Cerebro de mujer
?Hay diferencias relevantes entre el cerebro de hombres y de mujeres? Y si las hay, ?son las responsables de la menor promoci¨®n de las mujeres en el ¨¢mbito laboral o cient¨ªfico? El libro de una prestigiosa neuropsiquiatra norteamericana reabre el debate
?Hablar de diferencias entre los cerebros masculino y femenino? "?Huy! Es un jard¨ªn muy complicado, te las dan de todas partes", advirti¨® un cient¨ªfico consultado para este texto. As¨ª que mejor empezar con un chiste. Un se?or con una esposa muy habladora lee en el peri¨®dico un estudio cient¨ªfico que asegura que las mujeres usan cada d¨ªa unas 20.000 palabras, mientras que a ellos les bastan 7.000; el hombre ense?a la noticia, feliz de poder demostrar que ella es un loro. "?Lo ves?"."?Y no ser¨¢ porque tenemos que repetir mucho lo que decimos?", dice ella. "?C¨®mo?", responde ¨¦l.
Las discusiones sobre los cerebros de ellos y ellas son tan viejas como el propio objeto del debate. Y es probable que un ingrediente clave haya sido la ciencia; no s¨®lo para tratar de averiguar la verdad, sino como herramienta moldeada -a prop¨®sito o por error- para apuntalar posturas. La cita que sigue es de un trabajo de Gustave Le Bon publicado en 1879 en una prestigiosa revista antropol¨®gica francesa: "En las razas m¨¢s inteligentes, como entre los parisienses, existe un gran n¨²mero de mujeres cuyos cerebros son de un tama?o m¨¢s pr¨®ximo al de los gorilas que al de los cerebros m¨¢s desarrollados de los varones. Esta inferioridad es tan obvia que nadie puede discutirla (?). Todos los psic¨®logos que han estudiado la inteligencia de las mujeres (?) reconocen que ellas representan las formas m¨¢s inferiores de la evoluci¨®n humana (?)".
La m¨¢s reciente reedici¨®n del debate tuvo lugar en 2006 en Estados Unidos. Y probablemente est¨¢ a punto de llegar a Espa?a con la publicaci¨®n del libro El cerebro femenino. En Estados Unidos, esta obra de la neuropsiquiatra Louann Brizendine ha alimentado los ¨²ltimos coletazos de una pol¨¦mica iniciada meses atr¨¢s. Lleg¨® en terreno abonado; su autora ha pasado por las m¨¢s prestigiosas universidades, y est¨¢ escrito para el p¨²blico general para explicar "la nueva ciencia del cerebro que ha transformado el concepto sobre las diferencias b¨¢sicas neurol¨®gicas entre hombres y mujeres", seg¨²n Brizendine.
?Prender¨¢ la mecha en Espa?a? Bastar¨ªa con que alg¨²n acad¨¦mico de prestigio recogiera el testigo de Larry Summers, hoy ex rector de la Universidad de Harvard. Fueron las declaraciones de este economista en enero de 2005 las que iniciaron la tormenta. Summers sugiri¨® que la causa de que haya muchos m¨¢s hombres que mujeres en puestos cient¨ªficos de primera fila se deb¨ªa m¨¢s a una menor aptitud innata femenina que a la discriminaci¨®n. "Al parecer, en una gran variedad de caracter¨ªsticas humanas -altura, peso, tendencia a la criminalidad, coeficiente intelectual global, aptitudes matem¨¢ticas, aptitudes cient¨ªficas- hay indicios relativamente claros (?) de que hay diferencias en la desviaci¨®n est¨¢ndar y la variabilidad entre la poblaci¨®n masculina y femenina. Y esto es cierto para cualidades que es improbable que est¨¦n determinadas por la cultura". Seg¨²n Summers, habr¨ªa m¨¢s hombres que mujeres excepcionalmente brillantes.
