Darse tiempo
Vivimos precipitadamente. Y no por ello de modo apasionado ni apasionante. El tiempo hace en nosotros y no somos capaces de disfrutar ni de sus peripecias ni de sus frutos. Tememos ser temporales. No sabemos lo que quiz¨¢ el v¨ªdeo y la fotograf¨ªa nos dicen una y otra vez. Motivar y emocionar tienen una ra¨ªz com¨²n: mover.
No es dif¨ªcil reconocer que hay espacios que exigen su tiempo. Piden demora. Es preciso no andarse con prisa y deambular por esa distancia sin miedo, con el riesgo de que no s¨®lo ocurra, sino de que nos ocurra algo, algo m¨¢s que una ocurrencia. Entonces no asistimos sin m¨¢s a una exposici¨®n, nos arriesgamos en ella. De no ser as¨ª, no merecer¨¢ la pena.
La Sala de Arte de la Ciudad del Grupo Santander, en Boadilla del Monte, no es un mero lugar para colocar con gusto obras de arte. Es un ¨¢mbito singular, inusual, y no por lo extravagante, sino por su capacidad de espacializar la duraci¨®n. Gloria Moure ha alumbrado un dep¨®sito de posibilidades, no un recipiente de art¨ªculos. Para acceder hay que desearlo, prepararse, elegirlo. Y para acudir es preciso estar dispuesto a dejarse decir algo. No es un lugar para el consumo ansioso de cultura, es una convocatoria a la recreaci¨®n.
Cuidar la labor de un movimiento que todo lo detalla nos hace otros
Lo que en esta ocasi¨®n se nos dice es que esa distancia y movimiento del tiempo surte efectos, funciona, reanima, transforma como un agua milagrosa y purifica provocando la belleza como aparici¨®n. Sobre la historia / On history nos sit¨²a en la cuesti¨®n del presente, con 11 artistas que son tan contempor¨¢neos que resultan intempestivos. Trastornan el tiempo y se dejan querer por ¨¦l, permiten que les inunde, les zarandee, les atraviese, hasta dar certeramente con cada uno de nosotros, an¨®nimos pero a la vez singulares. Craigie Horsfield nos convoca a compartir una silenciosa conversaci¨®n en la ruidosa actividad del ir y venir de la vida, en una indefensi¨®n que es en toda la exposici¨®n intemperie, una indefensi¨®n que nos permite ser tan finitos y ef¨ªmeros como el propio presente. Malcolm Le Grice nos atrapa en la sugerencia de que s¨®lo permanece el devenir. Y su sonrisa quebrada y su mueca apenas perceptible.
Se reescribe la cuesti¨®n de la representaci¨®n, no ya de la imagen del presente, sino del presente como imagen. Y entonces nos encontramos hermosamente desamparados, como incorruptos cuerpos que preludian un renacer que no es resurrecci¨®n. La fugacidad del tiempo, la belleza que no permite reposo, la reescritura de la vanitas, la misteriosa labor de la corrupci¨®n, de la putrefacci¨®n, el quehacer del tiempo que dibuja y perfila la mirada, da una enorme contundencia a los cuerpos, m¨¢xima expresi¨®n de la espacializaci¨®n del tiempo. Todo resulta a¨¦reo y casi s¨®lo cabe flotar, tal vez nadar con Tacita Dean hacia algo otro. En esta ocasi¨®n viene bien darse un ba?o de tiempo en un balneario de temporalidad. Los espacios de cristal no desvelan im¨¢genes, sino reflejos, en una casa que no se pliega, en laberintos de cart¨®n y de cristal, como ¨²nico posible lugar. S¨®lo la seda parece permitir con Cristina Iglesias que el plano tense un espacio de decoro, que no puro decorado, sino circunspecta elegancia, pasillo en el que extraviarse sin otro rumbo que el de deambular y sentirse desnudo y arropado a la vez.
Visitar el tiempo de esta exposici¨®n resulta exigente y tan er¨®tico como placentero. Reclama la parsimonia, la reflexi¨®n sin espejos. Ya sab¨ªamos que el tiempo era la distancia de algo respecto de s¨ª mismo. Ahora sentimos conmocionados sus obras. Tal vez siempre, aunque quiz¨¢ casi nunca, se asiste a una exposici¨®n en la que realmente quien se expone es el tiempo y lo que hace, incluso consigo mismo. Quiz¨¢ lo parad¨®jico es que cuando, como en el presente caso, trabaja con arte el tiempo pasa a la historia, tanto que ¨¦l mismo ofrece su materialidad tan evidente como imperceptible. Y gozamos.
Con Bill Viola, la pausada conversaci¨®n preludia la llegada del abrazo, la elegancia del beso. Sin temor. La prisa es otro nombre del miedo. Cuidar la labor de un movimiento que todo lo detalla nos hace otros, nos libera, nos oxigena. El buen arte no nos quiere artefactos. Los buenos artistas nos prefieren art¨ªfices, pero no est¨¢ claro que deseemos que nos ocurra algo.
?ngel Gabilondo es rector de la Universidad Aut¨®noma de Madrid.
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