Un despertar
En Francia, la sorpresa de las elecciones presidenciales ya se ha producido. Antes de ir a votar, los franceses est¨¢n experimentando una mutaci¨®n mental. Los sondeos var¨ªan, el resultado final es imprevisible, pero en todas partes est¨¢ calando el rechazo hacia un pa¨ªs convertido en un museo-hospital y presa de infecciones nosocomiales como el ego¨ªsmo, la discriminaci¨®n, la ira o la recesi¨®n.
S¨¦gol¨¨ne Royal y Nicolas Sarkozy tienen pocas cosas en com¨²n, aparte de la edad, pero ambos fueron elegidos por unas bases refractarias a los posicionamientos tradicionales y a las doctrinas anticuadas. Ya no se trata de votar a socialistas o a gaullistas, sino de impulsar un despertar. En Par¨ªs, hace un cuarto de siglo que los sin techo se hielan en invierno. De pronto son noticia -no es f¨¢cil ignorar las tiendas de campa?a-, la opini¨®n p¨²blica se moviliza y el Gobierno toma cartas en el asunto. Pero ?por qu¨¦ ahora? Como en febrero de 1954, los ciudadanos intuyen que ya no se puede seguir dando tiempo al tiempo. "Ha bastado con que un hombre act¨²e al margen de las instancias oficiales para que los franceses se pongan en marcha. Pero sin el fr¨ªo no hubiera sido posible. ?Sin fr¨ªo, no habr¨ªa abate Pierre! (...) Cuando Francia tenga fr¨ªo, tambi¨¦n yo podr¨¦ actuar" (De Gaulle). El momento ha llegado: una Francia l¨²cida vuelve a sentir ese "fr¨ªo", un momento degaulliano en el que es conveniente atreverse a pensar, tal vez contra las propias certezas, y luego, atreverse a actuar.
La batalla de ideas es un hecho consumado. Y, sorprendentemente, consumado por la derecha. El debate Sarkozy-Villepin, m¨¢s que un pulso entre dos egos, refleja el enfrentamiento de dos visiones de Francia y del mundo. Movimiento contra conservadurismo. Sarkozy ha roto claramente con esa derecha acostumbrada a ocultar su vac¨ªo detr¨¢s de los grandes conceptos pontificantes. ?Un ejemplo? Preconiza la discriminaci¨®n positiva, que contraviene la igualdad virtual, para erradicar las desigualdades reales relacionadas con el color de la piel, el domicilio y el apellido. ?Otro? Aboga por la subvenci¨®n p¨²blica a la construcci¨®n de mezquitas para evitar que los fieles de la segunda religi¨®n de Francia tengan que orar en s¨®tanos o en locales cedidos por los integristas ricos. Aun a riesgo de chocar con una concepci¨®n obsoleta de la laicidad, conviene recordar que, en 1905, en la Francia de las decenas de miles de campanarios no hab¨ªa minaretes. La demanda ha cambiado, pero la oferta sigue siendo la misma. La sociedad evoluciona, los principios deben evolucionar con ella.
La fractura de la derecha se extiende hasta la pol¨ªtica internacional lo mismo que a la nacional. El fetichismo conservador, curiosa secuela del gaullismo, defiende la primac¨ªa de los Estados a toda costa. Esta realpolitik sacrifica nuestra historia y nuestro esplendor a los intereses a corto plazo de la venta de armas y los contratos petroleros. Nuestros dirigentes recibieron con mala cara la ca¨ªda del muro de Berl¨ªn, luego apoyaron a sus aliados genocidas de Ruanda y condecoraron a Vlad¨ªmir Putin con la Gran Cruz de la Legi¨®n de Honor. Una curiosa evoluci¨®n que transform¨® la "patria de los derechos humanos" en el ap¨®stol de los ¨®rdenes establecidos.
Sin embargo, la Francia generosa no olvid¨® a los oprimidos: ni al boatpeople vietnamita que hu¨ªa del comunismo, ni a los disidentes rusos, bosnios, kosovares o chechenos, pasando por los sindicalistas de Solidarnosc encarcelados, las Madres de Mayo de la dictadura argentina, los argelinos v¨ªctimas del terrorismo o los torturados chilenos. En ning¨²n otro pa¨ªs se habl¨® tanto de esas monstruosidades ni de esas formas de resistencia. La posibilidad de abrirse fraternalmente al mundo est¨¢ inscrita en nuestro patrimonio cultural; v¨¦ase Montaigne, v¨¦ase Hugo, v¨¦anse los french doctors y sus ¨¦mulos. Nuestros compatriotas no est¨¢n condenados por la fatalidad a dar la espalda al vecino, a vituperar al "fontanero polaco" o a aislarse del mundo.
Nicolas Sarkozy es hoy el ¨²nico candidato que se ha adentrado por la senda de esa Francia del coraz¨®n. No en vano, ha denunciado el calvario de las enfermeras b¨²lgaras condenadas a muerte en Libia, las masacres de Darfur y el asesinato de periodistas, y ha enunciado una regla de gobierno muy alejada de la de Jacques Chirac: "Yo no creo en eso que llaman realpolitik y consiste en olvidar nuestros valores sin ganar un solo contrato. No acepto lo que ocurre en Chechenia, porque 250.000 chechenos muertos o perseguidos no son una simple an¨¦cdota de la historia del mundo. El general De Gaulle quer¨ªa la libertad para todos los pueblos y eso tambi¨¦n reza con ellos. El silencio es c¨®mplice y yo no quiero ser c¨®mplice de ninguna dictadura" (14-1-2007).
