El enviado de Dios
Ha muerto Kapuscinski. Desaparece un maestro esencial para los periodistas de varias generaciones, que habitualmente suelen ser contempor¨¢neos nuestros. Ya no vendr¨¢ a inaugurar el curso de la Escuela de Periodismo UAM/EL PA?S, como hab¨ªa prometido. Hace aproximadamente un mes recibimos un fax suyo desde Varsovia dici¨¦ndonos que este a?o tampoco podr¨ªa acompa?arnos, pero sus excusas hablaban de trabajo, no de enfermedad. Firmaba "Ricardo", como siempre. Por alguno de sus amigos m¨¢s cercanos sab¨ªamos de las complicaciones de su salud, pero no hasta el punto de considerar que eran irreversibles.
Recientemente fall¨® a otra cita con los patronos de la Fundaci¨®n Nuevo Periodismo Iberoamericano, que preside Gabriel Garc¨ªa M¨¢rquez, y desde Cartagena de Indias hablaron con ¨¦l a trav¨¦s de videoconferencia. Tampoco en esa ocasi¨®n imaginamos que su ausencia se debiese a otra cosa que los compromisos: sus reportajes y sus libros. La mutua admiraci¨®n period¨ªstica y literaria entre Garc¨ªa M¨¢rquez y el reportero polaco se plasm¨® en los talleres de periodismo que dio a principios de este siglo en algunas capitales latinoamericanas. Fruto de los mismos fue un libro que representa mejor que cualquier otro (quiz¨¢ con Los c¨ªnicos no sirven para este oficio) esa mezcla de la propia vida, el trabajo y el ocio que ha sido la principal caracter¨ªstica de la pr¨¢ctica period¨ªstica de Kapuscinski. Ese libro, que se titula Los cinco sentidos del periodista (estar, ver, o¨ªr, compartir, pensar), no tuvo una edici¨®n venal pero se ha distribuido por miles entre los alumnos de talleres, encuentros pr¨¢cticos y seminarios que tuvieron la suerte de contar con un maestro como el polaco. Es en este texto en el que Kapuscinski nos da la clave de su ¨¦xito, hasta ser calificado como el mejor reportero del siglo XX: el periodismo es una actividad en la que hay que medir las palabras que usamos, porque cada una puede ser interpretada de manera mal¨¦vola por los enemigos de la gente de la que escribimos; desde este punto de vista nuestro criterio ¨¦tico debe basarse en el respeto a la integridad y la imagen del otro. Porque "nosotros nos vamos y nunca m¨¢s regresamos", pero lo que escribimos sobre las personas se queda con ellas por el resto de su vida. Nuestras palabras pueden destruirlos. Y, en general, se trata de gente que carece de recursos para defenderse, que no puede hacer nada.
Aqu¨ª se manifiesta con nitidez el protagonista principal de la mayor parte de la obra period¨ªstica de Kapuscinski: la gente del continente africano, que tantas veces recorri¨® antes y en la ¨¦poca de la globalizaci¨®n, justo cuando ?frica dej¨® de interesar al resto del mundo. En ?bano, una de sus obras can¨®nicas, "el enviado de Dios", como le calificaba John Le Carr¨¦ (cuya ¨²ltima novela, La canci¨®n de los misioneros, tambi¨¦n transcurre en ?frica, as¨ª como El jardinero fiel), se sumerge en el continente que apenas existe rehuyendo las paradas obligadas, los estereotipos y los lugares comunes; vive en las casas de los arrabales m¨¢s pobres plagadas de cucarachas y aplastadas por el calor; enferma de malaria; corre peligro de muerte perseguido por los guerrilleros; tiene miedo y se desespera. Pero llega el primero y escribe este testimonio incomparable. Fue a ?frica por primera vez en 1957 y luego, a lo largo de medio siglo, volvi¨® cada vez que se le present¨® la ocasi¨®n.
Tuvimos la suerte de convencerle para que colaborase en EL PA?S. Las ¨²ltimas conversaciones period¨ªsticas con Kapuscinski estaban te?idas de la incertidumbre que hoy acongoja al futuro de los medios de comunicaci¨®n tradicionales. Pensaba que la revoluci¨®n tecnol¨®gica no deb¨ªa hacer olvidar los procedimientos tradicionales del mismo. "No sea que por miedo a morir nos suicidemos", dec¨ªa. Opinaba que es parad¨®jico que se nos diga que el desarrollo digital de los medios de comunicaci¨®n ha conseguido unir a todas las partes del planeta en la globalizaci¨®n (lo que no es cierto porque todav¨ªa hay cientos de millones de personas que no tienen contacto con los medios, que viven fuera de su influencia) y, al mismo tiempo, la tem¨¢tica internacional cada vez ocupa menos espacio en esos medios, ocultada por la informaci¨®n local, por los titulares sensacionalistas, los cotilleos, los personajillos y toda la informaci¨®n mercanc¨ªa.
Entre las notas que conservo de uno de sus seminarios m¨¢s recientes, un joven le pregunt¨® cu¨¢l era el principal riesgo que corre el periodista en el ejercicio de su profesi¨®n. Y Kapuscinski responde: el principal peligro es la rutina. Uno aprende a escribir una noticia con rapidez, y a continuaci¨®n corre el riesgo de estancarse, de quedarse satisfecho con ser capaz de escribir una noticia en una hora, convencido de que eso es todo lo que requiere el periodismo. ?sta es una visi¨®n nefasta de la pr¨¢ctica profesional. El periodismo es un acto de creaci¨®n.
Su ¨²ltima lecci¨®n.
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