos acostumbrados a los asesinos m¨²ltiples, nada que ver con los sofisticados personajes de un solo muerto y con poderosas razones del g¨¦nero cl¨¢sico, personalmente implicados con la v¨ªctima y beneficiados con su muerte. Carne de polic¨ªa cient¨ªfica, estad¨ªstica y de acumulaci¨®n, los asesinos en serie nunca matan bastante. Es que no matan personalmente. Ni a personas. Y las ideas, los mitos, los arquetipos, no se matan. No se mueren. Matas a una y aparecen veinte, iguales a s¨ª mismas.
Escribo este art¨ªculo a causa de una sensaci¨®n extra?a: al leer la cr¨®nica de estas detenciones, sent¨ª que la retah¨ªla de nombres de las v¨ªctimas no me dec¨ªa nada. Y comprend¨ª que es que no ten¨ªan nada que ver. Los nombres no acababan de personalizar a las v¨ªctimas, porque no era por eso por lo que aparec¨ªan en los papeles. Ellas no hab¨ªan hecho nada. Aunque su vida truncada sea intransferible e irrepetible, ellas eran intercambiables. En la mente y la acci¨®n del asesino, pero tambi¨¦n en la de los redactores de las noticias, y en la m¨ªa de lectora. Una falta de individualidad inquietante. Que, por otra parte, tambi¨¦n pasa con los propios asesinos. Esa manera radical y definitiva de ser lo que uno hace, o lo que le hacen a una.
Porque los asesinos en serie se vac¨ªan de individualidad, se vac¨ªan de lo humano, igual que vac¨ªan a sus v¨ªctimas, homologadas, en este caso, en una profesi¨®n que es como su esencia, y en unos pocos rasgos f¨ªsicos, casi siempre artificiales: pelo te?ido, ropa de sexshop. Desde Jack el Destripador, el matador impune y m¨ªtico con el que se les relaciona siempre, son su procedimiento. O su procedimiento es su firma, ese modus operandi que al final les denuncia. Si son perseverantes, y si los investigadores tambi¨¦n lo son. En Italia hab¨ªa, hace quince d¨ªas, cuarenta casos de prostitutas asesinadas sin resolver. Ahora pueden ser m¨¢s.
La preferencia por las prostitutas en la selecci¨®n de las v¨ªctimas es tambi¨¦n inquietante. Parecer¨ªa que matando putas matan menos. Esa necesaria p¨¦rdida de la mismidad que tiene que darse para poder matar, con las prostitutas est¨¢ cantada, porque seguramente se da ya en el uso del oficio. Si para el machista ser mujer es ser algo menos, ser puta es ser casi nada. Hace demasiado poco tiempo extra?aba que alguna denunciara haber sido violada, como si para su transacci¨®n comercial no hiciera falta el consentimiento. O golpeada, como si valiera todo. Hasta la muerte. Y parecer¨ªa adem¨¢s que es mucho m¨¢s f¨¢cil la impunidad. Y lo es, porque es m¨¢s f¨¢cil desaparecer en el desarraigo. Si nadie te echa en falta, o quienes te echan en falta no tienen bastante voz.
La evoluci¨®n de la prostituci¨®n en los ¨²ltimos tiempos, su relaci¨®n con la emigraci¨®n ilegal y mafiosa, a?ade, adem¨¢s, m¨¢s peligro a esa profesi¨®n siempre peligrosa, porque sin papeles no se es ni n¨²mero. Y la mayor parte de ellas son inmigrantes, muchas enga?adas y todas atadas por contratos de dominaci¨®n y maltrato. Los niveles de sordidez alcanzados nos colocan socialmente a la altura suburbial del XIX, esos andurriales dickensianos y galdosianos mal iluminados, invisibles en realidad, y poblados de sombras. Que rodean literalmente esas ciudades puritanas y bienpensantes. Nada que ver con lo esperado en una sociedad que ha alcanzado aparentemente un grado suficiente de libertad sexual, y que no es precisamente puritana, aunque sea altamente hip¨®crita.
No es por insistir, pero estos tiempos, que no son buenos para la l¨ªrica, desde luego tampoco lo son para las mujeres. Entre pitos y flautas, la violencia resulta ser una causa de muerte estad¨ªsticamente relevante en nuestro caso. Claro, claro que incluyo a las prostitutas entre las mujeres, y a esas muertas entre las v¨ªctimas del machismo. Porque, al final, eso era lo que me chirriaba en la lectura que dio origen a este art¨ªculo. La sensaci¨®n de ajenidad, de distancia, con que vi los nombres de esas chicas, ocultos tras el gen¨¦rico de su oficio, tras el desprecio que acompa?a a su oficio, escondidos los nombres sin cara, ni ojos, en un listado de cr¨ªmenes cometidos por tres asesinos en serie que han campado a?os por sus respetos.
Rosa Pereda es periodista y escritora.
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