Entre el infinito y el estornudo
En buena parte de la nueva dramaturgia argentina que vamos conociendo, el asunto argumental suele ser lo de menos. Por eso resulta tan dif¨ªcil (y a la postre, tan in¨²til) resumir una obra de Daulte, Tantanian o Spregelburd, aunque nos tiente a hacerlo la brillantez o la originalidad de sus historias. A fin de cuentas, lo importante acaba siendo lo que cada uno de ellos logra a partir del tema elegido: los siempre sorprendentes vericuetos del relato, a caballo de un imaginario libre, lib¨¦rrimo, y, por encima de todo, la deslumbrante y casi alucinatoria sensaci¨®n de verdad, verdad teatral y humana, que nos producen, pese a lo desaforadas o estramb¨®ticas que pudieran parecer, a simple vista, sus tramas. Si les digo que L¨²cido, la nueva comedia de Rafael Spregelburd, "trata" de un muchacho que, por consejo de su terapeuta, busca reinventar su vida controlando sus sue?os hasta que la realidad se infiltra en ellos para corromperlos, un poco a la manera de Lost Highway, s¨®lo tocar¨¦ la trompa o la pata del elefante, como los ciegos del cuento, porque la clave ¨²ltima est¨¢ en otra parte y porque ustedes pueden pensar que se trata de una "comedia on¨ªrica", subg¨¦nero decepcionante desde su misma definici¨®n, que suele saldarse con "ah, s¨®lo era un sue?o" o, en su variante algo m¨¢s sofisticada, "ah, era un sue?o dentro de un sue?o". No, Spregelburd no incurrir¨ªa jam¨¢s en una banalidad semejante: la lucidez del t¨ªtulo apunta en otra direcci¨®n. Tampoco es, pongamos, una "comedia ed¨ªpica", aunque la madre, Tet¨¦, es una devoradora de much¨ªsimo cuidado. O no, seg¨²n como se mire. "Lo que llamamos personajes", escribe Spregelburd, "no son m¨¢s que puntos de vista", y los suyos, claro est¨¢, se comportan como tales: a nosotros nos corresponde observarlos, sin apresurarnos a elevar nuestras conclusiones provisionales a definitivas, y plantearnos desde d¨®nde se est¨¢ narrando la historia. ?Es realmente Tet¨¦ el monstruo manipulador descrito por Lluc, su hijo? ?O es el atormentado Lluc quien delira, y trata de imponer su punto de vista a Dar¨ªo, el ¨²nico personaje aparentemente sensato de la funci¨®n? Para no hablar de Lucr¨¨cia, la hermana, porque tiene narices presentarse en la casa familiar tras diez a?os de ausencia para reclamar el ri?¨®n que don¨® a Lluc cuando ambos eran ni?os. Aunque, si nos paramos a pensar, los motivos del retorno de Lucr¨¨cia no parecen coincidir exactamente con los que le recrimina Tet¨¦. ?En qu¨¦ territorio nos encontramos? ?En Pirandellolandia? ?Es una comedia sobre las m¨²ltiples capas de la verdad? ?O la despachamos con la f¨¢cil etiqueta de "comedia absurda"? Lo primero podr¨ªa ser una hip¨®tesis aceptable, aunque alicorta. Es cierto que Spregelburd pone siempre en cuesti¨®n toda afirmaci¨®n categ¨®rica, pero no entiende el teatro como un mero "juego de ideas" sino como una forma de "expresar una y mil veces mi azoramiento ante la extra?eza del mundo". Extra?eza que supera muy mucho la barata categor¨ªa de "lo absurdo": no puede decirse que las situaciones de L¨²cido sean "irreales" o inveros¨ªmiles, salvo en sus cinco ¨²ltimos minutos, como puerta a la respuesta que est¨¢ a punto de desvelarse, ni que sus personajes sean m¨¢s raros que nosotros; tan s¨®lo, quiz¨¢s, un poquito m¨¢s exasperados, aunque tambi¨¦n habr¨ªa que vernos a nosotros cuando nos pillan as¨ª. ?Y por el lado del lenguaje? No, tampoco. Los di¨¢logos de Spregelburd son realismo puro, con una salpimentaci¨®n humor¨ªstica que les acerca al sainete (y para m¨ª "sainete" jam¨¢s es una mala palabra) pero que tambi¨¦n se enzarzan en cristalizaciones po¨¦ticas que de tan elaboradas parecen instant¨¢neas, natural¨ªsimas, y saben pasar del abismo a la epifan¨ªa en un pisp¨¢s: como dir¨ªa Macedonio Fern¨¢ndez, cabeceando admirativo, est¨¢n permanentemente a caballo entre el infinito y el estornudo, que es la mejor manera de hacer arte sin ponerse laureles: los laureles se los echa Spregelburd al estofado, y as¨ª le sale de rico. Su trabajo dram¨¢tico es realista (como el de Pinter, por ejemplo) porque nos muestra el funcionamiento profundo de "lo real", de la incertidumbre que rige todo azar y todo comportamiento, y porque acepta que la realidad siempre se escapa por los lados, se condensa y se centrifuga en "lo teatral": "El teatro", ha dicho, "debe crear otra realidad, m¨¢s intensa, m¨¢s bella, m¨¢s loca; basada en una red interna de asonancias, rimas y connotaciones, como un sistema biol¨®gico vivo y complejo". Tras el tour de force de La estupidez, que vimos el a?o pasado en Temporada Alta, el gran festival de Girona ha producido, con actores catalanes y en espl¨¦ndida versi¨®n de Pere Puig, este L¨´cid que se present¨® en noviembre en el Casal de Catalunya en Buenos Aires (esto s¨ª que es fer pa¨ªs o unir pa¨ªses), lleg¨® un mes despu¨¦s al certamen (dos funciones, aplaudid¨ªsimas, en la sala La Planeta) y ahora ha aterrizado en la sala Beckett de Barcelona para todos aquellos que se lo perdieron. Si La estupidez era una ecuaci¨®n fractal que se expand¨ªa como una planta alien¨ªgena, L¨´cid es una bomba que centuplica su potencia porque estalla en una habitaci¨®n cerrada o, mejor dicho, en las cabezas de sus inquilinos. La estupidez contaba con un elenco de portentosos c¨®micos argentinos que se desdoblaban en inn¨²meros personajes (25, si no recuerdo mal), pero los cuatro int¨¦rpretes del "equipo local" no les van a la zaga ni much¨ªsimo menos: ah¨ª es nada mantener sin un desfallecimiento el creciente juego de tensiones de la pieza durante dos horas, con unos ritmos verbales endiablados, del stacatto al mon¨®logo torrencial, y una panoplia de sentimientos que rozan lo funambulesco y desembocan en un final desolado y conmovedor. Oriol Guinart (Lluc), Meritxell Yanes (Lucr¨¨cia) y David Planas (Dar¨ªo) est¨¢n espl¨¦ndidos y admirablemente dirigidos, sin una nota en falso, pero la indiscutible reina de la funci¨®n es Cristina Cervi¨¤, una veterana del Talleret de Salt, que con el personaje de Tet¨¦ realiza posiblemente su mejor trabajo hasta la fecha y hace pensar en una mezcla explosiva de la Sard¨¢ y la Barbany. Es un pecado perderse L¨´cid.
A prop¨®sito de L¨´cid, de Rafael Spregelburd, en la sala Beckett de Barcelona
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.