Departamento de felicidad
Aunque el t¨ªtulo hubiera podido ser tambi¨¦n "Los billetes". Y es que acabo de leer que el Gobierno de Tony Blair ha encomendado a una comisi¨®n -especialmente creada con ese fin- la tarea de evaluar el grado de felicidad de los ciudadanos brit¨¢nicos. En realidad, lo que ese Gobierno pretende es averiguar qu¨¦ tienen que hacer sus ministros para que la gente del Reino Unido sea m¨¢s feliz. La iniciativa en s¨ª ya me parece una raz¨®n para que al contribuyente se le ponga buen cuerpo, para que le suba la autoestima ciudadana y se sienta un poco m¨¢s dichoso, aunque desde aqu¨ª la verdad es que cuesta imaginar lo que se siente; cuesta hacerse una idea cabal del cimiento y del recorrido democr¨¢ticos que supone la puesta en marcha de un Departamento de Felicidad (como all¨ª ya se le conoce) ciudadana. Sobre todo, ¨²ltimamente en que nuestros pol¨ªticos parecen empe?ados en los Departamentos de Crisis (de ansiedad), creados no para hacer feliz a la ciudadan¨ªa, sino para ponerla al borde del ataque de nervios.
Da pena no aprovechar una noticia como ¨¦sa, echarla al contenedor del reciclaje sin estrenar. Por eso, voy a imaginar por un momento que nuestros pol¨ªticos, en lugar de pedirnos que les acompa?emos en sus convocatorias, que suscribamos sus pancartas, que ocupemos las gradas del circo donde celebran sus espect¨¢culos de gladiadores (mientras las fieras siguen por ah¨ª), que en lugar de pedirnos o¨ªdo nos lo prestan, o que en lugar de pedirnos voto nos piden voz: consejo, asesor¨ªa, datos que les permitan hacernos m¨¢s felices. Da pena no aprovechar una oportunidad as¨ª. Por eso, aunque no me lo haya preguntado ninguna instancia p¨²blica, como si fuera inglesa, voy a contestar.
Seguramente porque vivo en Euskadi, donde nos toca compartir espacio y tiempo con la sinraz¨®n y altas dosis de a, sub o infranormalidad civil, a m¨ª lo que me hace ciudadanamente feliz es lo corriente y lo racional, la mera l¨®gica, la simple inteligencia aplicada a los asuntos colectivos. Veo un destello de talento dedicado al servicio p¨²blico, a la vida en com¨²n, y es que me cambia la cara. Los ciudadanos somos, aunque a los dirigentes no les parezca, seres humanos, quiero decir, de carne y hueso. Tenemos por ello la experiencia de que la felicidad donde mejor se expresa es en los espacios peque?os, en los detalles, o de que la felicidad no es una gran categor¨ªa, sino una estricta comprobaci¨®n. Lo digo por si a alg¨²n pol¨ªtico pudiera interesarle, y porque a m¨ª la felicidad de lo p¨²blico donde m¨¢s se me manifiesta es en la peque?ez. Cuanto m¨¢s diminuto es el asunto tratado con l¨®gica o cabeza, m¨¢s feliz me siento. Y lo mismo funciona al rev¨¦s: el sinsentido aplicado a lo m¨ªnimo es lo que m¨¢s me hunde en la miseria ciudadana.
Y aqu¨ª entran en juego los billetes. No es que en Euskadi resulte una opci¨®n c¨®moda, y mucho menos pr¨¢ctica, pero en general utilizo el transporte colectivo. Que tengo que ir a Bilbao, pues cojo el autob¨²s. Que a Ordizia, pues el tren. Y as¨ª viajo infeliz, por los billetes. No es posible, entre Donostia y Bilbao, coger un billete de autob¨²s de ida y vuelta. Parece mentira, pero as¨ª es. Aqu¨ª, haces cola y coges la ida. All¨ª, tienes que volver a hacer cola para coger la vuelta. Y algo parecidamente absurdo sucede con los trenes de cercan¨ªas. Que un ciudadano est¨¢ cerca de la Estaci¨®n del Norte, pongamos a media ma?ana, y quiere aprovechar y coger un billete para viajar a media tarde a Urnieta, Tolosa o Beasain, pues no puede. Los billetes s¨®lo valen si se sacan dentro de las dos horas anteriores al viaje. ?C¨®mo se come eso? S¨¦, por experiencia, que con un subid¨®n de adrenalina o de cualquier otra hormona del estr¨¦s. ?C¨®mo se entiende? Personalmente, considero que no hay manera.
Por eso, a quien corresponda, como si fuera inglesa, se lo pido: mera l¨®gica, simple inteligencia, elemental racionalidad, b¨¢sico respeto del usuario. P¨¢rvulo sentido com¨²n y de la felicidad ciudadana.
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