Silencio
Hay autores que interesan, y de qu¨¦ manera, a profesores o cr¨ªticos; otros que interesan a lectores; y alguno hay que ¨²nicamente interesa a escritores. James Joyce, hoy en d¨ªa, interesa, creo, a otros escritores. Baroja, don P¨ªo, interesa menos a los escritores, pero m¨¢s a profesores. Al lector en estado puro, al lector sumido (y consumido) en el grado cero de la lectura, s¨®lo le interesan los libros de ¨¦xito, esos que llenan los escaparates de las librer¨ªas, quioscos y similares, esos sustitutos de la novelas de caballer¨ªas que tantos quebraderos y requiebros de la mente, embarrancaderos de la conciencia, crearon en Cervantes. Miguel S¨¢nchez Ostiz, escritor y lector, porque en todo gran escritor se esconde un buen lector, aunque no se pueda encontrar siempre en todo lector de oficio un escritor de raza, ha publicado recientemente una amena, documentada y apasionada biograf¨ªa sobre Baroja: P¨ªo Baroja, a escena. Biograf¨ªa de biograf¨ªas, recuento del pasado barojiano, un mapa hecho de palabras, para encontrar a don P¨ªo, y encontrarnos con ¨¦l. De Baroja se ha hablado mucho y de muchas maneras, a veces sin hablar de ¨¦l. Del libro de S¨¢nchez Ostiz sobre Baroja se ha hablado poco, incluso cuando se ha hablado de ¨¦l. Paradojas de la existencia, rodeados de ruido, vivimos moldeados en silencio y por el silencio. Habitamos el silencio, esa vasta regi¨®n sin nombre ni identidad.
No es nueva, por tanto, esta dejadez que no nos abandona, ni esta visi¨®n sectaria de la cultura
"La mejor m¨¢quina eficaz es la que no hace ruido", escribi¨® Luis Mart¨ªn Santos
"La mejor m¨¢quina eficaz es la que no hace ruido", escribi¨® Luis Mart¨ªn Santos, en su novela Tiempo de silencio. Tiempo en silencio, silencio del tiempo. De nuevo, silencio; y el tiempo que corre a perderse en una inmensidad incierta, sin noches y sin auroras. Pas¨® el tiempo de creer que era posible la autenticidad, el tiempo de buscarla en un poema, en una pasi¨®n, en una herida heroica, en una vida transcurrida a salto de mata y con domicilio desconocido, hoy aqu¨ª, ma?ana all¨¢, luego qui¨¦n lo sabe. Jergas del pasado, sangre reseca, recuerdo que ha quedado tieso como carne colgada, como mojama espiritual, fuente que dej¨® de traer agua. Lo aut¨¦ntico se confundi¨® con lo natural y la convivencia se volvi¨® est¨¦ril y artificial, se forz¨® el ritmo de lo cotidiano en busca de lo extraordinario y lo que se consigui¨® fue un tiempo que no era tiempo, sino eco de otro tiempo, tiempo huyendo del tiempo, un espanto, un fantasma, una repetici¨®n. En pos de la novedad y de la modernidad se lleg¨® a lo antiguo, al comienzo de todo. Lo natural no exist¨ªa ni siquiera en la propia naturaleza. Exist¨ªa y existe la costumbre, que ha usurpado los rasgos naturales: costumbre de callar y de ir dando de comer al silencio, animal de compa?¨ªa. Tiempo de silencio se public¨® en 1962, y desde entonces no ha dejado de editarse, ni de leerse. El libro intenta describir lo que es la fatalidad del destino, las trampas que va urdiendo el azar y en la que van cayendo, uno tras otro, todos los personajes. El libro habla de la inevitable resignaci¨®n, del poder del silencio sobre el tiempo, y no del sue?o de la eternidad, la necesaria y deseada armon¨ªa entre el tiempo y su anulaci¨®n. El silencio tiene su continuidad en el tiempo. El silencio es el centro de cualquier tiempo. Al menos eso pensaba el m¨²sico John Cage.
En la cultura vasca dura todav¨ªa el tiempo de silencio, que se extiende sobre toda aquella producci¨®n que, sin ser siempre cr¨ªtica, representa ¨ªntimamente verdades molestas. El deseo de libertad, ya se sabe, supone afrontar muchas incomodidades. El respeto a uno mismo significa incomodarse e incomodar. La cultura vasca, por inercia, incuria (de todos, algunos por cobard¨ªa, otros, por pereza) y costumbre, ha dejado de ser un territorio donde circulen las ideas, los conceptos, las propuestas narrativas o art¨ªsticas. Hace tiempo que no corren libres las ideas y se escapan de los lazos que van tendiendo los cazadores para atraparlas y luego domesticarlas, como hace tiempo que las ideas que existen viven encerradas en una jaula de oro, cubiertas de blanda espuma o ba?adas en el perfume de la autocomplacencia. Lo que no es hagiograf¨ªa, incienso destinado al altar, ramilletes de flores de ocasi¨®n para adorno de los afortunados sujetos dignos de admiraci¨®n (o adoraci¨®n diurna), es mutismo. Hay libros que hablan en voz alta sobre lo que est¨¢ pasando y, en lugar de recoger, como respuesta, voces, gritos o palabras, s¨®lo recogen silencio. Por donde andan crece f¨¦rtil la hierba de la idiferencia, hierba gris. Pas¨® antes con algunos artistas, desestimados como ortodoxos y apartados de la l¨®gica il¨®gica que reina en la cultura vasca actual, al menos durante los ¨²ltimos veinte a?os, o sea eternamente, desde el nacimiento del tiempo. Pas¨® con alg¨²n libro de Atxaga, Saizarbitoria o Lertxundi, por se?alar escritores conocidos y de renombre, obras que apenas han superado el estigma con el que los marcaron y les otorgaron un grado que la literatura jam¨¢s ha deseado ni reivindicado, la clandestinidad. No es nueva, por tanto, esta dejadez que no nos abandona, ni esta visi¨®n sectaria de la cultura. Joseba Zulaika y Fernando Aramburu, por citar dos estimados autores, han escrito libros imprescindibles para entender este tiempo en el que vamos andando y sucedi¨¦ndonos, este tiempo en el que lo que no es gesto grandilocuente y ret¨®rico, de cara a la galer¨ªa deseosa de ser complacida, es silencio.
La primera edici¨®n del libro Las ciegas hormigas de Ramiro Pinilla es de 1961. Un a?o antes gan¨® el autor el Premio Nadal, que entonces era mas premio que ahora. Dice uno de sus personajes (hablando de las hormigas): "Pondr¨ªas una piedra y tambi¨¦n la remontar¨ªan. Destrozar¨ªas a azadones su recinto y siempre quedar¨ªa algunas para reanudar la misma vida de esfuerzo bien aqu¨ª o en otro lugar. Est¨¢n preparadas para vencer todo lo que les pongan delante. Son invencibles". Se podr¨ªa a?adir que el silencio es el precio para quien busca, no la autenticidad, ni la notoriedad, ni siquiera la trascendencia, sino un orden moral, para s¨ª y para los dem¨¢s.
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