Vuelven banderas victoriosas
La manifestaci¨®n celebrada el pasado domingo en Madrid, convocada por la organizaci¨®n vizca¨ªna Foro Ermua y seguida masivamente por dirigentes, militantes y votantes del PP, tuvo un triple lema oficial: Por la libertad. Derrotemos juntos a ETA. No a la negociaci¨®n. Seg¨²n el comunicado le¨ªdo al t¨¦rmino del acto, la convocatoria no era "ni de derechas, ni de izquierdas, ni de centro": esa milagrosa exoneraci¨®n de las servidumbres del espacio pol¨ªtico se remonta a la ret¨®rica falangista. Sin embargo, buena parte de la asistencia -tal y como estaba previsto en el gui¨®n de los organizadores- desvi¨® el te¨®rico objetivo de la marcha entre la plaza de Col¨®n y la plaza de la Independencia (el gusto por la hip¨¦rbole mentirosa de la Comunidad madrile?a multiplic¨® por ocho el n¨²mero de concurrentes, como en los tiempos heroicos de la Plaza de Oriente) para exigir a gritos la dimisi¨®n del presidente del Gobierno y cubrirle de improperios en las pancartas: Zapatero, embustero; ZP, traidor; ETA-Zapatero-Qui¨¦n est¨¢ detr¨¢s del 11-M; Al poder llegaste en tren. Queremos saber de la mano de qui¨¦n. El presidente del Foro Ermua ya hab¨ªa lanzado la v¨ªspera -en la tercera de Abc- una misteriosa advertencia al presidente del Gobierno: "Esta es la ¨²ltima vez que se lo diremos: ma?ana ser¨¢ tarde y a partir de ese momento dejaremos que sea aplastado por la pavorosa rueda que ¨¦l mismo ha puesto en movimiento".
La consigna de unidad democr¨¢tica, coactivamente dirigida contra las dem¨¢s fuerzas parlamentarias despu¨¦s de insultarlas, no es la ¨²nica maniobra de doble v¨ªnculo del PP. Un bosque de banderas espa?olas -la izquierda abertzale tambi¨¦n suele cubrir el horizonte con un tel¨®n de ikurri?as- y la emisi¨®n del himno nacional por la megafon¨ªa que amenizaba el acto (una circunstancia no prevista pero tampoco excluida por el decreto 1.560/1997 regulador de la Marcha de granaderos) sirvieron a los populares para recabar de manera partidista el monopolio de los s¨ªmbolos identitarios compartidos por todos y para expulsar a sus adversarios pol¨ªticos -demonizados como enemigos existenciales- del marco institucional. Esa desleal estrategia del principal partido de la oposici¨®n, orientada a excluir al Gobierno socialista y a la mayor¨ªa parlamentaria que le respalda de la lucha com¨²n contra el terrorismo, ha marcado obscenamente toda la legislatura.
Primero fueron las acusaciones veladas y las insidias maliciosas -vertidas por los portavoces del PP en el Parlamento y por los periodistas a su servicio en El Mundo y en la radio de los obispos- sobre las fantasiosas connivencias, encubrimientos y complicidades de los socialistas con el atentado del 11-M, supuestamente planeado por oscuras fuerzas concertadas -ETA, entre otras- para llevar a Zapatero al poder. Tras la declaraci¨®n del alto el fuego permanente declarado por la banda terrorista el 22 de marzo de 2006, los nueve meses transcurridos sin atentados con resultado de muerte fueron interpretados por los populares como una prueba segura de que el presidente del Gobierno estaba pagando a ETA la factura pendiente por su sangrienta ayuda prestada a su victoria electoral el 14-M: el reconocimiento del principio de autodeterminaci¨®n y la anexi¨®n forzosa de Navarra al Pa¨ªs Vasco.
Pero el atentado de Barajas no s¨®lo hizo volar por los aires el aparcamiento de la T-4, sino tambi¨¦n la lectura paranoide de la tregua realizada por el PP: el comunicado de ETA descarg¨® toda la responsabilidad del crimen sobre el Gobierno por haber establecido "como tope" para el di¨¢logo "los l¨ªmites de la Constituci¨®n espa?ola y la legalidad". Con el descaro de los apostadores que se niegan a reconocer sus equivocaciones, Rajoy fabric¨® un sof¨ªstico dilema para acertar siempre como hacen los trileros: "Si usted no cumple [las exigencias de ETA], le pondr¨¢n bombas, y si no hay bombas, es porque ha cedido". En cualquier caso, los dirigentes del PP -inasequibles al desaliento- han decidido regresar a la v¨ªspera del atentado del 30 de diciembre acusando al Gobierno de traicionar a los muertos, capitular ante el terrorismo, desactivar el Estado de derecho y preparar la ruptura de Espa?a.
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