Bee Gees: la secreta grandeza
Una caja de seis CD revela su asombrosa productividad en los sesenta
Salt¨® a las noticias a finales de 2006. Un accidente menor en el aeropuerto de Miami revel¨® que Tony Blair y familia pasaban sus vacaciones navide?as en la residencia de Robin Gibb, miembro fundador de los Bee Gees, no muy lejos de donde vive Alejandro Sanz. La prensa brit¨¢nica, largo tiempo en pie de guerra contra el primer ministro, se ceb¨® con la historia. El secretismo de Blair suger¨ªa que ¨¦l mismo reconoce vergonzante su h¨¢bito de relajarse en las mansiones de amigos millonarios.
Lat¨ªa, nuevamente, un conflicto de intereses: Gibb est¨¢ implicado en la campa?a para aumentar la protecci¨®n de los derechos de autor en la era de Internet que desarrolla la British Academy of Composers and Songwriters.
Pero muchos comentaristas cargaron las tintas en lo intolerable de mostrar debilidad por los Bee Gees. Blair, ven¨ªan a decir, evidencia una vez m¨¢s su hipocres¨ªa: lleg¨® al 10 de Downing Street como palad¨ªn del brit pop, el hedonista movimiento guitarrero que encabezaban Oasis y Blur, y ahora resulta que prefiere un grupo decididamente "carroza".
Una tormenta en un vaso de agua, muy propia del microclima medi¨¢tico londinense: ?en qu¨¦ parte del contrato democr¨¢tico se especifica que un pol¨ªtico deba tener un gusto musical impecablemente cool? Las acusaciones s¨ª ponen al descubierto la penosa imagen de los Bee Gees: en contra de lo habitual, no se celebra su longevidad creativa o su triunfal comercialidad; todo lo m¨¢s, se les considera un "placer culpable", como se llama un famoso programa radiof¨®nico brit¨¢nico que reivindica el pop de los setenta. Cierto que tienen todas las papeletas en el sorteo para caer mal: residen en Estados Unidos e ignoran el Reino Unido; adem¨¢s, su megapopularidad en la era de Fiebre del s¨¢bado noche permite identificarles con los excesos horteras de la disco music.
Falso, alegan ellos d¨¦bilmente. Ni siquiera les gustaban aquellas ropas blancas y satinadas: "Fue una idea del fot¨®grafo, Francesco Scavullo". No eran habituales de las discotecas y llegaron a esa m¨²sica por evoluci¨®n natural: a mediados de los setenta, el productor Arif Mardin les encamin¨® hacia el R & B que su discogr¨¢fica (Atlantic Records) sab¨ªa manejar, como hab¨ªa demostrado con el soul-funk escoc¨¦s de la Average White Band. Vendieron tanto que quedaron eclipsadas sus otras etapas musicales. Se olvida incluso que llegaron a ser un quinteto, con el baterista Colin Petersen y el guitarrista Vince Melouney.
En parte, es un problema de presentaci¨®n discogr¨¢fica: lanzaron recopilaciones que prescinden de sus grabaciones en el Reino Unido (obviamente, tambi¨¦n de las realizadas en Australia) y no han sido reeditados con el tratamiento upgrade otorgado rutinariamente a cualquiera de sus coet¨¢neos. Se quiere rectificar esa situaci¨®n con una serie de cajas, inaugurada con la asombrosa The studio albums 1967-1968 (Rhino/DRO). El primer pasmo es su productividad: en dos a?os, publicaron tres elep¨¦s -1st, Horizontal, Idea- que ahora ocupan seis CD, sumando tomas alternativas, canciones in¨¦ditas, singles, discos de Navidad y jingles publicitarios. Considerando que, a diferencia de los Beatles, ellos hac¨ªan giras, cabe deducir que su ¨¦tica del trabajo era incompatible con el desmadre general de los sesenta.
El segundo pasmo corresponde a su riqueza de registros. Su baza principal consist¨ªa en pop orquestal tipo New York mining disaster 1941 pero, como era de rigor en aquella ¨¦poca, tambi¨¦n incursionaron en la psicodelia. Sus majestuosas baladas se demuestran proteicas: Massachussets es esencialmente una canci¨®n country; To love somebody fue compuesta para Otis Redding (las discograf¨ªas del soul recuerdan que muchos artistas negros recurrieron a su cancionero). Su facilidad para componer se conjugaba con el dominio de los recursos del estudio: excepto por su impermeabilidad a las tendencias contraculturales, jugaban en Primera Divisi¨®n.
Sin embargo, estuvieron a punto de tirarlo todo por la borda. El ritmo de trabajo les llev¨® a hospitales y centros de recuperaci¨®n. El guapo Barry Gibb anunci¨® en 1968 que dejar¨ªa el pop para dedicarse al cine, aunque fue Robin el primero en marcharse (le demand¨® Robert Stigwood, su implacable manager). Durante un tiempo, los Bee Gees quedaron reducidos a d¨²o, Barry y Maurice Gibb. En 1971, reconciliados, se establecieron definitivamente como tr¨ªo. Y volver¨ªan a comerse el mundo.
Una familia laboriosa
Frente a los historiales bohemios de tantos h¨¦roes del pop, los Bee Gees son criaturas del mundo del espect¨¢culo. En Manchester, su padre dirig¨ªa la Hughie Gibb Orchestra y la madre fue vocalista; a mediados de los a?os cincuenta, los hermanos Gibb animaban matinales cinematogr¨¢ficas, cantando los ¨¦xitos del momento con un estilo "a medio camino entre los Mills Brothers y los Everly Brothers".
La familia emigr¨® a Australia en 1958, un viaje en barco de cinco semanas y mucha incertidumbre. Sin embargo, all¨ª los cr¨ªos fueron bien acogidos.
Actuaban regularmente en televisi¨®n y sobrevivieron al rudo p¨²blico local: "Al final de la noche, hab¨ªa borrachos que no se aguantaban en pie y se peleaban sentados en el suelo". Volv¨ªan a Inglaterra en 1967 cuando, en medio del oc¨¦ano, supieron que hab¨ªan alcanzado lo alto de las listas australianas con Spicks and specks. Fue el primero de sus muchos n¨²meros uno.
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