Soldados del imperio
Un reportaje puede ser una gran obra literaria o un memorable ensayo hist¨®rico como mostraron un Arthur Koestler con Un testamento espa?ol, un George Orwell con Homenaje a Catalu?a, o Ryszard Kapuscinski con los libros que dedic¨® a Haile Selassie, Reza Pahlevi y al derrumbe de la Uni¨®n Sovi¨¦tica.
Robert D. Kaplan pertenece a esa dinast¨ªa de periodistas capaces de documentar la actualidad con tanto rigor y precisi¨®n como elegancia y astucia narrativa, en reportajes que, a la vez que ayudan a esclarecer hechos dram¨¢ticos de la vida contempor¨¢nea, se leen con el placer y la ansiedad que producen las buenas novelas.
Robert D. Kaplan es desde hace mucho tiempo corresponsal de guerra y comentarista de la actualidad pol¨ªtica internacional en una prestigiosa revista estadounidense, The Atlantic Monthly, y lleva algunos a?os empe?ado en una empresa tan ambiciosa como dif¨ªcil: entrevistar a, y describir la vida que llevan, los oficiales y soldados de las fuerzas especiales y comandos de Estados Unidos que, repartidos en todas las zonas de conflictos por los cinco continentes, se enfrentan, directa o indirectamente, a las organizaciones terroristas y extremistas de distintas ideolog¨ªas -marxistas, mao¨ªstas, fundamentalistas isl¨¢micos, nacionalistas fan¨¢ticos- decididos a acabar con Estados Unidos.
El primero de los vol¨²menes se llama Imperial grunts (Soldados del imperio) y da cuenta de un recorrido de a?o y medio por las selvas, monta?as, estepas, desiertos y p¨¢ramos del Yemen, Colombia, El Salvador, Mongolia, Macedonia, Bosnia, Tayikist¨¢n, Filipinas, Afganist¨¢n, Pakist¨¢n, Etiop¨ªa, Somalia e Irak, pa¨ªses donde Kaplan ha convivido con las fuerzas militares estadounidenses que all¨ª combaten o entrenan y dan apoyo log¨ªstico a las fuerzas locales en sus guerras contra guerrillas, ej¨¦rcitos u organizaciones terroristas. En algunos lugares, como en Irak, Kaplan consigui¨® autorizaci¨®n para acompa?ar a patrullas y comandos en operaciones militares y, precisamente, una de las p¨¢ginas m¨¢s impresionantes de su libro es la descripci¨®n de la captura de Al Fallujah por un regimiento de marines al que Kaplan acompa?¨®, encajado en un pelot¨®n de la vanguardia.
?Qui¨¦nes son, de qu¨¦ medios sociales proceden, qu¨¦ ideas tienen, en qu¨¦ creen estos hombres que sirven en esas fuerzas especiales semiclandestinas del Ej¨¦rcito, la Marina y la Aviaci¨®n de Estados Unidos, apostadas en lugares generalmente secretos, que rara vez se codean con la poblaci¨®n civil de los pa¨ªses donde sirven, que est¨¢n prohibidos de jactarse de alguna haza?a o victoria -todas ellas deben ser atribuidas a los ej¨¦rcitos a los que entrenan- y cuyos muertos en acci¨®n son tambi¨¦n disimulados?
Por las p¨¢ginas de Imperial grunts desfilan algunos personajes que parecen salidos de las novelas de Conrad, aventureros que han pasado quince o veinte a?os de sus vidas combatiendo en lugares ex¨®ticos, en guerras cuyo sentido, proyecciones y causas se les escapaban por completo, o no les interesaban en absoluto, y por una paga modest¨ªsima. Las fuerzas especiales son el ¨²ltimo reducto puramente masculino de las Fuerzas Armadas norteamericanas, de modo que en su largo periplo por los campamentos y cuarteles del mundo Kaplan no encuentra casi mujeres -salvo en funciones administrativas o m¨¦dicas-, pero el sentimiento generalizado en los oficiales y soldados que entrevista es que aquella limitaci¨®n no durar¨¢, y que, m¨¢s pronto que tarde, habr¨¢ tambi¨¦n mujeres entre los marines, la Delta Force y los Seals (comandos de la marina) as¨ª como hay ahora pilotos y tanquistas mujeres que participan en acciones b¨¦licas.
Buen n¨²mero de los miembros de esas fuerzas especiales est¨¢n all¨ª por tradici¨®n familiar. Son hijos y nietos de veteranos que sirvieron en puestos de avanzada en la II Guerra Mundial y en Corea o Vietnam y se sienten orgullosos de emular a sus mayores en esos cuerpos militares de muy dif¨ªcil acceso y donde el entrenamiento suele ser feroz (Kaplan lo ha seguidode cerca en los campamentos de Fort Bragg y Camp Lejeune, en Carolina del Norte).