La discusi¨®n se ha estructurado en dos macrotemas. Uno: ?hay diferencias en el cerebro de hombres y mujeres? Y dos: ?tienen estas diferencias la culpa, al menos en parte, de que pocas mujeres ocupen puestos altos en la ciencia? Hay muchas subpreguntas. De haber diferencias, ?son innatas?, ?son ellos mejores en matem¨¢ticas y ellas en lengua?, ?prefieren ellos los camiones y ellas las mu?ecas?, ?se dejan ellas llevar m¨¢s por las emociones y ellos por la raz¨®n?
En algunas respuestas hay consenso.
Hoy nadie niega las diferencias. Un cambio importante respecto a d¨¦cadas atr¨¢s, cuando el paradigma era el cerebro unisex. Son, adem¨¢s, diferencias que se traducen en comportamiento. En un trabajo de 2002, Melissa Hines mide las preferencias de machos y hembras por los juguetes masculinos (bal¨®n y coche), los femeninos (mu?eca y sart¨¦n) y los neutros (perro de peluche y libro de colores). Ellos pasan casi el doble de tiempo que ellas con el coche y la pelota, y viceversa (apenas hay diferencias en los juguetes neutros). ?Ser¨¢ por la socializaci¨®n? Imposible: quienes juegan son monos.
Ahora bien, admitir que hay diferencias no significa que ¨¦stas afecten a todas las aptitudes humanas, que sean enormes ni que puedan aplicarse a alguien en concreto. Hasta los pro-Summers admiten que son muy peque?as, en ¨¢reas espec¨ªficas y siempre estad¨ªsticas; es decir, que no permiten sacar conclusiones sobre Juan o Mar¨ªa. A pesar de Summers -que no es neurocient¨ªfico-, hoy est¨¢ claro que no hay diferencias en la inteligencia general.
En cambio, sobre las dem¨¢s cuestiones s¨ª hay cient¨ªficos dispuestos a discutir. ?Por qu¨¦ no se hacen estudios imparciales que zanjen esto de una vez? Uno de los motivos es que, como explica Alberto Ferr¨²s, codirector del Instituto Cajal de neurociencias, del CSIC, "no es algo en que se puede investigar f¨¢cilmente, por motivos obvios". La investigaci¨®n ha avanzado mucho, pero sigue siendo imposible administrar hormonas -es un decir- a una persona para ver c¨®mo le cambia el cerebro.
Tampoco es f¨¢cil estudiar su producto, esto es, la psicolog¨ªa y el comportamiento. Hines afirma en su libro Brain gender: "Medir las diferencias entre sexos en caracter¨ªsticas psicol¨®gicas es m¨¢s dif¨ªcil que medir diferencias de altura entre sexos (?). Muchas caracter¨ªsticas psicol¨®gicas no pueden ser vistas directamente. Adem¨¢s, todos usamos la misma regla para medir la altura, pero a veces no hay acuerdo general sobre los instrumentos (?) para medir diferencias psicol¨®gicas o de comportamiento entre sexos".
Para rizar el rizo, entran en juego los estereotipos: en esta ¨¢rea "los individuos tienen sus propias opiniones acerca de las diferencias entre sexos", prosigue Hines. Casi nadie opina vehementemente sobre el papel de una prote¨ªna, pero casi nadie deja de opinar -vehementemente- sobre los roles de hombres y mujeres. Otro error frecuente es la tendencia a publicar estudios que revelan diferencias, pero no los que muestran semejanzas.
Pero volvamos al hurac¨¢n Summers.
Tras sus declaraciones se formaron bandos, con fichajes estrella. Steven Pinker, psic¨®logo de la Universidad de Harvard, defendi¨® en un debate con su colega Elisabeth Spelke la misma tesis de su entonces rector: "Creo que [las diferencias entre sexos] son relevantes para el desequilibrio entre g¨¦neros en los departamentos de ¨¦lite de ciencia dura. Hay diferencias s¨®lidas en las medias de cada sexo en lo que se refiere a prioridades en la vida, en mostrar inter¨¦s por las personas en vez de por las cosas, en la b¨²squeda del riesgo. Y [hay evidencias] de que estas diferencias no se deben del todo a la socializaci¨®n". Spelke replic¨®: "Las principales fuerzas [tras el desequilibrio entre sexos en la ciencia] son factores sociales. No digo que hombres y mujeres seamos iguales en todo, ni siquiera que tenemos id¨¦nticos perfiles cognitivos. Digo que si sumas aquello en lo que mujeres y hombres somos buenos, no hay ventaja a favor de ellos".