?Y qu¨¦ responde la izquierda? Poca cosa, lamentablemente.?Qu¨¦ ha sido del combate de ideas que durante tanto tiempo fue su privilegio? ?Y del estandarte de la solidaridad internacional, orgullo del socialismo franc¨¦s de anta?o? No se trata de incriminar a una candidata que respeto -aunque me cueste tragar lo de esa justicia china que nos quiere hacer pasar por modelo de celeridad-. S¨¦gol¨¨ne Royal se enfrenta a un vac¨ªo m¨¢s grande que ella, mal que le pese a los comentaristas o a los envidiosos que fustigan sin miramientos su programa o su persona. La lecci¨®n de abril de 2002 -cuando el candidato socialista, el primer ministro Jospin, obtuvo menos votos que el jefe de la extrema derecha, Jean-Marie Le Pen- no dio como fruto balance ni replanteamiento alguno. Cada facci¨®n consider¨® que el fracaso confirmaba sus propias certezas inalterables.
La izquierda oficial francesa se cree infalible moralmente e intocable intelectualmente. Ella encarna el movimiento y la rep¨²blica. Esto fue relativamente exacto hasta 1945. La izquierda hab¨ªa sido capaz de formular las preguntas y de entablar las batallas de las que nacer¨ªa nuestra democracia laica y social. Pero, a partir de 1945, cuando el prestigio moral de la derecha qued¨® comprometido por la colaboraci¨®n con el ocupante nazi, la izquierda profesional se durmi¨® en los laureles. As¨ª pues, menospreci¨® las discusiones alemanas (alrededor del congreso de Bad Godesberg) e inglesas (a prop¨®sito del Nuevo Laborismo), ignor¨® la explosi¨®n espiritual de la disidencia del Este, y se desentendi¨® de las revoluciones de terciopelo que se sucedieron desde Praga a Kiev y Tbilisi.
V¨ªctima de su narcisismo, no ha tardado en caer en la indigencia cuando Nicolas Sarkozy, rompiendo con la tradici¨®n de la derecha, ha empezado a invocar a los insumisos y a los oprimidos, como el joven resistente comunista Guy M?quet, las mujeres musulmanas martirizadas, la Simone Weil que aboli¨® el sufrimiento de los abortos clandestinos, el hermano Christian asesinado en Tibhirine (Argelia), o los republicanos espa?oles. En lo que a m¨ª respecta, en vez de clamar contra la usurpaci¨®n de mi herencia, como ha hecho el PS, perm¨ªtanme que lo celebre. Cada vez que reconozco a Hugo, Jaur¨¨s, Mandel, Chaban o Camus en el discurso del candidato de la derecha, me siento un poco en mi propia casa.
La confrontaci¨®n despiadada de ideas resulta ¨²til en una campa?a presidencial. Lo mismo que llamar a los candidatos al orden record¨¢ndoles sus l¨ªmites, a condici¨®n de no eliminar a nuestro oponente desterr¨¢ndolo de la naci¨®n, como pretend¨ªa un diputado socialista que descalificaba al "neoconservador norteamericano con pasaporte franc¨¦s". El ostracismo y la estigmatizaci¨®n de la "anti-Francia" fueron durante mucho tiempo patrimonio de la extrema derecha. La izquierda se merece algo mejor.
Nunca, en una vida ya larga y llena de compromisos, he tomado partido p¨²blicamente por un candidato (excepto por Chirac frente a Le Pen, en mayo de 2002). Hijo de jud¨ªos austriacos que combatieron a los nazis en Francia, ¨¦ste es mi pa¨ªs de elecci¨®n, y la izquierda, mi familia de origen. Precisamente por eso llevo cuarenta a?os bati¨¦ndome contra su anquilosamiento ideol¨®gico (apoyo a Solzhenitsin, a los disidentes antitotalitarios del Este, cr¨ªtica de las anteojeras marxistas).
Hubo un tiempo en el que so?aba con una candidatura encabezada por Bernard Kouchner (el fundador de M¨¦dicos Sin Fronteras) que devolviese a la izquierda francesa su dimensi¨®n internacional perdida. Pero el PS impuso su veto, alarmado por la audacia de un electr¨®n libre. Me hubiera gustado ver un t¨¢ndem Sarkozy-Kouchner. Hoy, tomando partido por el primero, voy a perder amigos. Mi decisi¨®n, producto de antiguos dolores y de nuevas perspectivas, ha sido bien meditada. No comparto todas las propuestas del candidato de la UMP. Por ejemplo, en lo que toca a los sin papeles, deseo una regularizaci¨®n m¨¢s amplia, basada en criterios humanitarios mejor entendidos. Pero votar no es abrazar una religi¨®n, sino optar por el proyecto m¨¢s cercano a las propias convicciones.
El humanismo del siglo XXI no pretende imponer una idea perfecta del hombre. Verdadera barrera contra la inhumanidad, tanto en nosotros como en nuestro entorno, no puede contentarse con llorar a las v¨ªctimas y levantar la n¨®mina de los muertos o los olvidados. Recusando la indiferencia culpable y la man¨ªa doctrinaria, el humanismo se obstina en una lucha -recomenzada una y otra vez- para "frenar la locura de los hombres neg¨¢ndose a dejarse arrastrar por ella" (discurso del 14-1-2007). A Sarkozy, esta definici¨®n de la pol¨ªtica le viene dictada por el "murmullo de las almas inocentes" que escuch¨® en Yad Vashem. Un murmullo que, desde siempre, resuena en mi filosof¨ªa.
Andr¨¦ Glucksmann es fil¨®sofo franc¨¦s. Traducci¨®n de Jos¨¦ Luis S¨¢nchez-Silva.
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