Muy numerosos son tambi¨¦n antiguos delincuentes juveniles, que pasaron por el correccional o la c¨¢rcel, provenientes de familias fracturadas de los guetos negros o hisp¨¢nicos y que ahora hablan con orgullo del Ej¨¦rcito, como "su verdadera familia", que los salv¨® de haber terminado de pandilleros, narcos o pistoleros. Entre ellos es donde resulta m¨¢s manifiesto el esp¨ªritu de cuerpo, la identificaci¨®n con una instituci¨®n que parece ser el m¨¢s fuerte v¨ªnculo, acaso el ¨²nico, con el pa¨ªs por el que est¨¢n all¨ª, en esos azarosos destinos, jug¨¢ndose la vida. En cambio, es muy distinta la actitud de los soldados inmigrantes, que se enrolaron por la seguridad de que de este modo conseguir¨ªan m¨¢s pronto la nacionalidad o pondr¨ªan en orden su permiso de residencia.
Algo que sorprende es el casi general desinter¨¦s, y a veces desprecio, de estos soldados por la pol¨ªtica. Ciertamente casi ninguno de ellos se parece a esos soldados imperiales de Kipling, imbuidos de su rol de guardianes del imperio, de un discreto pero rec¨®ndito patriotismo, convencidos de que sobre sus hombros descansaba, nada m¨¢s y nada menos, la seguridad del Occidente entero. Los soldados de Kaplan se reir¨ªan a carcajadas si se vieran atribuir responsabilidades semejantes. Salvo los generales y altos oficiales, con quienes Kaplan discute estrategias de largo plazo y que opinan -con notable franqueza- sobre la tarea que el gobierno les ha confiado en Afganist¨¢n e Irak, los tenientes, capitanes, suboficiales y soldados rasos, se interesan poco o nada en las cuestiones pol¨ªticas de fondo que los han llevado a los bosques y fronteras violentas donde est¨¢n, y sus conversaciones y comentarios se concentran en lo concreto e inmediato: las emboscadas, el armamento, la corrupci¨®n que advierten a menudo por doquier en los ej¨¦rcitos que entrenan, y la frustraci¨®n que les produce (en Colombia, por ejemplo) la prohibici¨®n de participar en las operaciones militares de los comandos a los que asesoran.
Es interesante leer este reportaje teniendo en cuenta los grandes esc¨¢ndalos de abusos a los derechos humanos cometidos por las fuerzas estadounidenses en Irak, por ejemplo en la prisi¨®n de Abu Ghraib y en la Base de Guant¨¢namo. Los derechos humanos, seg¨²n el testimonio de Kaplan, forman parte central de la formaci¨®n de estos soldados, y, tambi¨¦n, de la asesor¨ªa y entrenamiento que ellos prestan a los ej¨¦rcitos nacionales. En sus entrevistas, Kaplan les oye decir una y mil veces que es dif¨ªcil, a menudo imposible, en el Yemen, Filipinas, Afganist¨¢n y otros pa¨ªses, hacer entender a los "locales" que los interrogatorios a los prisioneros deben excluir la tortura y que no se puede matar al enemigo una vez que se ha rendido. Y asiste a clases y conferencias que estos instructores reciben, en las que, con gran precisi¨®n de detalles, se describe la frontera entre lo l¨ªcito y lo il¨ªcito aun en lo m¨¢s violento de la acci¨®n. Cuando deben opinar sobre sus compa?eros dados de baja o penalizados por abusos a los derechos humanos, su incomodidad es manifiesta. Aunque es evidente que ese tema solivianta a muchos de ellos, ninguno se atreve a presentar a Kaplan razones de descargo para esos suboficiales y soldados ahora entre rejas o expulsados de filas por haber torturado o asesinado.
Vivir de la manera como estos hombres viven, les da una familiaridad con la muerte que recuerda la que lucen los personajes de Hemingway, esos fatalistas que buscan los peores peligros porque sienten que en el riesgo y la temeridad el vac¨ªo de sus vidas desaparece y lo reemplaza un sentimiento, una pasi¨®n, que, aunque sea de manera pasajera, justifica su existencia. Ese tipo de personajes aparecen con frecuencia en el libro de Kaplan. Y no s¨®lo sirviendo en las filas. Muchos de ellos, al licenciarse, pose¨ªdos de nostalgia un tanto masoquista, se quedan en los pa¨ªses donde sirvieron, y abren bares, agencias tur¨ªsticas, compa?¨ªas de vigilancia y protecci¨®n, se casan con nativas, y all¨ª est¨¢n en las aldeas filipinas, tailandesas o yemenitas, con sus tatuajes y sus m¨²sculos de luchadores grecorromanos, contando an¨¦cdotas espeluznantes de acciones guerreras a quien se comide a pagarles un trago.
Robert D. Kaplan no saca conclusiones pol¨ªticas ni hist¨®ricas sobre lo que ha visto y o¨ªdo a lo largo de ese a?o y medio vivido con los soldados de vanguardia del imperio norteamericano. Corresponde al lector deducir, de aquello que ha le¨ªdo, si la seguridad del imperio est¨¢ en buenas manos, o si, como el de los legionarios y centuriones que protegieron al Imperio Romano, terminar¨¢ derrumb¨¢ndose ante la irresistible embestida de los b¨¢rbaros.
? Mario Vargas Llosa, 2007.
? Derechos mundiales de prensa en todas las lenguas reservados a Diario EL PA?S, SL, 2007.
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