Afirma Spelke que no es posible hoy saber si las diferencias innatas desempe?an un papel: los efectos sociales tapan cualquier otro factor. Y explica un experimento. Se env¨ªa a un grupo de profesores dos curr¨ªculos de candidatos a plazas vacantes. Uno es brillante; el otro, tambi¨¦n, pero no tanto. Para la mitad de los evaluadores, ambos aspirantes son chicas; para la otra mitad, chicos. ?Qu¨¦ pasa? Al primer individuo le cogen enseguida, da igual si es Pepe o Marisa. Pero ?y el segundo curr¨ªculo? El 70% de quienes evaluaban al chico le contrataban; el porcentaje bajaba al 45% cuando el nombre era de chica. Con curr¨ªculos id¨¦nticos, Pepe hubiera entrado; Marisa, no.
Es un tipo de discriminaci¨®n que conoce bien Ben A. Barres, neurobi¨®logo en Stanford y autor de una dur¨ªsima cr¨ªtica a Summers, Pinker y otros de su bando en la revista Nature. Antes de cambiar su g¨¦nero, hace 10 a?os, Ben Barres era Barbara. "Poco despu¨¦s de cambiar de sexo, a un miembro de la Facultad se le oy¨® decir: 'Ben Barres ha dado un seminario estupendo; claro, su trabajo es mejor que el de su hermana". Y eso que Barres asegura ser muy consciente de las diferencias entre sexos: cuando empez¨® a tomar testosterona, sus habilidades espaciales mejoraron y dej¨® de poder llorar f¨¢cilmente. ?l tambi¨¦n cita trabajos que muestran que "las mujeres que optan a proyectos de investigaci¨®n necesitan ser 2,5 veces m¨¢s productivas que los hombres para ser consideradas igual de competentes".
A Barres y Spelke no les faltan pruebas. La bi¨®loga Nancy Hopkins, del Instituto Tecnol¨®gico de Massachusetts (MIT), descubri¨® que en su propio centro hab¨ªa discriminaci¨®n de g¨¦nero en cuanto a la asignaci¨®n de espacio para investigar -el MIT reconoci¨® el problema oficialmente-. En un trabajo con 220 mujeres publicado en Science se demuestra que los resultados de ellas en matem¨¢ticas empeoran si se les recuerda la idea "las mujeres son peores en matem¨¢ticas". Los autores dijeron a los medios: "A menudo se ven art¨ªculos con simplificaciones burdas, especialmente sobre explicaciones gen¨¦ticas (?). Estos art¨ªculos tienen el potencial de minar la motivaci¨®n de las personas. Si creo que mis genes determinan mi peso, ?me esforzar¨¦ por mantener mi dieta y hacer ejercicio?".
En ¨¦stas est¨¢bamos cuando apareci¨® el libro de Brizendine. La autora, directora de una cl¨ªnica especializada en hormonas femeninas, defiende una tesis central: ellas est¨¢n especialmente preparadas para la comunicaci¨®n, la empat¨ªa, la percepci¨®n de las emociones; ellos, en cambio, lo est¨¢n para la acci¨®n -las emociones "disparan en ellos menos sensaciones viscerales y m¨¢s pensamiento racional", escribe-. Sobre Summers afirma que "ten¨ªa y no ten¨ªa raz¨®n. Sabemos hoy que cuando los chicos y las chicas llegan a la adolescencia no hay diferencia en sus aptitudes matem¨¢ticas y cient¨ªficas. En este punto [Summers] se equivocaba. Pero en cuanto el estr¨®geno inunda el cerebro femenino, las mujeres empiezan a concentrarse en sus emociones y en la comunicaci¨®n: hablar y citarse con sus amigas (?)". Ellos, en la adolescencia "se vuelven menos comunicativos y se obsesionan por lograr haza?as".
