Broadway toma la platea del Liceo
La cantante Barbara Cook convierte el teatro barcelon¨¦s en una revista musical neoyorquina
Ins¨®lito. Entrar en la platea del Liceo con una copa en la mano y acomodarse en una de las mesitas dispuestas en una tarima por encima de las butacas constituye un efecto teatral notable. No se puede fumar, y eso limita la idea que uno lleva de la revista musical, pero hoy d¨ªa es normal, y m¨¢s si se trata del Liceo, donde el fuego no goza de ninguna simpat¨ªa.
Estos d¨ªas el concepto "platea" anda alterado en el teatro barcelon¨¦s. Peter Konwitschny, director de escena del Don Carlos que se representa hasta el 14 de febrero, convierte la platea en un circo romano, con polic¨ªas apaleando a ensagrentados condenados a muerte y el p¨²blico acalorado y puesto en pie, aplaudiendo y abucheando a partes iguales la osada propuesta. A Theodor W. Adorno no le hubiera parecido mal: la platea recupera sus or¨ªgenes de arena y ya no le queda sino reventar la c¨²pula para reencontrarse por fin con las estrellas del firmamento.
Por su parte, Barbara Cook convirti¨®, el s¨¢bado y ayer, esa misma platea en una sala de Broadway. En medio, a nivel del proscenio, una tarima poco elevada en la que se colocaron ella, armada de un micro sin pie, el pianista Lee Musiker frente al Stenway de concierto y el contrabajista Steve McManus. En el escenario, hasta el fondo -y es muy profundo-, m¨¢s mesitas con espectadores: una imagen repetida, como si un enorme espejo cubriera todo el arco esc¨¦nico. Simpl¨ªsima escenograf¨ªa, de hondo significado: el musical americano no puede concebirse sin un p¨²blico involucrado, part¨ªcipe, activo.
Fue as¨ª como Barbara Cook, de 79 a?os, fue desgranando los mejores lyrics de Leonard Bernstein, Richard Rodgers, Stephen Sondheim, Irving Berlin o George Gershwin, por citar a los autores que m¨¢s suenan por aqu¨ª. Barbara Cook estren¨® en 1956 el Candide de Bernstein: con ello queda todo dicho sobre el dominio que puede tener del g¨¦nero, as¨ª como sobre cierta opacidad natural de la voz al cabo de los a?os. No importa. Cuando se es capaz de explicar la story, el relato de cada canci¨®n, con el desparpajo, la expresividad y la intensidad con que ella lo hace, lo dem¨¢s es accesorio. Adem¨¢s, su sola presencia sobre las tablas inspira ternura: es bajita y ancha, viste blus¨®n y pantalones de gasa negra y calza unas graciosas sandalias que le dan un aire como de ni?a indefensa.
Pero de indefensa, nada de nada. Entre otras cosas, porque ya se guarda ella de ir acompa?ada por dos m¨²sicos de la categor¨ªa de Musiker y McManus, que llevan su voz en volandas, atentos al m¨ªnimo detalle expresivo, compenetrados hasta fundirse con la palabra. Estas canciones nacen de la m¨²sica. Si en Europa manda en general la poes¨ªa -con excepciones como la de Paolo Conte, por poner la m¨¢s gloriosa-, en Estados Unidos primero nace el tema musical que provoca la situaci¨®n dram¨¢tica y luego llegan las palabras, adaptadas a ella. El swing es, pues, prescriptivo: sentir primero, decir en consecuencia. Barbara Cook es una maestra a la hora de crear ese feeling.
Se ha apuntado un buen tanto el Liceo invitando a Barbara Cook, que el a?o pasado tuvo el privilegio de ser la primera cantante ajena a la ¨®pera que protagoniz¨® un recital en el Metropolitan de Nueva York. Hay que decir que el teatro barcelon¨¦s est¨¢ avezado a las contaminaciones de g¨¦neros. Por estas fechas, la burgues¨ªa de finales del siglo XIX, principios del XX, convert¨ªa el Liceo en un gran baile de Carnaval. El esc¨¢ndalo que provocaba, por cierto, a menudo era colosal. R¨ªete t¨² del Don Carlos de Konwitschny.
Babelia
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