Sufrimientos y sue?os
El Teatro Real ha querido potenciar -bajo el paraguas de la denominaci¨®n Contextos- con un ciclo de conciertos, pel¨ªculas y actividades complementarias la circunstancia de que varias de las ¨®peras de esta temporada se estrenasen en el periodo de tiempo entre las dos guerras mundiales. Entre Ariane auf Naxos y Wozzeck, en efecto, transcurre solamente una d¨¦cada, la que va de 1916 a 1925.
La entidad de la creaci¨®n art¨ªstica en esos a?os justifica con creces varias vueltas de tuerca de reflexi¨®n alrededor de la pujanza centroeuropea entonces. En esa coyuntura se sit¨²a el recital del bar¨ªtono alem¨¢n Matthias Goerne y el pianista Wolfram Rieger, que, en realidad, entra de lleno en el territorio del lied y cuyo punto de llegada en esta velada son las cuatro canciones de juventud, opus 2, de Alban Berg, estrenadas en Viena en 1911, justamente el de la muerte de Mahler, del que se acometen en el programa nueve lieder, la mayor¨ªa de los cuales pertenecen a la colecci¨®n de poemas Des Knaben Wunderhorn, que tanto influy¨® en la inspiraci¨®n del compositor. El bell¨ªsimo ciclo wagneriano Wesendonck Lieder pone la guinda en esta b¨²squeda de referencias.
Matthias Goerne (bar¨ªtono)
Con Wolfram Rieger al piano. Obras de Mahler, Berg y Wagner. Ciclo Contextos. Teatro Real, 13 de enero.
Resaca
Era el d¨ªa despu¨¦s de la premi¨¨re de Wozzeck y en el ambiente flotaba una sensaci¨®n de resaca. Para que la continuidad fuese palpable se utiliz¨® el tel¨®n graffitero que utiliza Calixto Bieito en su puesta en escena como fondo y, consciente o inconscientemente, es algo que puede condicionar. El programa elegido por Goerne y Rieger era complicado y la pareja art¨ªstica lo resolvi¨® con sobriedad y oficio, aunque sin ese punto m¨¢s all¨¢ de fascinaci¨®n a la que estos m¨²sicos nos tienen acostumbrados. Bien es verdad que el p¨²blico tosi¨® a placer y esas cosas desconcentran en un programa de este nivel de exigencia.
Hay que se?alar en primer lugar que en las interpretaciones estuvieron perfectamente diferenciados los estilos en cada uno de los bloques, es decir, Mahler son¨® a Mahler, Berg a Berg y Wagner a Wagner. Esto puede parecer una perogrullada pero no lo es en absoluto. Dicho esto, los tiempos mahlerianos me parecieron a veces un poco manieristas. Un Berg compacto en el l¨ªmite de la enso?aci¨®n y un Wagner l¨ªrico y evocador dejaron paso a las propinas, y tal vez con ellas vino lo mejor de la noche, tanto por la sutileza con la que bar¨ªtono y pianista abordaron Selbstgefuhl, de Mahler, como por la frescura y espontaneidad que imprimieron a An die Hoffnung, de Beethoven. El p¨²blico jale¨® a los artistas y dej¨® de toser. Las previsiones se cumplieron. Fue una velada sin sobresaltos: seria, profunda, bien realizada. Lo ideal para una resaca.
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