La obra ha sido superventas en Estados Unidos, pero varios cient¨ªficos han puesto serias pegas. La autora ha tenido que admitir que algunos datos de la primera edici¨®n de El cerebro femenino no son correctos. En concreto, los relativos al lenguaje. Seg¨²n Brizendine, ellas usan al d¨ªa unas 20.000 palabras (y hablan el doble de r¨¢pido), y ellos, 7.000. Mark Liberman, especialista en fon¨¦tica en la Universidad de Pensilvania, busc¨® las fuentes de tal afirmaci¨®n "y simplemente no las encontr¨¦". S¨ª hall¨®, en cambio, varios trabajos que muestran que no hay diferencia alguna en aptitud ling¨¹¨ªstica. Brizendine acept¨® la cr¨ªtica y elimin¨® las cifras de ediciones posteriores. No obstante, Liberman -autor de un blog donde aparece el chiste del principio- teme que acabe siendo otro caso de desequilibrio informativo que ayuda a fortalecer un t¨®pico: decenas de titulares han recogido el 20.000 vs 7.000 de Brizendine, pero no su rectificaci¨®n.
Para acabar, un vistazo a qu¨¦ pasa en Espa?a con las mujeres y la ciencia. Aqu¨ª las diferencias tambi¨¦n se notan. Como explica Flora de Pablo, profesora de Investigaci¨®n del CSIC y presidenta de la Asociaci¨®n de Mujeres Investigadoras y Tecn¨®logas (AMIT), el avance de las espa?olas en la universidad en las dos ¨²ltimas d¨¦cadas ha sido espectacular: hay mayor¨ªa de chicas matriculadas (el 74% en ciencias de la salud, el 64% en humanidades, el 59% en ciencias experimentales, el 27% en ingenier¨ªas) y licenciadas (59%), pero s¨®lo hay un 13,7% de catedr¨¢ticas. "Esto es incomprensible sin apelar a la perversi¨®n de los mecanismos de promoci¨®n universitaria", dice De Pablo, partidaria de medidas de discriminaci¨®n positiva. De Pablo ha demostrado en un estudio sobre el Programa Ram¨®n y Cajal para contratar investigadores que "en bastantes ¨¢reas, para una mujer fue m¨¢s de dos veces m¨¢s dif¨ªcil conseguir un contrato".
Otras prestigiosas cient¨ªficas, como Margarita Salas (profesora de Investigaci¨®n del CSIC) o F¨¢tima Bosch (catedr¨¢tica de Bioqu¨ªmica y Biolog¨ªa Molecular en la Universidad Aut¨®noma de Barcelona), han denunciado la situaci¨®n. Salas no es partidaria de la discriminaci¨®n positiva, pero s¨ª de aumentar la representaci¨®n de mujeres en comit¨¦s de selecci¨®n. A Pilar Carbonero (catedr¨¢tica de Bioqu¨ªmica y Biolog¨ªa Molecular en la Universidad Polit¨¦cnica de Madrid) le gustar¨ªa "que se acabara con la discriminaci¨®n negativa que ha existido contra las mujeres". Bel¨¦n Gavela (catedr¨¢tica de F¨ªsica Te¨®rica en la Universidad Aut¨®noma de Madrid) s¨ª pide discriminaci¨®n positiva. Est¨¢ segura de que existen sutiles mecanismos de discriminaci¨®n, como desanimar a las ni?as a estudiar ciencias. Ella lo not¨® "desde peque?a, y luego he o¨ªdo comentarios, no necesariamente malintencionados, cuestionando si era compatible la ciencia con la feminidad o con tener hijos. Esto pesa mucho, sobre todo cuando se es muy joven. Te preguntas: ?ser¨¦ normal? Te mina la confianza".
'El cerebro femenino', de Louann Brizendine, editado en Espa?a por RBA, sale a la venta el pr¨®ximo 9 de febrero.
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